Una buena forma de empezar a rebelarnos

"...estas novelas, su obra en general, son un llamado a buscar la verdad, a no creer en lo que nos quieren imponer, que es lo mismo que decir, a defender el derecho a pensar y a ser distinto, el derecho a la rebeldía."

Presentación

Por Enrique Reynoso

Antes de comenzar, quisiera hacer una aclaración que considero pertinente y que servirá para que las y los valientes que decidan quedarse sepan a qué atenerse, mi participación no será un análisis literario, mucho menos intentaré hacer un perfil psicológico de los personajes o algo así, todo eso está fuera de mis posibilidades. Hablaré, por supuesto, desde la experiencia del lector, es decir, las sensaciones, los sentimientos, las reflexiones que  desde esa postura -la de lector- me generan los escritos de Heinrich Böll, porque además creo que esa sería la única razón viable para la invitación que me extendieron para estar aquí y justamente esa experiencia es la que intentaré compartir con ustedes. Ojalá que esto sirva para despertar el interés de alguno o alguna para acercarse a la obra de este magnífico autor.

Las novelas y los cuentos de Böll que he tenido oportunidad de leer se desarrollan todos en un ambiente de inmensa tristeza, de melancolía, de soledad. En lo personal, me es imposible imaginar días luminosos en su obra: días grises y lluviosos, oscuridad, incluso alguna manifestación amorosa no escapa de esta atmósfera, quizá por eso es una escritura que impacta, imposible evitar los sentimientos de angustia o indignación, de reflexión. Quiero decir que la obra de Böll es una obra que se sufre, que se piensa, quizá porque retrata en ella a los verdaderos perdedores de la guerra, porque es capaz de plasmar con imágenes sin concesiones, crudas, el horror de la guerra, la destrucción material, las ciudades desoladas, casi muertas, pero el derrumbe también espiritual, el sufrimiento físico y mental, el sacrificio necesario para sobrevivir. Su descripción del hambre es sobrecogedora y lo es más aun porque sabemos que esos perdedores fueron la población civil y que esa hambre fue real, fueron hombres y mujeres, niños, niñas que no decidieron por la guerra, pero que por ella lo perdieron todo.

Böll describe una Alemania destruida, pero la descripción que hace bien podría ser de Inglaterra o Polonia, Italia o Francia. Pudiera ser también Japón, porque insisto, los verdaderos perdedores de las guerras son los pueblos, ¿o será que importa la nacionalidad de los millones de personas muertas por la ambición, por la estupidez de unos cuantos? Cuarenta o cincuenta millones de muertos, más los treinta y cinco millones de heridos y mutilados y los más de tres millones de desaparecidos son el saldo de esa guerra. Muchas de las muertes de civiles a causa de los bombardeos indiscriminados, incluyendo las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, muchas también en los campos de concentración de uno y otro bando y muchas más por la hambruna generada por la guerra; millones de soldados reclutados por la fuerza o engañados por discursos de políticos que jamás pusieron en riesgo su vida; millones de soldados con un factor en común, el miedo a la muerte, la angustia de morir lejos de casa, lejos de la familia, buscando asideros o evasiones como la religión, como el alcohol, con la intención de ignorar o aceptar una realidad que sobrepasa su capacidad de entendimiento o el traumático regreso a casa de los sobrevivientes, a una sociedad que no cambia pese a la destrucción, una sociedad en la que la ambición, la avaricia de quienes más tienen no desaparece, se acrecienta. Pero también es cierto que ante la pérdida de la fe en la religión o la inutilidad de olvidar refugiándose en el alcohol, solo queda creer en el hombre, en el ser humano, en la solidaridad que se brinda espontánea entre quien menos tiene, pero también es posible que florezca el amor, no como un sol, solo como una chispa, como un respiro en una realidad que ahoga. Esa es la realidad de la guerra, el lado oculto de lo que nos han contado; eso es lo que nos dice Heinrich Böll en estas dos novelas, aunque no solo, porque también estas novelas, su obra en general, son un llamado a buscar la verdad, a no creer en lo que nos quieren imponer, que es lo mismo que decir, a defender el derecho a pensar y a ser distinto, el derecho a la rebeldía.

Estas novelas son también un grito desesperado para entender que somos lo mismo aunque seamos diferentes, que nada importa el color de la piel, ni el idioma, ni la religión, que son muchas más las cosas que nos unen. Estas novelas, reitero, son un grito desesperado hecho hace más de setenta años y cuyos ecos aún resuenan a través de la palabra escrita y que nos dice que nada, o casi nada, ha cambiado desde entonces; que las guerras siguen siendo un gran negocio para algunos, para los mismos gobiernos de siempre, que para esos gobiernos los muertos no importan, importan las ganancias; que igual que entonces destruirán ciudades y luego las reconstruirán a cuenta de los desposeídos, pero que también hay una guerra que se libra en otros frentes y que es necesario que enfrentemos: una guerra contra la injusticia que mantiene en la miseria a una inmensa mayoría de la humanidad, que pugna por imponer la indiferencia ante el dolor ajeno, una guerra en la que ser mujer, ser joven, ser homosexual, ser diferente es peligroso, una guerra en la que emigrar para vivir o para sobrevivir es un delito, una guerra que va cubriendo nuestra tierra de fosas clandestinas... Una guerra, un dolor que se va extendiendo como una sombra que nos cubre lentamente, que todo lo oscurece. Será entonces que habrá que ganar esta guerra, abrir puertas y ventanas que permitan que la luz penetre e ilumine este mundo que nos pertenece, será que esa luz son el arte, la cultura. Por eso la importancia de leer, por eso la importancia de Heinrich Böll, porque él -y esto después lo supe- fue un hombre congruente y militante, que dedicó su vida a defender y apoyar la libertad de ser y de pensar, respetando y apoyando la diversidad sexual, criticando la doble moral de la iglesia, esa iglesia que decía defender la paz mientras bendecía las bombas asesinas, y de los gobiernos que hablaban de libertad mientras sometían y explotaban a países, a continentes enteros. Repito, nada o casi nada ha cambiado desde entonces, excepto nosotros, los de abajo, los de siempre, los que entendemos que para construir el mundo que merecemos habría que ser rebeldes y leer en este tiempo de realidades virtuales, en este tiempo en el que intentan deshumanizarnos, en el que pugnan por mantenernos sumidos en la ignorancia. Es una buena forma de empezar a rebelarnos.

En verdad espero no haberlos aburrido y reitero el deseo de que esta plática despierte la curiosidad de alguien o de algunos para acercarse a la obra de este excepcional escritor y me gustaría terminar con una frase de Heinrich Böll que me parece que fue el lema de su vida y que bien podría ser la de nosotros todos: “Involucrarse es la única forma de ser realista”.

Enrique Reynoso es integrante del Frente Popular Francisco Villa de Izquierda Independiente. Este texto forma parte de su intervención durante la presentación de las obras de Heinrich Böll El tren llegó puntual, La balanza de los Balek y El ángel callaba, realizada en el marco del 42 Aniversario del Tianguis Cultural del Chopo, en la Ciudad de México.

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