La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer; en este interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos.
Antonio Gramsci (1971)
Pensar en el coronavirus del 2019 como un redentor del cambio climático o la degradación ambiental es una fantasía grotesca. Sin embargo, la reducción de las emisiones de GEI propicia una reflexión interesante sobre el estado del capitalismo y su papel en la construcción de la crisis climática. Mientras que la calidad del aire y las emisiones de CO2 pueden haberse reducido parcialmente, es importante recordar que la economía global está construida y se sostiene por la quema masiva de combustibles fósiles, por lo que aunque la COVID-19 presenta un ‘respiro’ para el planeta (el confinamiento ha reducido la demanda de petróleo drásticamente, pudiendo alcanzar una reducción de hasta 10 millones de barriles al día)1 la pandemia no implica, de ninguna forma, una solución a largo plazo al cambio climático. Si comprendemos el origen, la forma en la que decidamos enfrentar y salir de esta situación pueden entonces convertirse en una oportunidad importante para enfrentar el cambio climático.
La pandemia es sin duda una catástrofe. Pero la expansión del virus no es -únicamente- una consecuencia ‘natural’ o ‘biológica’. Las declaraciones misantrópicas que reflejan al virus como la 'vacuna' ante el verdadero problema (la humanidad), e incluso las respuestas maltusianas que surgen alrededor de narrativas como la ‘supervivencia del más fuerte’, no se han hecho esperar. Estas declaraciones, junto con las propuestas para ‘salir’ de la crisis, reflejan una simplificación del contexto en el que esta surge y retoman narrativas que abundan en el contexto y las discusiones sobre el cambio climático.
La COVID-19 es una rebelión ante la forma de organización social y natural del capitalismo. La desaceleración económica refleja la fragilidad y la inmediatez con la que se organiza y de la cual depende el capitalismo: En apenas unas semanas, el sistema comienza a caerse a pedazos. Sin embargo, sería un error pensar que este virus y la situación en la que nos encontramos serán el fin del capitalismo neoliberal. Aunque está experimentando los síntomas, las respuestas a la pandemia buscarán, una vez más, reanimar este modelo, probablemente de formas más violentas y agresivas que las que hayamos visto nunca.
El origen de la pandemia
Mientras se escriben estas líneas, el Coronavirus 2019, que se hizo público en noviembre del 2019, se ha expandido alrededor de todo el planeta afectando a 2.4 millones de personas y matando a un total de 171 mil2. La expansión del virus ha propiciado una transformación de la economía global. Por un lado, el confinamiento de un tercio de la población del planeta ha desacelerado la producción de mercancías y el comercio internacional, mientras que la falta de movilidad ha obstruido el constante movimiento de mercancías y personas que sostienen el modelo económico capitalista.
Aun cuando el origen geográfico de la pandemia sea Wuhan, la propagación del virus no pudo haber ocurrido de no ser por las estructuras de la globalización económica y el capitalismo. Es decir, aunque el virus viene de China, su verdadero origen está en la economía capitalista. Entonces, más allá de un problema natural, la pandemia es el resultado de una serie de factores económicos y políticos que han permitido la creación y expansión de una ‘superficie’ a través de la cual el virus puede esparcirse de manera casi ininterrumpida. El propio capitalismo es el principal vector del virus.
Así, las actividades de una pequeña parte de la población han causado el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero que a su vez han provocado el calentamiento global y el cambio climático. Los orígenes de esas emisiones, como las desigualdades que las sostienen, también nos predisponen a pandemias como la actual. Así, tanto la COVID-19 como el propio cambio climático son desastres ‘antinaturales’3 en los que, más allá de una era de los seres humanos (el Antropoceno), se hace evidente que vivimos en el Capitaloceno, es decir, en un mundo en el que las estructuras del capital se han convertido en la principal forma de organizar y producir la naturaleza.
Las respuestas a la pandemia
El neoliberalismo o capitalismo del desastre, como lo llamó Naomi Klein4, es una versión del capitalismo neoliberal que busca aprovecharse de las crisis socio-naturales, para profundizar los medios de extracción de valor y plusvalía que sostienen la acumulación de capital en una escala global. En el contexto neoliberal, el papel del Estado se reduce a ser un gendarme al servicio del capital. Mientras que la ideología de mercado se esparce como un virus, el estado-nación encarna los medios y fuerzas necesarias para reprimir la resistencia y eliminar cualquier obstáculo a la acumulación de plusvalía y capital.
