Entretenimiento online: la redefinición de nuestras preferencias

de Rodolfo Aguirre Reveles

En un post anterior sobre la "economía de la atención" abordé cómo las grandes compañías digitales han monetizado un nuevo bien, tan preciado y escaso: la atención prestada por sus millones de usuarixs. A través de la venta de publicidad, han acumulado enormes fortunas que refuerzan su capacidad para seguir delineando el contenido y las plataformas donde la gente lo consume.

En un esquema de negocios distinto pero que constituye la otra cara de esta economía —lo que The Economist llama "una revolución en cámara lenta"— otra vez empresas tecnológicas (desde Netflix y Amazon, hasta Spotify), a través servicios de suscripción a un amplio catálogo de contenido están redefiniendo la forma, y el negocio, de cómo consumimos el entretenimiento.

Esto toca principalmente a la televisión, al menos como la conocemos actualmente, pues parece destinada a un proceso de reconfiguración de gran alcance en el cual estas nuevas empresas tendrán un papel fundamental.

Por una parte, el negocio televisivo está siendo erosionado por la copiosa oferta de contenido gratuito que le quita ingresos por publicidad a las grandes compañías de entretenimiento; por otra, las suscripciones por una cuota fija están haciendo declinar rápidamente los abonados a los servicios de televisión por cable.

El futuro de los streaming parece tan promisorio que decenas de compañías se apresuran a ofrecerlo para obtener una porción de las jugosas ganancias. Una muestra de ello es el anuncio reciente de que Youtube a también ofrecerá un servicio de TV por suscripción.

Pero en todo este cambio lo relevante no está en el contenido por sí mismo, sino en los mecanismos que están monopolizando nuestra atención y refuerzan el creciente consumo de cada vez menos variedad de contenido. En un mercado que tiende rápidamente a la saturación de ofertas y la hipersegmentación, los algoritmos nos están creando nuevas burbujas, en este caso a través de “recomendaciones”. Así lo explica The Economist:

"Abrumados por la abundancia de opciones, [la gente] generalmente compra aquello de lo que está más consciente. Los algoritmos utilizados para hacer recomendaciones, ofrecidos en muchos sitios, refuerzan esta tendencia: empujan a los consumidores a lo que es más popular, en vez de mandarlos fuera a explorar las partes oscuras de la fila" [traducción libre].

En México la situación no es distinta, pues tanto las empresas tradicionales de entretenimiento como nuevas compañías, ante la caída de sus audiencias e ingresos, están creando sus propias plataformas digitales para tratar de competir tardíamente con los gigantes tecnológicos de Estados Unidos.

Sin embargo, con una abrumadora oferta de material hollywoodense, no se ve cómo puedan hacer una diferencia ante grandes competidores que además están produciendo cada vez más contenido propio. Se limitan a ofrecer más de lo mismo en un entorno ya de por sí marcado por reducidas posibilidades de explorar nuevo material, cuando justamente deberían apostar a la diferenciación a través de originalidad y calidad.

Esta actitud, algo conformista tanto a nivel individual como empresarial, contribuye a acrecentar el poderío de tales compañías y nos orilla paulatinamente a perdernos de una gran variedad de temas interesantes que vale la pena explorar.

La próxima vez que tengamos el control remoto en la mano (o la decisión en un clic), deberíamos pensar en toda la variedad de temas y géneros que existen más allá de los éxitos comerciales. Muchas de estas alternativas se pueden encontrar de forma legal, en español,  incluido contenido mexicano y gratuito.

La “economía de la atención”

de Rodolfo Aguirre Reveles

Se ha vuelto un lugar común declarar que vivimos en la Era de la Información y que tiene un alto valor para todo tipo de organizaciones, ¿pero es realmente así?

En un excelente artículo, Frank Rose, del Milken Institute, advierte que en un mundo saturado de información, donde casi cualquiera (no olvidemos la brecha digital) puede generar y difundir algún mensaje, es el tiempo que dedicamos a revisarlos lo que adquiere un alto valor, más que el mensaje en sí mismo. Rose sostiene que se han invertido los papeles y debido a la sobreabundancia de información, el valor de esta tiende a cero, mientras que asciende el valor de su opuesto: la atención.

Paradójicamente, esto fue vaticinado hace casi cincuenta años —en un momento histórico relativamente escaso de información— por el futuro premio Nobel de Economía Herbert A. Simons, en los siguientes términos:

“En un mundo rico en información, la abundancia de ésta significa falta de algo más: la escasez de lo que la información consume. Lo que consume es por demás obvio: la atención de sus receptores. Por lo tanto, la riqueza de información genera pobreza de atención y una necesidad de colocar eficientemente dicha atención entre la sobreabundancia de fuentes de información que pueden consumirla.” (traducción libre)

De esta manera, ese bien intangible llamado atención adquiere un alto valor y se convierte en objetivo de las empresas. A pesar de su carácter, en la inmensa mayoría efímero, estos shares, views y likes son altamente monetizables en un mundo de millones de plataformas ávidas de tráfico. Y son aquellas que comprendieron esto a su debido tiempo o que construyeron sus plataformas en función de ello, las que ahora se erigen en gigantes tecnológicos como Facebook y Google.

A través de sus algoritmos, ofrecen a todo tipo de instituciones (empresas, gobiernos, organizaciones) la colocación de mensajes a la medida —o al menos eso prometen— en el lugar que importa: el ojo de sus millones de visitantes, así sea por un segundo. Pero tanto en el espacio digital como en el material, iteración es distinto que interacción. Pasamos cada vez más tiempo conectados pero con cada vez menos profundidad, saltando continuamente entre temas, plataformas y apps.

Frank Rose resalta que no es que tenga problema con la viralidad, pues es la forma en que se difunden noticias e ideas actualmente, sino en cómo medimos el éxito de un mensaje y la conducta que promueve ese tipo de medición. Para romper esa dinámica de superficialidad, el autor refiere a empresas que están volviendo a lo que debería ser de sentido común: enfocarse en factores de involucramiento como el tiempo que la gente utiliza para leer o comentar.

En vez de optimizar shares y views para Facebook, crear métricas de atención y ayudar a la gente a encontrar contenido relevante que vale la pena compartir tanto como un video chistoso, que eran algunas de las premisas iniciales de la web. Mientras ese retorno a un pasado idealizado pre-redes sociales parece poco viable, no estaría mal volver a pensar en el sentido de nuestro siguiente like.

 

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