La cumbre del G20 en Buenos Aires

Análisis

Diez años después de la implementación de las cumbres a nivel de Jefes de Estado y de Gobierno, el Foro del G20 atraviesa una profunda crisis de sentido y de liderazgo. 

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Atrás quedaron los tiempos en que la plataforma del G20 era considerada una instancia clave para que los principales países industrializados y emergentes encontraran respuestas a los retos más importantes de la política económica, en particular de la crisis financiera mundial. Esa era la idea del ex Primer Ministro británico Gordon Brown, quien organizó la cumbre de Londres en 2009 con el objetivo explícito de convertir al G20 en un órgano de control central relativo a las reformas de los mercados financieros para evitar que se repitan crisis como la de 2008 en el futuro y garantizar el crecimiento y el empleo en todo el mundo.

Sin embargo, con la estabilización de la economía mundial, el entusiasmo inicial por las reformas y la función del Grupo G20 como instancia de gobernanza mundial desapareció. Si bien es cierto que los comunicados del G20 nunca han tenido un carácter vinculante, sino más bien un cierto efecto como señal, en los últimos años, el contenido se ha vuelto más y más débil y las reuniones han perdido crecientemente su carácter multilateral, mientras que la importancia de los acuerdos bilaterales logrados en el contexto de las cumbres ha aumentado.

Además, las condiciones internacionales han cambiado radicalmente. Con la llegada de Donald Trump al gobierno de la potencia industrial occidental más importante - él ganó las elecciones con el lema "Estados Unidos Primero”, - se impulsó el proteccionismo y se llevó a las relaciones transatlánticas a un mínimo histórico. Según el historiador Robert Kagan en su libro "The Jungle Grows Back”, el cambio de rumbo en los Estados Unidos fortaleció la posición de los autócratas en varias partes del mundo.

Un consenso mínimo sin contenido - ¿es un éxito?

El grupo del G20, que se había formado para promover el libre comercio, la democracia, la seguridad alimentaria, la protección del medioambiente y la igualdad de género en todo el mundo, se transformó en un club dominado por "machistas, ególatras, autócratas y soldados aduaneros" (Boris Herrmann, en su comentario sobre la Reunión del G20 para el Süddeutsche Zeitung). Es decir, por "hombres como Donald Trump, Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdoğan y Xi Jinping, por no mencionar al príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman", sospechoso de haber ordenado o al menos haber tenido conocimiento del asesinato del periodista disidente Jamal Khashoggi.

En este contexto, ya es un éxito que el país anfitrión, Argentina, haya logrado evitar un fiasco en la reunión del 30 de noviembre y 1 de diciembre de 2018, similar al de la reciente cumbre del G7 en Canadá, en la cual el Presidente Trump se marginó del documento final. En las duras negociaciones nocturnas, los mediadores fueron capaces de redactar un breve comunicado final, el cual, según numerosos observadores de la cumbre, refleja solo un consenso mínimo en gran medida vacío, si bien la prensa nacionalista argentina lo celebró como un gran éxito por parte del anfitrión Macri.

Klaus-Dieter Frankenberger, editor responsable de política exterior del periódico Frankfurter Allgemeine, lo resumió de forma menos amable, pero más precisa:

"Cuando los representantes de las democracias occidentales, las dictaduras asiáticas y los estados autoritarios se reúnen, cuando el nacionalismo encuentra cabida incluso en los gobiernos occidentales, entonces uno debe alegrarse por cada acuerdo que se alcanza. Entonces se considera un éxito que los participantes llegan a un acuerdo sobre una declaración final".

La gestión de crisis se pospone hasta próximo año

Al igual que en Hamburgo, fue necesario hacer importantes concesiones a los intereses de los Estados Unidos para llegar a un consenso. Esto se refleja en las definiciones en política climática y comercial.

Si bien es cierto que los estados liberales encabezados por Alemania, Francia y Canadá lograron que el comunicado apoyara los principios del comercio multilateral y un orden internacional regido por normas, el comunicado hace concesiones con respecto a la pretensión de los Estados Unidos de reformar la Organización Mundial del Comercio (OMC):   

 

"El comercio y la inversión internacional son motores importantes del crecimiento, la productividad, la innovación, la creación de empleo y el desarrollo", dice el comunicado. "Reconocemos la contribución que el sistema multilateral de comercio ha hecho para ese fin. Actualmente el sistema no está cumpliendo con sus objetivos y hay espacio para su mejora".

Esto pospone la gestión de la crisis hasta la cumbre del próximo año en Japón. Algunos analistas, como Larry Elliott en The Guardian, ya temen que luego de la misma la OMC baile su último tango. Asimismo, el párrafo sobre la migración y las causas de los desplazamientos también es pobre y se limita a afirmar que los refugiados son un problema global que requiere una acción conjunta, aunque no especifica cuál.