Hasta hace unos meses, las estrategias de represión del Estado y otros grupos que buscan y defienden la acumulación del capital (incluidos grupos paramilitares y el crimen organizado) habían hecho cada vez más explícitas sus formas de agresión en contra de los ‘obstáculos’ que impedían el desarrollo de grandes proyectos de infraestructura y la extracción de minerales e hidrocarburos. Evidencia de esto es el número de asesinatos de personas defensoras ambientales, principalmente en Latinoamérica, cifra que alcanzó un total de 1,558 de 2002 a 2017, más 164 en 2018.
La desaceleración global propiciada por la COVID-19 ha puesto un alto -mas bien corto- a los procesos extractivos. Sin embargo, sería ingenuo pensar que las estructuras del capital no regresarán a aprovecharse de la situación. El capitalismo ciertamente seguirá existiendo después del Coronavirus, pero será diferente a la versión que conocemos del neoliberalismo o el capitalismo del desastre. La crisis financiera de 2007-2008 nos permitió ver algunos de los extremos a los que está dispuesto a llegar el modelo neoliberal, pero debido a la magnitud de la crisis actual, las respuestas para la “reactivación” y “normalización” de la economía podrán ser más agresivas y destructivas. En otras palabras, los gobiernos, en un desesperado intento por restablecer el orden social y político a la normalidad y con el fin de restablecer el flujo y la acumulación del capital, están buscando sentar las bases de lo que puede ser un estado permanente de emergencia que les permita avanzar agendas al servicio del capital.
La imposición de un manejo biopolítico ante la emergencia ya se está traduciendo, en muchos países, en un oportunismo político en el que el razonamiento inmunológico en contra del virus comienza a reproducirse en contra de 'los otros'. Así, los gobiernos rápidamente toman el control del espacio político, debilitado por los últimos 50 años de neoliberalismo, y con la excusa de la emergencia comienzan a adoptar posturas cada vez más antidemocráticas, nacionalistas y extremistas. En ocasiones la toma de poder es absoluta y explícita, como es el caso de Victor Orbán en Hungría, pero en otras, las medidas tienden a ser encubiertas o progresivas. En Estados Unidos, Donald Trump ha utilizado la pandemia en repetidas ocasiones como recordatorio de la necesidad de construir un muro y ‘fortalecer la frontera’ y para eliminar restricciones ambientales, algo que también ha sucedido en China.
Por su parte, las empresas petroleras han aprovechado la oportunidad de la cuarentena impuesta para reavivar proyectos de infraestructura como el oleoducto Keystone XL, que busca transportar arenas bituminosas de Canadá al Golfo de México, mientras que las y los activistas que lo han frenado están confinados por la pandemia. Paquetes de rescate de muchos países están dando millones de dólares a las petroleras. Estados Unidos destinó 500 mil millones de dólares a corporaciones, sin restricciones para su gasto; y en México, con pandemia y un Estado debilitado, PEMEX recibió 65 mil millones de pesos.
La expansión del estado de emergencia comienza a producir estados de excepción, en los que el control y manejo de la vida son la prioridad máxima. Como lo señaló Giorgio Agamben, el coronavirus se ha convertido en la excusa perfecta para instituir el estado de excepción, en donde la salvaguarda de la vida se convierte en una oportunidad para tomar el control del Estado5. Aunque es cierto que el control de la vida es la finalidad de la biopolítica (por ejemplo: defender la vida a toda costa, lo que Agamben llama vida desnuda -bare life-), también lo es que la biopolítica considera a la vida como sujeto o cuerpo sin poder o agencia, como algo maleable con el fin de asegurar la disciplina y la conducta --por ejemplo, a través de la producción de sujetos y conductas que reafirman y sostienen el neoliberalismo.
La COVID-19 parece no discriminar, por la forma en la que se expande y transmite, lo que pone en una contradicción el uso de las medidas biopolíticas para sostener el régimen capitalista neoliberal. Esta contradicción estriba en gran medida en la separación moderna entre la naturaleza y la sociedad; y a su vez, instaura una nueva forma de gobierno que buscará profundizar el control de la vida desde un punto de vista político, más allá de la condición biopolítica: si la vida (humana) debe ser defendida a toda costa, ¿cómo funcionarán estas medidas si los seres humanos son los transmisores del virus? En este sentido, la guerra en contra de la COVID-19 se convierte en una guerra civil, en donde el enemigo somos nostrxs.6
Esta es una consecuencia paradójica de la visión biopolítica, que implica nuevas formas de represión y securitización de la vida que tendrán impactos diferenciados entre distintas vidas, las cuales tendrán diferentes valores y prioridades en los procesos de recuperación y de regreso a la normalidad después de la pandemia. En otras palabras, aunque el virus no discrimina, las desigualdades sociales y económicas en las que se extiende la pandemia y en las que se dará su ‘recuperación’ se asegurarán de que el virus tenga un impacto diferenciado.7 Esta situación es un eco del problema espacial y social que presenta el cambio climático.
