No servirá resistir cuatro años: el fenómeno ultraderechista no es superficial y ya tiene un líder para reemplazar a Trump, con un potencial destructivo mucho mayor. México debe construir instrumentos para devolver, desde Estados Unidos, los golpes que le lanzan desde Estados Unidos
Los retos y amenazas que plantea el cambio de carácter del sistema político estadounidense no son solamente de corto plazo. Hay quienes proponen enconcharse y aguantar hasta que pasen los cuatro rounds o años del mandato de Donald Trump, como hizo el mundo de 2017 a 2020. Pero este renovado periodo confirma que se trata de un fenómeno de largo plazo y réplicas globales, que no se va a acabar con la Administración, la salud o la vida de su protagonista.
Porque detrás de él, o a su lado y casi enfrente, hay otra figura con características evidentes que anticipan un impacto tóxico de mucha mayor andadura y profundidad que el de Trump: Elon Musk.
Las respuestas que nos debemos plantear, ante las fuertes alteraciones de los contextos regional y mundial, así como del equilibrio entre los poderes políticos y los financieros y tecnológicos, se deben proyectar a muchos niveles. En este artículo, me concentraré en los ámbitos organizativo, popular, mediático y comercial, para imaginar medidas viables que el Estado mexicano puede emprender para fortalecer tanto su posición negociadora como su capacidad de resistencia ante los peores escenarios.
El factor Musk
El fenómeno trumpista lleva este nombre tan solo porque su figura más visible es Donald Trump. Pero no surgió con él y, quizás poco después de que desaparezca del escenario -o incluso antes-, irá separándose de su personalidad y dejándose representar por otra, la de Elon Musk.
Tras la derrota electoral de 2020, marcada escandalosamente por el caótico y casi folclórico intento de golpe de Estado del 6 de enero de 2021, no se debilitó significativamente el movimiento ni tampoco Trump, que de nuevo remontó en las encuestas, aprovechando los graves errores de los demócratas al respaldar el intento de reelección de un Joe Biden intelectualmente incapacitado para ello.
Su fuerza, sin embargo, por un momento pareció insuficiente para enfrentar el cambio de juego de los demócratas, reanimados por la sustitución de su candidato por Kamala Harris.
Ahí entra Elon Musk, con su prestigio de exitosísimo empresario hipervanguardista, admirado por parte de la juventud; su influyente plataforma X (Twitter); y su disposición a invertir cientos de millones de dólares -275-, muchas veces más que cualquier otro megadonante en la historia electoral del mundo.
Lo hizo en la campaña de Trump y precisamente en las siete entidades llamadas swing-states o estados bisagra, porque son las únicas que cambian de color político y definen al ganador final.
Todas ellas terminaron inclinándose por Trump. Pero algunas por márgenes muy pequeños. Musk publicita su intervención como el factor clave que le concedió la victoria a su aliado y es posible que haya sido así. Al menos en los tres del norte, que le hubieran dado la Presidencia a Kamala Harris si los hubiese ganado, la ventaja de Trump fue mínima: Wisconsin (0.9%), Michigan (1.4%) y Pensilvania (1.7%). En Georgia, fue de 2.2%.
Líder ultra para décadas
Los observadores se preguntan cuánto tiempo puede durar la convivencia entre los egos gigantes de Trump y Musk. Pero si el primero está recuperando un enorme poder político, el segundo tiene las de ganar en el mediano plazo, así solo fuera por la edad: es 25 años más joven.
Musk tiene solo 53 años, una fortuna 77 veces mayor que la de Trump (425 mil millones de dólares) y la red sociodigital X. Además, está más que dispuesto a interferir abiertamente –siempre a favor de la ultraderecha- con ofensivas de tweets y cañonazos de decenas de millones de dólares en los sistemas democráticos de Estados Unidos y de Gran Bretaña (prometió cien millones para el partido xenófobo Reform UK), así como en la Unión Europea (está llamando a votar por el neonazi Alternativa por Alemania).
Pero es improbable que se detenga ahí: Musk quiere rediseñar el hemisferio occidental, por lo menos, y ya lleva años rascando en América Latina, lo mismo amenazando en Bolivia (“Le vamos a dar golpes de Estado a quien queramos. ¡Asúmanlo!”) que intentando subvertir la legalidad en Brasil para que no le cobren impuestos.
En todo caso, la extrema derecha trumpista y las europeas ya tienen proyectos compartidos en marcha para fortalecer o impulsar partidos y figuras antidemocráticas en América Latina, reuniéndolos en las conferencias CPAC o financiándolos vía organizaciones como Atlas Network.
