Huellas de la memoria: La memoria como acompañante y vía de resistencia ante una realidad brutal

Los registros oficiales tenían asentadas 111,067 personas desaparecidas el pasado lunes 28 de agosto y, si para algo son de utilidad los datos gubernamentales, es para acreditar lo que las familias buscadoras saben de cierto, sin necesidad de censos ni bases de datos. En México habitamos un problema público de dimensiones catastróficas: la desparición forzada de personas.

Huellas de la memoria

El grave problema de la desaparición forzada en México afecta a todo el país, no se trata únicamente de las personas que han sido desaparecidas, las familias que lo sufren se ven fracturadas y en muchas ocasiones se llega a la desintegración total del núcleo familiar. La desaparición de una persona afecta como una onda expansiva a parientes, amigos, espacios de estudio y trabajo, tanto en las zonas rurales como urbanas; afecta a toda la sociedad.

Frente a un incidente antinatural, inconcebible, como una desaparición, lo primero que se quiere y se exige es un esclarecimiento, una explicación coherente, pues la desaparición en sí misma es un hecho imposible, sólo en historias de ciencia ficción y trucos de prestidigitación puede imaginarse una situación semejante.

La desaparición de una persona cae como baldazo de agua helada a su entramado social, el  frío penetra la piel para no irse hasta encontrar al ser querido, hasta saber qué sucedió, hasta que se imparte justicia. Las posibilidades de búsqueda, denuncia y exigencia de justicia no son universales (aunque el poder legislativo y judicial pretendan lo contrario), las oportunidades no existen en igualdad de circunstancias para todes.

Hay personas que reaccionan más rápido y logran activar mecanismos de búsqueda inmediata, seguir a los actores que perpetran la desaparición, movilizar todos los recursos locales al alcance para que su ser querido sea buscado por las autoridades. Algunas entre este universo conocen a otras personas buscadoras o han participado en actividades de movilización social de manera previa, lo que las dota con un capital simbólico para reaccionar con mayor asertividad ante eventos funestos.

Para otras personas es más difícil reponerse de la fractura simbólica que representa la desaparición, en algunos casos la dificultad de comprender la situación puede llevar a que se postergue la activación de la búsqueda. Comprender es más que enunciar la palabra desaparición, pensemos por ejemplo en los casos atravesados por situaciones de movilidad: La familia de una persona migrante sabe que su ser querido no se puede comunicar de manera constante, sabe que recorrerá varias ciudades en el tránsito a su destino final, de manera que, caer en cuenta de que la falta de comunicación está vinculada con una desaparición toma más tiempo en este tipo de circunstancias y elegir el punto de partida para la búsqueda se vuelve más difícil.

En otros casos; la violencia desaparecedora se vuelca también sobre la familia y reciben amenazas de muerte para desincentivar la denuncia, la activación de diligencias de búsqueda y la exigencia de justicia. En esto último encontramos la raíz de la cifra negra.

Cuando una persona repentinamente es suspendida de sus redes sociales y afectivas, de su trabajo y hogar, de los lugares y círculos que solía frecuentar, la necesidad de una explicación surge entre sus familiares y seres queridos. Ahí se producen los vacíos de sentido, la desaparición siempre es más cruel que la misma muerte, la persona ya está presente pero se desconoce su paradero; no se sabe si ha comido; si duerme con frío o tiene alguna herida que le produzca dolor físico. Quienes aman a las personas desaparecidas sufren cada día, cada hora, intentando no ser devorados por la incertidumbre. Para la sociedad también debería resultar imposible quedarse al margen ante un hecho que parece de fantasía horrífica, lo ideal sería que hubiese un reclamo de verdad y justicia colectivos.

Sin embargo alrededor de la desaparición se produce un vacío, muchos vecinos de la familia se alejan, hay dinámicas entre el profesorado (a nivel básico, medio superior o superior) que no sostienen a lxs familiares de las personas desaparecidas, los trabajos no pausan sus ritmos productivos para que las personas puedan salir a buscar a sus seres queridos.