Según numerosos diplomáticos europeos citados en el análisis de la cumbre que hace el británico The Guardian, se trata de un consenso mínimo: "La decisión realmente fue que no hacemos nada. No ocultaremos nuestra decepción, pero al menos tenemos algo". Karin Bensch, de la radiodifusora alemana WDR llegó a exigirlo en su comentario sobre la cumbre de Buenos Aires: "Fuera el G20". "El G20 no ha dejado de sobrevivir porque la idea de pensar en grande sea fundamentalmente errónea sino porque se ha perdido la voluntad política de muchos actores", dice la periodista en su comentario para el noticiero alemán Tagesschau.

Un pequeño acuerdo sobre política climática

De hecho, la atención que se ha prestado a las cuestiones de seguridad y la amenaza de una guerra comercial entre los Estados Unidos y China ha dejado en segundo plano temas urgentes como una política comercial justa, la lucha contra el cambio climático y una política migratoria justa, para los que sería imperativo encontrar soluciones globales.

Lo mismo aplica a la cuestión de la imposición mundial de las empresas digitales, para las que tampoco se encontró ninguna solución. Sí hubo mayor acuerdo en el compromiso con la igualdad de género como pilar central del crecimiento económico y el desarrollo justo y sostenible.

Sin embargo, los actores del proceso del W20 criticaron el hecho de que la agenda política de género del anfitrión argentino, que fue impulsada gracias al liderazgo de dos empresarias, se centrara unilateralmente en la integración en los mercados laborales sin incluir las demandas de las organizaciones centrales de mujeres por un debate diferenciado sobre la economía del cuidado.

En vista del difícil contexto, se puede observar como punto positivo que el documento final se refiere explícitamente al Informe Especial del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) y que, por primera vez, el compromiso de alcanzar la meta de 1,5 grados se incluye en un documento final del Grupo del G20.

Sin embargo, al mismo tiempo, el acuerdo sobre política climática también refleja la división entre el presidente de los Estados Unidos Donald Trump y el resto del mundo. Si bien los 18 Estados miembros y la UE se han comprometido a aplicar plenamente el Acuerdo de París, los Estados Unidos reafirman su decisión de retirarse del acuerdo mundial sobre el cambio climático. La canciller alemana Angela Merkel habló de una "señal clara sobre el cambio climático, al menos de parte de la gran mayoría”. El presidente francés Emmanuel Macron subrayó que, después de todo, la cumbre del G20 sobre el cambio climático no es un retroceso.

Falta de propuestas y medidas concretas

Sin embargo, esta evaluación pronto podría quedar obsoleta, cuando el recién elegido presidente brasileño Jair Bolsonaro, quien ya ha anunciado la despiadada explotación de la Amazonia, tome posesión a principios de 2019 y podría tener un efecto de atracción en países como Turquía, cuyo apoyo al Acuerdo de París ha sido bastante tibio.

Sin embargo, organizaciones como Germanwatch y Greenpeace critican el hecho de que la declaración final de Buenos Aires tome nota del informe especial del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, pero no saque ninguna conclusión clara al respecto. La declaración de los científicos es más clara que nunca: "Hasta el año 2050, todos los países deberán haber logrado la erradicación del carbón, el petróleo y el gas. El objetivo es reducir las emisiones a la mitad para 2030".

Y ahí precisamente es donde los países del G20 tienen un deber, ya que son responsables del 76% de las emisiones globales de CO2, lideradas por China, Estados Unidos, la Unión Europea e India. En particular, el sector energético, agroindustrial, la industria y el transporte son responsables de la mayoría de los gases de efecto invernadero. Las principales empresas multinacionales responsables del cambio climático también provienen de los países del G20, como ExxonMobil, Shell, BP, Chevron, Saudi Arabian Oil Company, Gazprom, China National Petroleum Corp, Total, Río Tinto, Petronas y Glencore, por nombrar solo algunas.

Por lo menos, los esfuerzos de los Estados Unidos y de otros países por hacer referencia en el texto a las supuestas "energías fósiles limpias", como el gas o el "carbón limpio", fueron rechazados. Poco a poco, cobra fuerza en el grupo G20 que el cambio energético hacia energías renovables es necesario y factible, pero faltan propuestas y medidas concretas que vayan más allá de las NDC voluntarias (contribuciones determinadas a nivel nacional). La declaración final del G20 envía entonces señales ambivalentes a la recién iniciada COP24 en la ciudad carbonífera polaca de Katowice.

La cumbre de los opositores al G20

A diferencia de la declaración final de Buenos Aires, las demandas de quienes se oponen a la cumbre fueron precisas. Ya en la semana previa a la cita, el evento de aniversario del CLACSO (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales) se utilizó para discutir las cuestiones centrales de la política mundial que habían sido marginadas en el contexto del G20: ¿Cómo se puede llevar a cabo el comercio mundial de manera justa, de acuerdo con los derechos humanos y ambientales, y cómo se puede frenar el poder del capital financiero y la corrupción?

Poco antes de la cumbre de Buenos Aires, críticos del libre comercio de Chile, Argentina, México, Brasil, Perú y Ecuador unieron sus fuerzas en una alianza de acción conjunta para destacar los efectos negativos de los acuerdos de libre comercio e iniciar un debate sobre el comercio mundial justo. Economistas agrícolas, médicos y nutricionistas presentaron los resultados de sus investigaciones en diversos foros y señalaron que un cambio agrícola hacia formas de cultivo ecológicas y agroecológicas no solo es fundamental para garantizar la seguridad alimentaria mundial y la soberanía alimentaria de los pueblos, sino que también puede contribuir de manera decisiva a la reducción de los gases de efecto invernadero.