No se puede descartar que estos esfuerzos u otros similares sean pronto lubricados con decenas de millones de Elon Musk y capturados por él.
Cinco políticas públicas
Como país, México puede construir nuevos instrumentos con los cuales influir en su vecino boreal y fortalecer sus posiciones negociadoras. Ahora se vuelve a revelar lo necesario que es, probablemente más que nunca. No solo para contener las medidas con las que Trump quiera darle un carácter épico al inicio de su gobierno, sino para enfrentar a pie firme los vendavales que soplarán por mucho tiempo, si no se logra ponerles un alto.
Estas son cinco ideas que podrían ser incorporadas a las políticas públicas del Estado mexicano:
- Impulsar organizaciones de base de personas de origen mexicano y latino, con una agenda de defensa de los derechos de migrantes y de la clase trabajadora, con énfasis en las luchas sociales como forma de contener o revertir la erosión del poder latino que lleva a cabo la derecha a través de la explotación del conservadurismo religioso y moralista, que conduce a muchas personas a votar en contra de sus intereses y a favor de racistas como Trump. Dedicadas a promover programas, plataformas y candidaturas favorables, y a combatir las de los opresores de minorías y trabajadores. Hace un año, ante los ataques de candidatos republicanos contra México, el entonces presidente López Obrador amagó con pedir el voto contra ellos. No lo hizo pero tampoco contaba con herramientas para llevarlo a cabo. Estas serían comprometidas con el establecimiento de alianzas coyunturales y permanentes con sectores de coincidencia.
- Crear un proyecto o proyectos de lobbying similares en su funcionamiento -aunque diametralmente opuestos en sus objetivos- al AIPAC (Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel) o a la Asociación Nacional del Rifle (NRA). En distintos momentos, México ha contratado a bufetes de abogados para representar sus intereses ante los poderes federales. Es costosísimo. Sobre todo, en AIPAC y NRA, los letrados no son externos sino que pertenecen a las organizaciones, son militantes convencidos de sus objetivos, son arropados por sus correligionarios y tienen actividades de manera permanente, no alrededor de asuntos puntuales. Un lobby mexicano podría tener un presupuesto gubernamental permanente, adecuándose a las leyes estadounidenses, y al mismo tiempo sostenerse en y activar a la comunidad de origen mexicano.
- A través de cámaras de comercio y de industria, unificar, coordinar y fortalecer la acción conjunta de las grandes y pequeñas empresas mexicanas, estadounidenses y canadienses en contra de los aranceles excesivos y las restricciones arbitrarias que pretende imponer Trump y que ya impulsan gobernadores como el de Texas, perjudicando a las compañías de los tres países.
- Fortalecer medios y figuras mediáticas, comunitarios y públicos, en México y en Estados Unidos, en castellano y en inglés, que sirven a la comunidad de origen mexicano y latino proveyéndola de información útil para proteger sus intereses y promover el sentido de identidad y de clase. La cadena Univisión -la más importante en español- se convirtió en portavoz de la campaña trumpista, ayudándola a modelar un conservadurismo latino que se volcó a votar bajo impulsos moralistas e individualistas, en lugar de seguir criterios sociales y de interés colectivo (en México, debería difundirse el papel de los altos ejecutivos de la empresa Televisa en este cambio de línea política de Univisión). Es vital contrarrestar la captura mediática de la opinión y el voto latinos.
- Establecer una política de alianzas con gobiernos latinoamericanos y europeos igualmente amenazados por el trumpismo o el trompomosquismo, para establecer estrategias conjuntas. A juzgar por sus declaraciones, el presidente electo estaría dispuesto a declarar una guerra comercial global como nunca se ha visto, imponiéndoles aranceles absurdos lo mismo a México y Canadá que a China y la Unión Europea, que en conjunto representan más de la mitad del PIB mundial. En negociaciones bilaterales, en aislamiento, será difícil oponerse con éxito. Hace falta acordar respuestas multilaterales.
El objetivo en general debe ser crear fuerzas suficientes para poner en riesgo las bases políticas y económicas del nuevo poder extremista estadounidense, y para contenerlo aunque se metamorfosee en muskismo o lo que sea.
En contraste con Justin Trudeau, que renuncia a su mandato tras haberse puesto en situación de ser humillado por Trump y Musk, la postura de adulta en la sala de la presidenta Claudia Sheinbaum, con firmeza y seriedad, parece haberle ganado el respeto del presidente electo, a juzgar por los mesurados pero relevantes elogios que le ha dedicado.
No será suficiente ni durará para siempre, en cualquier caso: México debe fortalecer su capacidad de devolver los golpes que le dan desde Estados Unidos, desde adentro de Estados Unidos.