Esta paradoja se hace aún más evidente con las propuestas de recuperación que se han impulsado para resolver la crisis. La inyección de miles de millones de dólares a la economía -solución financiera-, no significa nada si el problema estriba en el control de la vida y la desactivación de los cuerpos necesarios para sostener la producción. Como asegura Franco Berardi, el dinero no puede comprar las vacunas que no tenemos o reactivar una economía sin los medios de producción.8 Sin embargo, una vez que los cuerpos dejen de obstaculizar los procesos de acumulación y puedan ser disciplinados por el capital, estos paquetes económicos-financieros pueden convertirse en un paso para regresar a la normalidad.
¿Regresar a la normalidad?
Muchos políticos y empresarios experimentan esta situación como una especie de Apocalipsis, desesperados por regresar a la normalidad. El problema es que, para un importante número de personas, esa normalidad ya representa un Apocalipsis. La expansión de las fronteras de mercancía y las estructuras del capital a nivel global tienen un costo cada vez más grande en las poblaciones subalternas a los ojos del capitalismo (los pueblos indígenas, las mujeres -asociadas a los roles de género esparcidos y aprovechados por el capitalismo en los espacios de cuidado y crianza-, los grupos de campesinos o las minorías raciales de un país). El papel de los movimientos sociales, ciudadanía y colectivos debería ser entonces el de evitar el regreso a la normalidad, denunciar las formas de acumulación y degradación asociadas al capitalismo y su incapacidad de ‘corregirse’, ‘enverdecerse’ o ‘humanizarse’.
El regreso a la normalidad significará no sólo el regreso del capitalismo fósil, con la reactivación de la infraestructura destinada a la extracción de combustibles y materiales, también significará el regreso de una nueva versión de la ‘economía verde’ y una propuesta ecomodernista, reforzada por la desaceleración de la COVID-19, con el fin de acelerar una “transformación” hacia un modelo que mantenga las estructuras del capitalismo neoliberal, pero con inversión verde.
La economía verde es una propuesta que asume que es posible mantener el crecimiento absoluto en un planeta finito y busca ‘pintar de verde’ el modelo económico capitalista, a través de tres principios fundamentales: El desacoplamiento de las emisiones de GEI del crecimiento económico; el desarrollo de servicios de y por medio del mercado de ecosistemas; y el desarrollo a través de la tecnología y la eficiencia. Llevarlos a cabo implica hacer más eficientes los medios de producción, la comercialización de la naturaleza a través de servicios y cuotas y el desarrollo de soluciones tecnológicas que no resuelven los problemas ambientales, sino que los desplazan en tiempo y espacio.9
Similar a las propuestas del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) en 200910, la economía verde es una estrategia que permite al capitalismo continuar con la expansión de sus fronteras de mercancía, expandiendo también los medios y formas violentos de explotación y saqueo de los espacios de reproducción social -típicamente asociados con la economía del cuidado-, la naturaleza -a través de la explotación de minerales y combustibles fósiles, de la ocupación de tierra para la expansión de energías renovables y la agroindustria; así como de la degradación de los ecosistemas y la atmósfera- y la esfera política -a través del vaciamiento del Estado y la reproducción de los medios de policía y violencia que sostienen las formas de acumulación a escala global.11
La Agencia Internacional de Energía (AIE) y la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA) han propuesto regresar a la normalidad a través de paquetes de estímulo económico que proponen una versión de la economía verde. La propuesta consiste en expandir la participación de las energías renovables como forma de atender el cambio climático y regresar a la normalidad;12 matando así dos pájaros de un tiro. Sin embargo, este modelo va aunado a una estrategia de crecimiento económico que promueve el desarrollo de megaproyectos en el interés de las inversiones y dividendos para accionistas, despojando a poblaciones indígenas, pueblos originarios y campesinos, así como destruyendo a especies y ecosistemas enteros en nombre de un modelo energético que busca expandir el consumo de energía (fósil y renovable), no reducirlo ni descentralizarlo.
Los paquetes de recuperación de la COVID-19, incluyendo la acelerada inversión en megaproyectos de energía renovable, corren el riesgo de convertirse en una revolución pasiva o un trasformismo (una estrategia para asimilar y domesticar ideas potencialmente peligrosas, ajustándolas a las políticas de la coalición dominante y que puede, por lo tanto, obstruir la formación de una oposición organizada al poder social y político establecido)13 que permitirá la ocupación de tierras y territorios, disfrazado de propuestas verdes y acciones 'ganar-ganar' que encubren un capitalismo cada vez más violento y salvaje.