En este contexto, surgieron críticas a que la presidencia argentina del G20 haya desempeñado un papel activo en la promoción del consenso climático, pero continuara centrándose en la expansión de las exportaciones de soja genéticamente modificada. Por ejemplo, parte de la prensa argentina celebró el acuerdo con la empresa estatal china Sinograin, que se comprometió a aumentar las compras de aceite de soja en 2018 y 2019, ignorando al mismo tiempo las consecuencias climáticas y ambientales del modelo de exportación agrícola.

La contradictoria política climática de Argentina

Las contradicciones en la política energética del anfitrión argentino también fueron analizadas de manera crítica. Argentina es uno de los países firmantes del Acuerdo de París sobre el Clima y ha elaborado el detalle de sus NDC. Sin embargo, según el análisis del “Reporte “Brown-to-Green” presentado por Climate Transparency, estos son insuficientes para alcanzar el objetivo de 1,5 grados. Pero Argentina no es el único país en el que eso ocurre. Esto también aplica a todos los demás miembros del G20.

Los expertos en clima y energía que se reunieron en varios foros en el período previo a la cumbre, también señalaron que los planes del gobierno para explotar el enorme yacimiento de petróleo y gas de esquisto Vaca Muerta estaban en flagrante contradicción con los objetivos de la política climática. El Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones Unidas, por ejemplo, recomendó que el Estado argentino reconsiderara su decisión de explotar Vaca Muerta en vista de su enorme impacto en el cambio climático.

Según el informe de la ONU, la extracción total de las reservas de gas de esquisto de Vaca Muerta utilizando la polémica técnica de la fracturación hidráulica consumiría un porcentaje significativo del límite mundial de CO2 que todavía podría emitirse para 2050, si se quiere alcanzar el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5 grados por encima de los niveles preindustriales. Un estudio de Oil Change International llega a una conclusión similar:

"La explotación de todas las reservas de esquisto de Argentina a su potencial máximo consumiría hasta un 15% de todo el presupuesto mundial de carbono necesario para cumplir con la meta de 1,5°C del Acuerdo de París".

En un foro sobre alternativas de transformación del sistema energético organizado por la FARN (Fundación Ambiente y Recursos Naturales:  Foundation Environment and Natural Resources), también se señaló que las inversiones en infraestructura necesarias para la explotación de Vaca Muerta dificultarían la erradicación del gas como detonante climático en el mediano plazo. Además del hecho de que, como señala Kathy Hipple, del Instituto IEEFA (Instituto de Economía Energética y Análisis Financiero – Institute for Energy Economics and Financial Analysis) en un análisis de la industria de la fracturación hidráulica en Estados Unidos y la ola de quiebras en empresas estadounidenses, el riesgo financiero es extremadamente alto.

Mensajes y costos de la cumbre

Es de esperar que los mensajes centrales de la sociedad civil crítica lleguen también a los jefes de estado del G20. La tradicional protesta contra la cumbre de Buenos Aires fue pacífica y creativa, a diferencia de Hamburgo, gracias a la excelente preparación de los organizadores, que no se dejaron impresionar por la masiva presencia policial. Los titulares negativos sobre los disturbios distraen la atención de la prensa (inter)nacional sobre las demandas y propuestas centrales de los opositores al G20. Los organizadores de las contracumbres lo saben bien.

Sin embargo, lamentablemente la prensa estuvo más ocupada con el conflicto de Crimea, la guerra comercial entre China y Estados Unidos y el caso Kashoggi, de modo que los debates centrales sobre el rol de la energía y el cambio agrícola en la política climática internacional y los desafíos para un comercio mundial justo fueron marginados. En una época en la que los enfoques multilaterales están siendo reemplazados crecientemente por el individualismo, el nacionalismo o los acuerdos bilaterales, la sociedad civil, que es crítica e interconectada a nivel internacional, representa un importante corrector que puede dar un impulso decisivo a la urgente necesidad de replantearse las cuestiones de la política climática, el comercio mundial y la política de migración.

Argentina, muy endeudada y sacudida por la crisis, gastó un total de más de 1.500 millones de dólares del tesoro público para financiar las actividades del G20 y esperaba que la cumbre trajera sobre todo reconocimiento internacional e inversión extranjera directa, desesperadamente necesarios. Por miedo a los disturbios, gran parte del centro de la ciudad de Buenos Aires se transformó en un área restringida. Se desplegaron temporalmente más de 25 mil efectivos policiales y militares, pero sin encontrarse con manifestantes violentos.

Con todo, los países de la Unión Europea, China y los Estados Unidos prometieron 2.500 millones de dólares estadounidenses de inversión en Argentina a corto y mediano plazo. Es de esperar que estas inversiones no se centren en la explotación de materias primas, sino que creen empleos y promuevan el desarrollo de la industria local.