Seis tesis sobre el papel de la sociedad civil en el proceso de la Gran Transformación
Bárbara Unmüßig (Fundación Heinrich Böll)
Este artículo apareció por primera vez en el working paper 1/2015 de VENRO
Si se contesta a la pregunta de qué aporte puede hacer la sociedad civil para la transformación social y económica, se debe incluir un análisis del marco político y económico (factores externos) y de una revisión a detalle, desde distintos ángulos y honesta sobre el estado en que se encuentra la sociedad civil (factores internos). Además, por muy complejo que resulte, se debe preguntar cómo los factores externos e internos se interrelacionan y refuerzan entre sí.
No nos engañemos: el mundo de las ONG profesionales (a las que me refiero principalmente) no tiene la capacidad de revertir las grandes tendencias globales debido al gran poder de negociación que tienen los intereses políticos y económicos. Sí puede parar proyectos y políticas (por ejemplo, centrales nucleares o carboeléctricas, el Acuerdo Comercial Antifalsificación –ACTA– o tal vez el Tratado de Libre Comercio Trasatlántico –TTIP–) tejiendo alianzas poderosas, saltando como “perro guardián” sobre los desarrollos equivocados, organizando debates sociales y espacios que vayan a contracorriente de la opinión pública dominante y desarrollando alternativas políticas. Afortunadamente esto sí ocurre, y nos muestra lo fundamentales que son las iniciativas democráticas de la sociedad civil. A la luz de las grandes crisis y de la necesidad de transformaciones sociales, ecológicas y culturales, las ONG deberían posicionarse de manera más estratégica, coordinarse mejor, ejercer más la autocrítica, superar sus propias divisiones y resistirse a las tendencias de instrumentalización y cooptación.
Tesis sobre los factores externos e internos
1. La globalización está en marcha y con ella, también las crisis sociales, económicas y políticas
El cambio climático, las crisis financieras y alimentarias a nivel mundial, los estados frágiles y la pobreza global son muy importantes desafíos mundiales. La globalización y los procesos sociales de transformación conllevan crisis, con ganadores y perdedores. Ambos son procesos complejos (de adaptación) sociales, económicos, ecológicos y culturales. La competencia por las esferas de influencia económicas y, por tanto, también geopolíticas está a todo lo que da. No se vislumbra un mundo que se sujete a las fronteras planetarias y que se mantenga dentro del límite acordado de los dos grados centígrados del calentamiento global. La economía verde sigue siendo una economía de nichos de mercado que necesita estar más atada a criterios sociales y de derechos humanos.
Las crisis y las tendencias negativas están estrechamente relacionadas, tanto en sus causas como en sus efectos. El abordaje político aislado y sectorial de las crisis hace mucho que llegó a su límite. Como nunca antes es necesario el trabajo en red, que rompa las barreras de las especializaciones políticas y trascienda las fronteras nacionales. Esto incluye un nuevo entendimiento de la interdependencia, la conciliación de intereses a nivel global y de bienestar. Frenar el calentamiento global, construir la “gran transformación” sostenible y con justicia social, hacia una economía post fósiles, contener el consumo de recursos, combatir de forma estructural la pobreza y el hambre, prevenir guerras y resolver pacíficamente conflictos: son todos objetivos esenciales por los que se deberían orientar los procesos de negociación políticos y sociales en el plano global, nacional y regional.
2. La concentración del poder
Existen barreras estructurales que impiden o frenan la transformación necesaria de la economía fósil, del mercado financiero, de la producción agroindustrial y de la movilidad global. La concentración del poder económico en cada vez menos manos (pocas empresas trasnacionales controlan la cadena de valor de la alimentación) y los nexos entre el poder estatal y el económico (por ejemplo, muchas compañías estatales mineras y petroleras) hacen cada vez más complicado que se puedan establecer reglas democráticas y orientadas al bien común. Este proceder socava la responsabilidad del Estado de proteger, así como la obligación de los actores económicos de rendir cuentas. Los parlamentos democráticamente elegidos están perdiendo su capacidad como hacedores de políticas, especialmente en el manejo de crisis (por ejemplo, la crisis del euro), o no se les incluye a tiempo ni suficientemente (regulación del mercado financiero a través de organizaciones supranacionales, tratados de libre comercio, como el Acuerdo Integral de Economía y Comercio –CETA– o el Tratado de Libre Comercio Trasatlántico –TTIP–). En los países en transición y en Estados autoritarios existen pocos o nulos controles parlamentarios y prácticamente no hay medios de comunicación libres, que puedan fungir como una opinión pública alternativa.
