La vecindad con Estados Unidos nunca ha sido sencilla para México. Aunque la llegada de Donald Trump al poder por segunda ocasión añade nuevas amenazas, varios de los conflictos actuales se fueron configurando desde la primera administración trumpista y la recién terminada de AMLO.
Los principales temas de la agenda bilateral han sido comercio e inversiones, seguridad y migración, cada uno de estos con sus propios roces en distintas coyunturas políticas. Sin embargo, el momento actual es probablemente el primero en muchos años en que las tensiones crecen de forma simultánea en estos tres rubros. En este artículo abordaremos algunos aspectos de la relación comercial entre ambos países.
El tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá en 1994 fue el punto de partida para profundizar la integración comercial entre los tres países. Desde entonces, los flujos de comercio e inversión se han incrementado de forma sostenida. Sin embargo, nadie contemplaba el reto que representaría el ascenso de China como potencia económica, y especialmente, como líder exportador que paulatinamente fue desplazando a México como principal proveedor de manufacturas a Estado Unidos. A partir de las tensiones geopolíticas, en 2023 México recuperó su papel como el principal socio comercial de Estados Unidos, a donde se orientaron el 82% de sus exportaciones (490 183 millones de dólares) y de donde provienen 42% de sus importaciones (255 439 millones de dólares). Estas últimas reflejan el incremento de las importaciones de mercancía china de todo tipo (bienes de consumo, autos, maquinaria) y su impacto comercial en todo el mundo como potencia exportadora difícil de igualar.
No obstante, buena parte de las cifras de exportaciones de México son en realidad comercio intrafirma, es decir, cuando la matriz de una empresa global envía productos a una subsidiaria que realizan diversos procesos de ensamble para producir bienes finales que serán exportados a los mercados de mayor poder adquisitivo como Estados Unidos y la Unión Europea. El mejor ejemplo es la industria automotriz: de acuerdo con el Registro Administrativo de la Industria Automotriz de Vehículos Ligeros, en 2024 se produjeron 3,989,403 vehículos ligeros, el 87% de los cuales fueron exportados, siendo Estados Unidos el principal destino, que absorbió 79% de dichas exportaciones.
Los flujos de Inversión Extranjera Directa (IED) responden también a esta dinámica, por lo que no ha dejado de crecer en los últimos años. De acuerdo con cifras de la Secretaría de Economía, entre 2016 (llegada de Trump al poder) y 2023 ingresaron al país 203 000 millones de dólares, promediando 33.8 mdd anuales. En esos años los recursos provenientes de Estados Unidos han representado entre un tercio y la mitad del total de IED que llega al país. No obstante, aunque aún pequeña, la inversión china en México ha tenido un crecimiento sostenido en los últimos años: mientras en 2019 fue de 85.6 mdd, en 2022 ingresó el monto más alto con 569.9 millones de dólares. En total, entre 2019 y 2023 se registraron 1 227 millones de dólares por este concepto.
El anterior escenario describe la dinámica normal de las cadenas de producción globales en las que México está inserto desde hace 30 años, presentándose como un éxito, sin grandes cuestionamientos de las élites políticas y económicas. Evidentemente, las cifras globales dicen poco sobre el hecho de que estos procesos han beneficiado a algunos sectores en detrimento de otros, generando enormes diferencias sectoriales y regionales. Uno de los efectos colaterales ha sido la migración de millones de personas a Estados Unidos, generando un creciente flujo de remesas que han servido para paliar las desigualdades económicas y los vacíos de las políticas sociales. Para darse una idea de su importancia, en los últimos siete años el ingreso de remesas se duplicó, pasando de 30 942 millones de dólares en 2017 a 63 318 en 2023, acumulando casi el doble de la IED para el mismo periodo.