Como resultado, la ausencia se multiplica y empiezan a producirse espacios vacíos en la vida cotidiana de quienes buscan. ¿Cómo buscar si no se cuenta con ingreso estable que lo permita?, ¿cómo buscar si la red de cuidados se desvanece tras la desaparición?, ¿cómo buscar si no se cuenta con un techo seguro al cual volver para descansar?

Las personas que buscan son obstinadas. Siempre nos han dicho que con la desaparición “les quitaron todo, hasta el miedo” ¿la intención? dejar un espacio vacío, de silencio, un espacio ambigüo. Las personas que buscan son obstinadas, emergen desde el yermo y gritan, gritan, gritan su furia y los nombres de las personas desaparecidas, gritan porque sólo así se puede fracturar el silencio.

Desde que surgió el proyecto Huellas de la Memoria nuestra resolución y claridad ha sido acompañar ese grito, sostenerlo a través del tiempo, brindar acompañamiento a los familiares que buscan con los medios y recursos con los que cuenta el proyecto para la construcción de la memoria.

Nuestro proyecto parte de una percepción compartida de la sociedad, podemos ser una fuerza colectiva, un cuerpo integral del que todos y cada uno de nosotros somos parte, lo cual nos hermana y nos ubica en un escenario donde las necesidades de cada uno son las necesidades de todos. Así, en ese cuerpo colectivo, todos somos o hemos sido el hermano, la prima, la amiga, el estudiante, la madre, la que corta el cabello, el hijo, el tío, la profesora… miembros diversos, diferentes, pero no indiferentes. En el momento en que una persona es afectada, agredida, o peor aún: desaparecida, se genera un desequilibrio en toda la gran red que juntos conformamos.

El concepto “desaparición forzada” guarda dentro de sí mismo una historia larga de terror, nos han dicho que inició en la segunda guerra mundial pero la práctica de desaparecer personas es mucho más vieja. El tema es que nuestras nociones de crueldad y sufrimiento son históricas, la “desaparición forzada” navega entre muchos posibles significados, pero todos son sinónimos de “violencia” y crueldad. Es un concepto pleno de frustración por la incertidumbre, la angustia y el terror que deja tras sí. Como nos dice Pia Lara: “[…] la crueldad humana tiene el objetivo de destruir la identidad de la[s] víctima[s]: [es una] violencia ejercida contra la identidad de los seres humanos [una violencia que busca causar] una herida moral”.

Y aquí es dónde vemos la potencia de la memoria, como repertorio de contranarrativas que permiten fracturar los discursos e historias oficiales cuya meta es ocultar la violencia cruel sobre la que se sostiene el sistema político y económico. Una máquina letal que consume cuerpos y nos dice que todo está bien, que hay otros datos tejidos con abrazos y sin balazos.

La memoria se construye sobre el espacio público, posiciona la responsabilidad moral y nos enfrente a asumir responsabilidad colectiva por el pasado. Surgido a partir de observar las suelas de una buscadora, nuestro proyecto se centra en las personas que han hecho posible que se reconozca la desaparición forzada, que se nombre y se tipifique el delito y la grave violación a derechos humanos. Esas personas cuyos gritos obstinados y constantes, frente a los gobernantes; policías; militares; otros servidores públicos y sicarios, han abierto las puertas para la búsqueda y el diseño de políticas públicas en la materia.

Nuestro proyecto ha buscado materializar las voces, los gritos, de las personas buscadoras en las suelas de los zapatos que han utilizado para recorrer caminos, instituciones de internamiento médico y penitenciario, buscando a sus seres queridos. Las dinámicas de búsqueda iniciaron a finales de la década de 1950, a partir de entonces, cada persona buscadora ha zanjado el camino para quienes han seguido los tristes derroteros de la desaparición forzada.

Cada persona buscadora ha dejado una huella entre sus compañeras de colectivo, en la legislación impulsada para garantizar los derechos de búsqueda y atención a las familias, hasta llegar a la conformación de un Sistema Nacional de Búsqueda. Esto no ha sido resultado de la buena voluntad institucional, sino producto del esfuerzo de cientos de miles de familias caminando día a día para construir rutas de búsqueda.