3. Los desplazamientos globales de poder debidos al ascenso de los países emergentes modifican de gran manera las estructuras de la posguerra y hacen más compleja la construcción de regulaciones multilaterales
El papel normativo y, más aún, el rol operativo de la ONU están reduciéndose. Las organizaciones internacionales de la posguerra mantienen su influencia, pero esta tiende igualmente a debilitarse. Donde los países emergentes convierten su creciente poder económico en poder político (por ejemplo, la distribución del derecho a voto en el Banco Mundial, China ahora en el segundo lugar, el G20) eso no significa nada bueno para un desarrollo social y ecológicamente sostenible. Desgraciadamente, el hombro con hombro entre los países industrializados y los países emergentes está dando como resultado, precisamente, que los estándares sociales y ecológicos que ya se habían logrado se estén reduciendo, así como los derechos de participación y la obligación de rendir cuentas (por ejemplo, de los bancos multilaterales, sobre todo del Banco Mundial).
Aunado a esto, existen numerosos nuevos clubes regionales y globales para temas económicos y de políticas de seguridad. Esta reciente “gobernanza de clubes” también dificulta el control político, pues casi no se cuenta con mecanismos de transparencia, participación y rendición de cuentas (accountability). Esta gobernanza produce un nuevo desorden, puesto que no se han desarrollado mecanismos formales de participación (G20, BRICS). A la sociedad civil le cuesta trabajo enfrentar a estos nuevos actores. El viejo patrón Norte-Sur ya no funciona, se está sustituyendo más y más por constelaciones cada vez más complejas de actores estatales y económicos. Así, cada vez resulta más difícil para la sociedad civil reaccionar ante las nuevas coordenadas. Las cooperaciones Sur-Sur de la sociedad civil están muy poco desarrolladas todavía (por ejemplo, entre los países BRICS). Ni en el Norte ni en el Sur global existen el conocimiento ni las capacidades sobre los temas macroeconómicos. Es aquí donde deben empezar las aportaciones exitosas para la transformación, el impulso a la articulación Sur-Sur. Todavía se debe luchar por el derecho a voz, participación y representación en los nuevos clubes como BRICS o el G20.
4. Aumentan la discriminación y la criminalización de las organizaciones no gubernamentales (ONG) y organizaciones de la sociedad civil (OSC)
Los ataques estatales a actores críticos y de orientación democrática, así como a las ONG y las OSC están aumentando en todo el mundo. La discriminación y la criminalización son el resultado. Los asesinatos de activistas, hombres y mujeres, (sobre todo en la resistencia local) son más frecuentes. En todo el mundo, más de 40 de las llamadas “leyes ONG” reducen masivamente el margen de acción de las ONG y la sociedad civil. Con restricciones jurídicas e imposiciones financieras y administrativas se dificulta exitosamente la intervención política de actores nacionales e internacionales. A esto se le añaden campañas de difamación, políticas y mediáticas (se les tilda de agentes extranjeros o terroristas), que intimidan y en ocasiones incluso obligan a ejercer la autocensura. De facto, las ONG, fundaciones y think tanks del Norte todavía han formulado pocas respuestas frente a esta tendencia. Aquí, se vuelve particularmente urgente una actuación política conjunta. Debe organizarse el intercambio necesario para lograrla, pues sin los márgenes de acción democráticos sólo habrá una intervención insuficiente en los procesos de transformación y adaptación en el Sur, el Este y el Oeste.
5. El (auto)desencanto del mundo de las ONG
Como ya se describió antes, hay intentos de imponer duros intereses políticos y económicos, por lo general sin (amplia) participación democrática y sin transparencia. Los poderosos representantes de los intereses económicos y políticos ven cualquier participación activa de la sociedad civil como una molestia, una interferencia. Contrario a lo que sucede con los grupos de interés, que gozan de gran poder político, los recursos políticos y económicos de la sociedad civil son siempre reducidos. La influencia institucional y el poder de negociación de las ONG profesionales quizá hayan alcanzado su punto culminante al final de la década de 1990 y al principio de la primera década del 2000, en esa época su efecto político era considerable; no obstante, hoy su poder de influencia ha ido declinando a nivel global. El desencanto se manifestó muy visiblemente en la cumbre sobre cambio climático en Copenhague. Sin embargo, también hay que considerar, en un análisis honesto, que en todo el mundo, los actores de la sociedad civil se han instalado muy cómodamente en dichos límites. Muchas ONG fungen como sustituto (absoluto) de los servicios estatales sociales, humanitarios y ambientales, y son sostenidos por donadores privados o estatales externos. Donde el Estado no actúa, es bueno que los actores de la sociedad civil mitiguen la necesidad (sin Médicos sin Fronteras habría todavía más muertes por ébola) y que contribuyan a la infraestructura social. Pero con demasiada frecuencia, en lugar de presionar al Estado para que asuma su responsabilidad, se le exonera de ella por un tiempo demasiado largo o permanentemente. Esto se puede ver claramente en Afganistán, lo mismo en Filipinas, donde hay más de treinta mil ONG. Esta no es una tendencia del todo nueva –ha sido extensamente descrita en la literatura– pero sí ha aumentado. La tendencia global a la privatización de tareas del Estado es seguida por muchas ONG. Esto se hace muy evidente en el área de salud: La Fundación Melinda & Bill Gates dispone de más recursos económicos que la Organización Mundial de la Salud (OMS) y entiende de manera consciente su propio mandato como ajeno a la OMS.