Ante esta situación, nos enfrentamos a dos alternativas políticas que resurgirán de esta crisis: Podemos dar la bienvenida a un sistema tecno-totalitario14 que, verde o fósil, será una versión nueva y mejorada del neoliberalismo, con aún más control e información sobre nuestras vidas, las cuales a su vez serán más dependientes de nuestras interacciones virtuales. Pero también tenemos la oportunidad de reconfigurar nuestros sistemas alimentarios, energéticos y nuestras formas de vida y de trabajo a través de colectivos solidarios en distintas escalas, espacios que nos permitan comunicar nuestras respectivas luchas ante el avance del capital y movimientos que nos permitan transitar hacia una sociedad basada en principios de utilidad en vez de intercambio. Debemos detener a toda costa el regreso a la normalidad.
Algunas reflexiones sobre la pandemia y el cambio climático
Con el advenimiento de la COVID-19 y los paquetes de recuperación, los movimientos ambientales y sociales en México se enfrentarán a una profunda reconfiguración del capitalismo neoliberal. En este sentido, las formas de organización que busquen detener el avance del cambio climático, del capitalismo fósil y sus versiones disfrazadas de economía verde deberán reconocer la importancia de este momento para repensar nuestras formas de organización y trabajo. La separación y confinamiento de los cuerpos nos ha otorgado la oportunidad de revalorizar las cosas que damos por sentadas. Ha expuesto la importancia de los espacios de cuidado y de reproducción social que normalmente son relegados y explotados por el capitalismo; ha demostrado la importancia y el poder del trabajo para mantener las estructuras globales de producción y ha exhibido la importante resiliencia del entorno natural y su capacidad para recuperarse.
Entender esta pandemia como la solución al problema del planeta (el ser humano) es la lección equivocada. La COVID-19 (como el cambio climático) es el resultado de las organizaciones económicas y políticas del último medio siglo de neoliberalismo. La lección es que necesitamos oponernos, no retraernos. Como ya se dijo, el avance de las empresas y los gobiernos que buscan volver a la normalidad -en favor de unos pocos y a costa de otros muchos- amenaza con volver a un capitalismo cada vez más agresivo. Nuestras formas de organización durante y después de esta pandemia deben permitirnos identificarlo y hacerle frente.
Como hemos visto alrededor del planeta, las declaraciones de emergencia ante la pandemia funcionan como una estrategia que lleva a la instauración de estados de sitio; sin embargo, esto no es algo nuevo. Las declaraciones de emergencia climática que los movimientos ambientalistas pedían en 2018 y 2019 se aprovecharon como una revolución pasiva. Por ejemplo, en México, la declaración del Senado de la República en 201815 demuestra cómo acciones y propuestas que buscan transformar radicalmente pueden convertirse en actos sin contenido que legitiman y profundizan las estructuras capitalistas. Las respuestas tanto a la COVID-19 como a la crisis climática tendrán que evitar producir estados de emergencia, para enfocarse en construir movimientos con la capacidad de enfrentar una doble crisis. Las siguientes son algunas consideraciones para estos movimientos:
- Los movimientos ambientales y sociales deben definirse como movimientos anticapitalistas. Tal vez la lección más importante a retomar aquí es que el capitalismo no se puede enverdecer. Las propuestas que busquen sacarnos de la crisis sin cuestionar los modelos de crecimiento económico y las estructuras del capital se convertirán en trasformismos o revoluciones pasivas que mantendrán las estructuras violentas y los medios de desposesión del capital. Necesitamos un ambientalismo que apele a los intereses de la mayoría y no del 1%.
- Este el momento de formar redes de solidaridad, información y apoyo. Una de las consecuencias del distanciamiento social es que nos separa físicamente de otras personas y grupos. Sin embargo, la separación física ha producido una necesidad de convivencia que a su vez está reinterpretando y produciendo nuevas formas de solidaridad, redes de apoyo y grupos de diálogo y discusión. Estas redes serán espacios y procesos clave para organizarnos y mantener en comunicación a los diferentes movimientos, luchas y estrategias de resistencia, desde lo local hasta lo global.16 ¡Es el momento para organizarnos!
- El confinamiento también ha traído a la luz viejas injusticias (por ejemplo, las que padecen quienes no tienen casa, quienes deben confinarse en hogares machistas y violentos o quienes no pueden dejar de salir a trabajar durante la pandemia), pero también ha expuesto los espacios y formas de organización social de las cuales el capital puede producir valor sin dar nada a cambio. Por ejemplo, esta crisis nos ha obligado a revalorar el importante papel de los espacios de cuidado, enseñanza, alimentación y labores domésticas que normalmente están asociadas a un rol de género femenino; y la gran dependencia del entorno natural. La separación de las esferas privadas y públicas se ha desdibujado durante el confinamiento.
