El muro

EL PASO, TX – Estoy acostumbrada a convivir con el muro. Lo he visto todos los días desde que llegué hace nueve años a esta ciudad desértica que colinda con Ciudad Juárez, México. En un vecindario del centro de la ciudad, el muro delimita el patio trasero de las casas. En ese mismo barrio, llamado Chihuahuita, hay departamentos con balcones que miran hacia Juárez a través de esa valla cuadriculada. En el jardín central del vecindario, los columpios y los resbaladeros tienen como telón de fondo el muro.

Cuando manejo al centro o al este de la ciudad, el muro que se extiende a lo largo de la carretera I-10 me recuerda siempre que del otro lado, muy muy cerca, está mi país de origen.

Lo veo también en varios de mis estudiantes, que inician su jornada a las 5 a.m. para cruzar desde Juárez a El Paso y poder llegar a tiempo a su clase en la Universidad. A veces, la línea de cruce por el ‘muro’ burocrático de los puentes puede tomar hasta dos horas. Quizá más ahora que se han intensificado los controles migratorios.

En la frontera uno convive todos los días con el muro físico –pensado para detener la inmigración ilegal– como con el muro burocrático –que funciona para controlar el ingreso de extranjeros y mercancía por las vías legales. Es parte de la dinámica binacional.

Pero el muro del que está hablando Donald Trump es muy distinto: No es sólo el cercado físico que empezó a construirse desde hace 20 años a lo largo de la frontera; el de Trump es un muro de odio, racismo y xenofobia.

El miedo ha permeado  la comunidad hispana. Y no tiene que ver con su estatus migratorio. El hecho de ser hispano, de tener un color de piel distinta, un acento distinto, pone a la gente en riesgo.

Organizaciones civiles a lo largo del país y de la frontera han empezado a documentar casos de abuso y maltrato. Los abogados migratorios se preparan para enfrentar en las cortes irregularidades en casos de deportación. El congresista demócrata, Beto O’Rourke, llamó a cerrar filas para proteger a los inmigrantes, pero su llamado ha enfrentado la oposición de cientos de sus representados que lo acusan de ‘defender’ la ilegalidad.

Una maestra de preparatoria me decía hace poco que algunos de sus alumnos han sido acosados por sus compañeros anglosajones. ‘Regrésate a México. No te queremos aquí’, les gritan con frecuencia. Con desasosiego me dice que ella sabía que había odio en Estados Unidos, pero no qué tan profundo y extendido podía ser.

La retórica de Trump ha desenterrado ese odio y lo ha materializado en la idea de un muro infranqueable que separará las dos naciones.

Su muro físico hará mucho más difícil y peligroso –más no imposible– el cruce de indocumentados a Estados Unidos. Su otro muro, el de odio, tendrá consecuencias lamentables para la vida de este país que parece estar olvidando la historia de sus propios  fundadores.