Por eso colocamos los zapatos de las personas buscadoras como sostén material para nuestro proyecto. Honramos los caminos andados, conmemoramos el esfuerzo que representa cada paso en medio una espiral de violencia que no ha dado tregua. A esa materialidad anudamos, a través del grabado, las palabras de las personas buscadoras. Son ellas quienes plasman en papel la denuncia por la desaparición de sus seres queridos y quienes dirigen palabras de cariño, aliento y esperanza a las personas a las que buscan.

Sus palabras son la urdimbre de las contranarrativas a la historia oficial, esa que insiste en negar la desaparición, esa que nos ha dicho durante los últimos cinco años que en México ya no pasa nada y que ha impulsado un censo para reducir las cifras pero no la violencia ni la desaparición. Cada línea escrita por las personas buscadoras es una narración crítica elaborada desde los espacios marginales al poder y esas palabras nos permiten abrir un proceso de comprensión plural de los últimos 70 años de historia.

Las personas del colectivo tomamos los trazos hechos sobre el papel y los llevamos con la gubia a las suelas de los zapatos donados por las personas buscadoras que han decidido participar del proyecto. Empezamos con un par de zapatos y huellas, actualmente contamos con un acervo de 250.

En 2013 sólo se pensaba en un relato nacional y conforme se fueron haciendo visibles las Huellas y circulando entre exposiciones fuimos recibiendo zapatos e historias de otras partes del mundo. Sí, del mundo. Contamos con Huellas de personas que buscan a sus seres queridos después de perderles la pista en el trayecto hacia Estados Unidos, a través de México, o hacia Europa, a través del Mediterráneo.

Nuestras manos se convierten en instrumentos para el trazo, para la instalación y el transporte. Somos solo un vehículo para colocar las historias de las personas buscadoras en la vía pública, y en atención a ello, en 2017 imprimimos una manta de 10 metros con todas las Huellas y los rostros de las personas desaparecidas nombradas en ellas. La manta abreva del repertorio de memoria latinoamericano, no pretendemos originalidad en nuestra intervención en el espacio público. Lo que importa es eso: llevar a la presencia, irrumpir en el relato y paisajes cotidianos. La manta toma el espacio cuando las madres acuden a protestar en CDMX o se apropia de muros infranqueables para mostrar una pequeña porción de la inmensa cantidad de personas desaparecidas.

En 2020, Ana Enamorado nos invitó a colocar sus Huellas enfrente de la Fiscalía General de la República y a las suyas han seguido otras muchas. Poco a poco el muro frente a la Fiscalía se ha convertido en un memorial en el que no sólo nosotros colocamos narrativas de las atrocidades de nuestros tiempos. Las Huellas conviven ahí con un mural que denuncia la persecución política y comparten espacios con las fichas de búsqueda que algunas familias han colocado. La intención es la misma: que los servidores públicos vean los rostros de las personas a las que no buscan con debida diligencia, que vean los nombres que pretenden no conocer al citar sólo estadísticas.

Material visual y escrito, con colores que indican en verde si las buscadoras aún guardan la esperanza de localizar a su ser querido; en naranja si la persona dueña de los zapatos sobrevivió a un proceso de desaparición; en rojo si la persona buscadora fue asesinada en sus actividades de búsqueda y en negro si la persona desaparecida fue localizada sin vida.

Material de memoria con el buscamos honrar el trabajo de miles de personas buscadoras y que, en el marco de este 30 de agosto, queremos dedicar a Mario Vergara. Buscador que recorrió el país entero, compartiendo sus aprendizajes sobre la búsqueda en campo, un buscador audaz reconocido por la dulce sonrisa que le acompañaba y que abandonó este plano el pasado 18 de  mayo de 2023 pero que dejó una profunda huella en cientos de corazones hermanados en la búsqueda de su hermano Tomás.

A él y a todas las personas buscadoras que han partido sin localizar a sus seres queridos, las honramos, su trabajo y el camino trazado estarán PRESENTES, AHORA Y SIEMPRE.