Las cifras anteriores sirven para dimensionar la gran interdependencia entre las tres economías de Norteamérica. Quizá ahí radican parte de las razones por las que un gobierno autoproclamado de izquierda ha salido varias veces a defender su pertenencia al bloque comercial y ratificar su apego a este modelo de inserción en la economía internacional. Del otro lado, llega un presidente aparentemente liberal que se asume como proteccionista.
Aunque México ha sido acusado de ser la puerta trasera para la entrada de productos chinos al mercado norteamericano, hasta ahora también se ha beneficiado de las tensiones geopolíticas entre China y Estados Unidos, así como de la necesidad de este último, junto con Europa, de reducir la dependencia comercial hacia China y la amenaza a la hegemonía tecnológica occidental. En ese contexto, la actualización en 2020 del tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC), representó la confirmación de la alianza para enfrentar estos desafíos, contemplando a nuestro país como uno de los destinos preferentes para relocalizar parte de la producción que actualmente se realiza en el país asiático. El fenómeno del neashoring ha representado nuevas inversiones para este fin, principalmente en los estados de la frontera norte.
Sin embargo, la idea de que México sea un “socio confiable” para la relocalización de algunas cadenas globales de manufactura tiene varias implicaciones poco abordadas en los debates públicos. Para nuestros principales socios comerciales (Norteamérica y Europa) seguiremos siendo un proveedor de mano de obra y materias primas baratas para una manufactura “competitiva”. Esto significa que en el corto y mediano plazos no se vislumbra que el país cambie su forma de inserción en la economía internacional y se convierta en una amenaza como lo es ahora China. Para las élites mexicanas, el nearshoring representa la nueva gran promesa del desarrollo, como lo fueron en su momento las maquiladoras y el TLCAN. No hay una consideración de los probables efectos sociales, económicos y ambientales de este proceso de relocalización decidido en el exterior. Tampoco se discute a dónde, cuánta o cómo tendrían que ser esos grandes proyectos.
Todo este escenario se ha trastocado ante las amenazas de Trump de imponer aranceles de hasta el 25 % a las exportaciones mexicanas y de la próxima revisión del T-MEC en 2026. La imposición de aranceles tiene un propósito que va más allá de la disputa con China. Por una parte, una medida de este tipo, es acorde con su visión proteccionista -aunque ingenua- mediante la cual piensa reimpulsar su mermada base industrial. Por la otra, se trata de poner presión en los otros dos grandes temas de la agenda bilateral, para demandar medidas más enérgicas contra la migración y contra los grupos del crimen organizado que se ven como los únicos responsables de la crisis de muertes por fentanilo en Estados Unidos. Más allá de la retórica beligerante, así sea una aplicación parcial, busca cumplirle a su base electoral y demostrar que gracias a él se están resolviendo los problemas que fueron la bandera de su campaña electoral.
Sin embargo, dada la interdependencia entre las economías de la región, una aplicación general de las medidas arancelarias sería contraproducente para el objetivo de los gobiernos de mejorar la competitividad de los procesos de manufactura en la región. Es probable que se imponga el pragmatismo y se suavicen estas medidas. Hay algunos indicios de que la imposición de aranceles podría ser gradual, dado el efecto inflacionario que tendría en la economía regional.
Aunque la economía mexicana sería la más perjudicada, la administración de Claudia Sheinbaum está ampliando su margen de maniobra con la imposición de aranceles dirigidos principalmente a mercancías chinas y el anuncio del Plan México. En lo inmediato, busca reducir la presión política del próximo gobierno estadunidense y atacar un problema real que es creciente desbalance comercial con China. En el mediano plazo, el Plan México representa un nuevo intento de reindustrialización y sustitución de importaciones. Es evidente que este no es un resultado del “efecto Trump”, pero muestra un buen timing para enviar señales de que ya se está haciendo algo frente a China.
Más allá de ello, el gobierno mexicano tiene un enorme reto por delante para abordar los otros temas igual de delicados de la agenda bilateral, sin descuidar la compleja situación interna. Al final, narcotráfico, migración y violencia requieren un abordaje tanto local como regional.