Las comunidades indígenas poseen una historia compartida, donde se reflejan la memoria y los saberes de generaciones que se han encargado de preservar una forma de vida y trazar una identidad según sus visiones construidas desde el territorio y la cultura.
Es el caso de una comunidad de la Sierra Costa Nahua, en Michoacán, que decidió hacer de la libre determinación un ejercicio cotidiano, al explorar las posibilidades que ofrece entender la comunicación como un derecho humano, para hacer una lectura crítica sobre la tecnología, su accesibilidad y sus impactos en la vida comunitaria.
La Asamblea, como máxima autoridad de esta comunidad, nombró una comisión encargada de elaborar un diagnóstico de las capacidades y necesidades comunicacionales de la población. En este proceso territorializó la comunicación y, de acuerdo con sus propias expectativas y necesidades, propuso cuatro proyectos comunicativos que los pobladores aplicarán de manera autónoma, rompiendo la dependencia que existe entre el acceso a la tecnología y las empresas o el Estado.
Esta comunidad está reescribiendo su historia, transformando la negativa de las empresas a prestar servicios digitales en el lugar donde habitan, al construir la posibilidad de generar un proyecto sostenible regido por la participación y toma de decisiones comunitarias, en lugar de por los vaivenes del mercado.
En un primer momento se ha optado por fortalecer la comunicación al interior. Se plantea recuperar espacios que requieren de una intervención directa o el uso de medios audiovisuales como el perifoneo y la pinta de murales, para transmitir mensajes que van desde convocar a la faena o trabajo comunitario, y la organización ante un incidente de seguridad, hasta la expresión gráfica de la memoria en defensa del territorio. De esto se desprende la importancia de fortalecer los vasos comunicantes, mecanismos para convocar a la gente, transmitir información o registrar las vivencias desde y para la comunidad.
El segundo momento lo ocupan la telefonía celular y la radio comunitarias, útiles tanto en un sentido formativo como en el de difusión. A diferencia de los proyectos de fortalecimiento interno, en este caso se requerirá del trabajo conjunto de muchas fuerzas que aporten los elementos materiales, técnicos y tecnológicos necesarios para posibilitar que la población local disminuya la brecha digital que hoy padece. Ningún esfuerzo sería posible de no existir la voluntad colectiva por asumir un papel activo en la construcción de alternativas que muestren que la tecnología es accesible a todas y todos.
El aislamiento digital es resultado de la falta de alternativas para acceder a la tecnología. En tiempos donde la discusión sobre derechos digitales gira en torno a que la población pueda hacer uso de herramientas como internet o el teléfono celular, las zonas rurales están marginadas.
En esta comunidad, como en muchas otras del país, antes de pensar en ejercer el derecho humano a estar comunicado, es necesario generar la infraestructura para tal fin. Sin embargo, la carencia de equipo y personal técnico capacitado ha pasado de ser un conflicto desmovilizador a ser la batuta de un esfuerzo colectivo por generar, reproducir y sostener estas herramientas vitales de manera autónoma.