- Finalmente, este es el momento para reinventar y reutilizar las huelgas y demás estrategias de disrupción e interrupción de la logística del capitalismo. La posibilidad de producir un mercado global que depende fuertemente de la extracción de materiales y energía requiere del despliegue de máquinas, tecnologías y organizaciones logísticas a nivel planetario17 y la COVID-19 ha obstruido estas operaciones. Uno de los aspectos a reflexionar en este momento es de qué forma podemos mantener o transformar estas obstrucciones para detener el avance de estas industrias extractivas y qué alternativas existen (por ejemplo, los movimientos de soberanía alimentaria y soberanía energética que se han destacado en América Latina y otras partes del sur global).
Retomando la frase de Antonio Gramsci al comienzo del texto, nuestro deber es enterrar al viejo régimen, para dar vida a una alternativa radicalmente distinta, una alterativa solidaria, comunitaria y convivencial, basada en el valor de uso y no en el de intercambio.
Notas:
- Crist, Meehan (2020) “What the Coronavirus Means for Climate Change” The New York Times. Disponible en: https://www.nytimes.com/2020/03/27/opinion/sunday/coronavirus-climate-change.html
- Al 21 de abril del 2020. Disponible en: https://google.com/covid19-map/?hl=en
- Nelson, A. & Liegey,V (2020) “Coronavirus and degrowth” The Ecologist. The journal for the post-industrial age. Disponible en: https://theecologist.org/2020/apr/03/coronavirus-and-degrowth
- Klein, N (2009) “La doctrina del Shock. El auge del capitalismo del desastre” Booklet. Madrid
- Agamben, G. (2020a). ‘The state of exception provoked by an unmotivated emergency’. Disponible en: http://positionswebsite.org/giorgio-agamben-the-state-of-exception-prov…
- Chandler, D. (2020) The coronavirus: biopolitics and the rise of ‘anthropocene authoritarianism’ Disponible en: https://eng.globalaffairs.ru/articles/coronavirus-authoritarianism/ ; Agamben, (2020b) ‘Clarifications’. Disponible en: https://itself.blog/2020/03/17/giorgio-agamben-clarifications/
- Butler, J. Capitalism has its limits. Verso Blog. Disponible en: https://www.versobooks.com/blogs/4603-capitalism-has-its-limits
- Berardi, F. (2020) “Beyond the Breakdown: Three Meditations on a Possible Aftermath”. Disponible en: https://conversations.e-flux.com/t/beyond-the-breakdown-three-meditatio…
- Ver: Tornel, C. (2019). Alternativas para limitar el calentamiento global en 1.5°C Más allá de la economía verde. Disponle en: https://mx.boell.org/index.php/es/2019/12/08/alternativas-para-limitar-… y; Tornel, C (2019) Crecimiento económico y emergencia climática. Disponible en: https://redaccion.nexos.com.mx/?p=10929
- PNUMA, (2009). ‘Global Green New Deal’. Disponible en: https://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:iw0HXvc71ZoJ:http…
- Fraser, N. (2014). “Behind Marx’s Hidden Abode: An expanded conception of capitalism” New Left Review. Vol. 86. Disponible en: https://newleftreview.org/issues/II86/articles/nancy-fraser-behind-marx…
- Ver: https://www.iea.org/commentaries/put-clean-energy-at-the-heart-of-stimu… y; https://www.irena.org/newsroom/pressreleases/2020/Apr/Staying-on-Course…
- Newell, P. (2019) “Trasformismo o Transformation? The global political economy of energy transitions”. Review of International Political Economy. Vol.26, No.1, 25–48: 28.
- Berardi, F. (2020) “Beyond the Breakdown: Three Meditations on a Possible Aftermath”. Disponible en: https://conversations.e-flux.com/t/beyond-the-breakdown-three-meditatio…
- Campero, C y Montaño, P (2019) “Declarar emergencia climática ¿para qué?” Animal político. El Plumaje. Disponible en: https://www.animalpolitico.com/blog-invitado/declarar-emergencia-climat…
- Ver: Monbiot, G. (2020) The Guardian. Opinion. “The horror films got it wrong. This virus has turned us into caring neighbours” https://www.theguardian.com/commentisfree/2020/mar/31/virus-neighbours-…
- Arboleda, Martín (2020). “Planetary Mine. Territories of extraction under late capitalism” Verso Books. London and New York.