En muchos casos, las ONG profesionales son consideradas como co élites, y los gobiernos las instrumentalizan así. Esto provoca que actúen codo con codo con las instituciones estatales, siguiendo imperativos políticos y económicos similares, de modo que pierden su función de “perro guardián” y de opinión pública alternativa. Donde los Estados tienen capacidades de control deficientes y/o asumen el papel de moderadores, se incluye sobre todo a las grandes ONG.
En las los círculos multiactor (multi-stakeholder) se negocian con las llamadas BINGO (Big NGO o grandes ONG) reglas casi siempre voluntarias. Así, no pocas veces se legitima a políticos que más bien se oponen a las transformaciones necesarias, sin que se les haya hecho rendir cuentas y sin una retroalimentación democrática con los afectados y sus legítimos representantes. Existen numerosos ejemplos de que tales procesos debilitan las resistencias locales (por ejemplo, contra la deforestación).
En muchos países, el papel emancipador de las ONG y de las organizaciones internacionales, su papel como “contrapoder” o como “perro guardián” de la política estatal se ha ido debilitando. Las estructuras estatales de financiamiento y, cada vez más, también privadas que distribuyen recursos de manera descoordinada a los países receptores, también fomentan la despolitización. Esto se puede observar, por ejemplo, en sociedades en transformación como Túnez: demasiados donadores privados y oficiales apoyan de forma excesiva a una sociedad civil institucionalmente débil. Así, agobian a las ONG, que tienen dificultades para orientarse en el mundo de las solicitudes, los indicadores y el monitoreo.
Los nuevos movimientos sociales hacen un esfuerzo consciente para deslindarse de este tipo de ONG profesional, se ven a sí mismos como una alternativa a ellas y critican los instrumentos políticos y formas de organización del mundo clásico de las ONG de las últimas décadas. Por eso muy rara vez se da la cooperación entre los nuevos actores políticos y sociales y el mundo de las “viejas” ONG, ni en nuestro mundo europeo ni en el Sur global.
Es imposible ignorar la creciente jerarquización dentro del mundo de las ONG profesionales. El Estado se acerca a estas gigantes y ellas pueden hacer grandes campañas y un aparatoso trabajo de cabildeo. Esto mete cuñas entre los actores de la sociedad civil. Entre las ONG dedicadas al desarrollo y el medio ambiente, son las gigantes las que abren oficinas en todo el mundo, aunque sin una reflexión suficiente sobre las repercusiones que esto tiene en la sociedad civil local y sus demandas de participación. Son las “multinacionales” entre las ONG y las grandes fundaciones las que tienen los mayores accesos a la ONU, al Foro Económico Mundial o a los ministerios nacionales.
6. El dilema: profesionalización, especialización y transformación
Por un lado, la creciente complejidad de la configuración de los procesos políticos exige a la sociedad civil un perfil cada vez más ambicioso, que hace mucho depende de la pericia profesional y, por tanto, de la profesionalización de los actores institucionalizados de la sociedad civil. Por otro lado, las fragmentaciones y jerarquizaciones al interior de la sociedad civil dificultan su intervención. La “sociedad civil” no está compuesta de manera uniforme ni siquiera a nivel nacional (ya no digamos global), sino que se caracteriza por las contradicciones y las fracturas estructurales. Tales contradicciones resultan visibles, por ejemplo, en el debate sobre la transformación entre los sindicatos y las asociaciones ambientales (por ejemplo, cuando se valora la necesidad del crecimiento económico). Sin embargo, casi nunca se discuten las diferentes evaluaciones, ni a nivel político ni en las formas de organización.
