La privacidad en el aire: drones y espacio público

Las guerras comerciales del aire

En diciembre de 2013 Amazon difundió un video en el que un dron sobrevuela hasta una casa para la entrega de un producto, anunciando así sus planes para la entrega de mercancías a domicilio a través del uso de tales aparatos.

Aunque no faltaron entonces los escépticos que señalaban las limitantes tecnológicas para que estos dispositivos pudieran evadir todo tipo de obstáculos y al mismo tiempo aterrizar en el sitio correcto, cuando por fin la Administración Federal de Aviación de Estados Unidos le otorgó la autorización para que sus drones pudieran surcar los cielos estadunidenses (abril 2015), esta corporación lamentó la tardanza del trámite aduciendo que ya tenía un modelo más avanzado que poner a prueba.

Otras compañías como Domino´s, DHL, UPS o Fedex también anunciaron la posibilidad de emplear drones para sus entregas, aunque sin revelar planes más específicos. Por su parte, Google y Facebook han informado que exploran su utilización para proveer Internet a zonas de difícil acceso (la primera adquirió Titan Aerospace para estos fines). De esta manera, ambas empresas de Silicon Valley están embarcadas en una competencia para proveer servicios en red y ganar nuevos usuarios a través del mundo.

Más allá de lo anecdótico, la evolución de estos planes (y sus controversias) van a dar todavía mucho de qué hablar, pues es apenas uno de los más recientes episodios donde la tecnología avanza más rápido que las regulaciones, tomando por sorpresa tanto al gobierno como a la ciudadanía, y generando nuevos debates en torno a los usos del espacio público ―físico y virtual.

De naves de muerte a dispositivos de monitoreo e intrusión

¿Por qué artefactos con apariencia más semejante a la de un juguete causan tanto entusiasmo en el mundo de la tecnología, pero al mismo tiempo temores en los ámbitos de la seguridad y la privacidad?

Herederos de la tecnología bélica desarrollada para reducir al mínimo los riesgos de los soldados en operaciones militares y de inteligencia, los drones ―vehículos aéreos no tripulados o UAV, por sus siglas en inglés― con fines civiles han tenido un desarrollo espectacular en los últimos años. Esto se explica por su bajo costo, su relativa facilidad de operación y la posibilidad de ser piloteados de manera remota o con rutas programadas. Sin embargo, cuando se les añaden cámaras de alta resolución y capacidad de transporte de paquetes de distintos volúmenes, el entusiasmo se transforma en preocupación o al menos en algo que no puede tomarse a la ligera.

El desarrollo y venta de diversos modelos ha ido acompañado de la expansión de sus usos a casi cualquier actividad imaginable: comunicaciones, imágenes y cartografía, intervención en desastres, agricultura, actividades policiales y paramilitares, lucha contra incendios, monitoreo de líneas eléctricas y tuberías, investigación, búsqueda y rescate, conducción de manadas, monitoreo ambiental y vigilancia de fronteras, entre muchas otras. Pero el optimismo de las empresas y los usuarios soslaya el hecho de que a través suyo pueda también recopilarse información ilegalmente ―sin consentimiento de las personas afectadas u orden judicial.

Al tiempo, esas mismas capacidades no han pasado inadvertidas para quienes buscan nuevas formas de burlar la ley, concibiendo aplicaciones hasta hace poco inimaginables, como las de vigilar el despliegue de fuerzas de seguridad o transportar mercancías ilegales ―por ejemplo, en enero de 2015 un dron cargado con tres kilos de la droga sintética denominada cristal cayó, probablemente debido al sobrepreso, en la ciudad fronteriza de Tijuana―.¿Qué impediría, más allá de sus limitaciones técnicas de alcance y peso, que transporten armas u otro tipo de productos fuera de la ley?

Hay aplicaciones que se mueven en una zona gris de la legalidad, como “el sueño de The Pirate Bay”: drones con miniservidores que funcionan como nodos móviles, permitiendo el intercambio de archivos y reagrupándose en otro lugar, para eludir la vigilancia gubernamental. En contraposición, se mencionan sus usos con fines científicos, para eludir la censura o los controles de ciertos gobiernos, así como documentar la violencia policial durante manifestaciones.

En resumen, hoy casi cualquier actividad humana o natural es susceptible de ser monitoreada y grabada, aun en espacios antes inaccesibles, pero los usos de esa información pueden ser totalmente contradictorios, ya que los mismos argumentos acerca de sus capacidades técnicas son utilizados tanto a favor como en contra.

En este contexto, aunque tardíamente, los gobiernos están tomando cartas en el asunto, aplicando regulaciones que involucran temas de navegación aérea, protección de datos personales y el uso del video obtenido como si se tratara de circuitos cerrados de televisión, similar a lo que sucede con las imágenes que obtienen los autos de Google. Tanto en países de la Unión Europea como en Estados Unidos, tales reglas incluyen, entre otros aspectos, el peso máximo de los aparatos, la capacitación de los controladores (“pilotos”), restricciones de vuelo, y el tratamiento de las imágenes registradas.

En México, apenas en abril de 2015 la Secretaría de Comunicaciones y Transportes emitió una regulación sobre los usos recreativos y comerciales de estos equipos, adoptando prácticamente las mismas reglas de otros países: los drones solo podrán ser operados de día, en áreas no prohibidas o peligrosas, y a más de 9.2 kilómetros de distancia de aeropuertos, 3.7 kilómetros de aeródromos no controlados y 900 metros de helipuertos.[1]

El futuro de la industria

Mientras los gobiernos emiten reglas y analizan las implicaciones para la seguridad de personas e instalaciones, la fabricación de drones se ha convertido en una pujante industria. Además de la constante salida al mercado de modelos con nuevas funcionalidades (por ejemplo, ya existen los que se desplazan también en agua y tierra), comienzan a desarrollarse otros nichos de negocio: una línea de ropa para “camuflarse” y burlar la vigilancia realizada con drones; escuelas para pilotos (en México abrió recientemente la primera de América Latina); cursos de reparación y armado, o fabricación de drones “de acuerdo a sus necesidades”.

Es previsible que la industria siga evolucionando para ofrecernos dispositivos más baratos y fáciles de usar, con lo que estamos ya cerca de que cada persona pueda tener uno en casa. ¿Se trata de una moda o se convertirá en una herramienta tecnológica más, con múltiples aplicaciones en nuestra vida cotidiana, como las tablets y los teléfonos inteligentes? No está de más recordar cómo los móviles pasaron de ser rudimentarios aparatos que servían “solo” para hacer llamadas, a conformar ecosistemas de hardware y aplicaciones para casi cualquier cosa imaginable, que teóricamente nos facilitan la vida.

En el caso de los drones parece que su proliferación ampliará sus usos, que pueden ser recreativos, científicos y de empoderamiento ciudadano, o bien para control autoritario y actividades ilegales. Pero al final no es distinto del proceso que han seguido otras tecnologías.

Qué tanto se incline la balanza de uno u otro lado dependerá en parte de las regulaciones y de nuestra habilidad para convivir con una nueva tecnología. Mientras tanto, ¿ya pensó qué usos le dará a su dron?

 

[1] “Restringe la SCT operación de drones”, Reforma, abril 29, 2015.