El imperativo de profesionalizarse conlleva una creciente necesidad de financiamiento. A su vez, esta creciente necesidad de financiamiento, como consecuencia de la profesionalización de la sociedad civil, tiende a agudizar la dependencia de la sociedad civil profesionalizada con respecto a los donadores. Las consecuencias son una amenaza a la independencia política, la tendencia a una mayor especialización y a la adquisición simplista de donativos. Con frecuencia, las campañas para obtener donativos sugieren soluciones fáciles: más de una asociación ambiental hace creer que con tres dólares se salva al gorila y con cinco, al tigre. Las organizaciones que trabajan en materia de desarrollo refuerzan la “ilusión de la ayuda”.
Es muy frecuente que sólo haya recursos financieros para campos de acción específicos y para aquellos de particular interés para los Estados o los actores económicos, o debido a coyunturas políticas (por ejemplo, en conferencias de la ONU). Así, se crean lagunas temáticas en la agenda de transformación y el theme-hopping, es decir, se salta de un tema a otro según la moda. La sociedad civil produce puntos “ciegos”, una opinión pública parcial y cabildeos parciales para temas específicos. En suma, se pierde la visión de conjunto. Para discursos más amplios que no están relacionados con temas financiados por algún donador, no es raro que falten los recursos financieros y de personal. Las perspectivas integrales y sistémicas se pierden en los discursos profesionales especializados, que a su vez resultan difíciles de explicar a una vasta opinión pública.
Otra consecuencia de la gran necesidad financiera es la creciente competencia entre las ONG. La carrera por llegar primero a las fuentes de financiamiento y por ganar la atención de los medios -estrechamente relacionadas- tiene, entre otras desventajas, que no favorece la colaboración estratégica sistemática. La coordinación no es sólo un problema de los donantes estatales, sino también dentro de la sociedad civil. Las colaboraciones eficaces para una transformación social y ecológica exigen, más que nunca, llegar a acuerdos, enfocarse en temas decisivos y hacer una división inteligente del trabajo.
¿Qué hacer?
¿Quién puede hacer mejor qué cosa? Esta debería ser con mucha mayor frecuencia la pregunta estratégica y que oriente la acción. ¿Qué es relevante, qué no? ¿Dónde hay que realizar ajustes importantes para el futuro? Desgraciadamente, este no siempre es el núcleo de la agenda.
El conocimiento que se tiene del estado del mundo desemboca una que otra vez en exhortaciones para llevar a cabo acciones radicales. Pero en esto, la ciencia crítica es a veces más radical que varias ONG. Se dice con razón que las virtudes políticas son: la capacidad de diálogo, orientarse a la solución y la capacidad de hacer concesiones. Para la sociedad civil también son importantes: la confrontación y saber decir No, incluso en círculos multiactor (multi-stakeholders), sobre todo cuando estos sólo consumen tiempo y recursos que no conllevan un avance en la agenda política para la transformación social y ecológica.
Para ser estratégico, en el sentido de la gran transformación, se necesitan lugares y espacios dentro y entre las organizaciones de la sociedad civil. ¿Qué debe cambiar en la organización interna para modificar la especialización y sectorización de los campos políticos a favor de la cooperación y las sinergias políticas?
Un principio podría será la organización de un consejo anual, en el que se reúnan importantes actores de los ámbitos del medio ambiente, el desarrollo y los derechos humanos con asociaciones sociales y sindicatos para discutir acerca de las prioridades políticas. ¿Dónde se encuentran las ventanas de tiempo políticas importantes con un carácter determinante para el futuro (por ejemplo, la reforma de la Política Agrícola Común de la Unión Europea) y que por eso requieren de una gran parte de los recursos de la sociedad civil? ¿Qué vale la pena y qué no?
Tales consejos o encerronas también tienen sentido para temas parciales. Aquí se puede hablar acerca de una división razonable del trabajo de acuerdo con las competencias respectivas, a la vez que se fraguan alianzas ad-hoc pragmáticas. ¿Qué podemos lograr juntos? ¿Qué debemos evitar?
Algunas de estas ideas ya se han puesto en práctica con éxito, otras están en fase de gestación (por ejemplo, la campaña “Wir haben es satt”, la “Alianza Anti-Carbón” o la red “Materias Primas”. Esto está bien, pero todavía se puede hacer más, sobre todo en el sentido de hacer una reflexión permanente sobre dónde estamos y hacia dónde queremos ir.