Los impactos de la pandemia del coronavirus en la economía mundial son dramáticos. Además del desplome masivo del comercio mundial, se está retirando capital de países emergentes en dimensiones históricas – solo en la fase inicial de la pandemia fueron 100 mil millones de dólares, según estimaciones del FMI. Las inversiones directas se han reducido de la misma manera que las remesas. Los precios de las materias primas caen, al tiempo que sube el gasto público para la lucha contra la pandemia.
Los impactos de la pandemia del coronavirus en la economía mundial son dramáticos. Además del desplome masivo del comercio mundial, se está retirando capital de países emergentes en dimensiones históricas -solo en la fase inicial de la pandemia fueron 100 mil millones de dólares, según estimaciones del FMI-. Las inversiones directas se han reducido, de la misma manera que las remesas. Los precios de las materias primas caen, mientras sube el gasto público para la lucha contra la pandemia. La deuda fiscal de muchos países se incrementa enormemente, y sobre todo para los países emergentes y en vías de desarrollo que ya cargan con una alta deuda, la crisis es como un acelerador de fuego. No solamente para los problemas económicos –las crisis sanitarias, provocadas por el COVID19, y las medidas para contener la pandemia, se juntan en muchos lugares con otras múltiples y profundas crisis estructurales: la pobreza, el hambre, las consecuencias del cambio climático, la injusticia de género y la economía explotadora del cuidado-. Y la pandemia afecta a trabajadores/as migrantes, migrantes y personas refugiadas con especial dureza. La crisis del COVID visibiliza las relaciones de explotación en la economía global, como el trabajo migratorio de millones de personas en la agricultura, la minería o el sector textil. La pandemia se junta con una inequidad masiva y la refuerza en interacción con todas las demás crisis -desde el desastre climático hasta los fracasos gubernamentales-. Porque, de hecho, las personas no estamos amenazadas de la misma manera por el virus, ni afectadas de la misma manera por las medidas para contener su expansión –eso demuestran ya, a estas alturas, los datos globales-. Los grupos vulnerables, los marginados en cada país, están afectados de forma desproporcionada. La pandemia incrementa, sin duda, la brecha global a corto plazo. Pero si se toma la crisis como un punto de partida para abordar la inequidad social y el cambio climático, con paquetes de ayuda y de alivio de la deuda para enfrentar las causas estructurales de la pobreza y la explotación de recursos, entonces la pandemia puede ser también una oportunidad de enfrentar las múltiples crisis entrelazadas. Muchas preguntas abiertas.
El mundo en una profunda crisis económica
Gobiernos en todo el mundo reaccionaron ante la pandemia con confinamiento, restricciones a la movilidad y cuarentenas, las cuales nos llevan a una crisis económica de dimensiones históricas. El ex-jefe de economía del FMI, Kenneth Rogoff, dice que nunca antes se había dado una crisis tan rápida y tan profunda. Ella afecta a todos los ámbitos de la vida, al sector productivo, al de servicios y a todos los rincones del mundo. El World Economic Outlook (Junio 2020) predice un desplome promedio del producto interno bruto a nivel global (PIB) de 4,9%. El pronóstico de verano 2020 de la Comisión de la Unión Europea asume que la economía en la zona euro se encogerá en 2020 en un 8,7%, y la de toda la Unión Europea en un 8,3%. Para Francia (- 10,6%) e Italia (-11,2%), estos desplomes del PIB son históricos.
En los países emergentes se espera la recesión económica más grave desde los años sesenta. Países como Brasil o Sudáfrica ya estaban debilitados desde antes de la crisis del coronavirus, y tendrán ahora una lucha especialmente difícil. En África hay una recesión económica por primera vez en 25 años. Las consecuencias parecen estar claras: Más hambre, más pobreza y una creciente inequidad en el mundo. Un desplome de un 5% del PIB global – según las estimaciones – significa pobreza extrema e inseguridad alimentaria para 85 millones de personas más.
La brutalidad del confinamiento: una crisis múltiple
Los grupos vulnerables son golpeados de manera doble y triple. El confinamiento, aunque necesario, es brutal visto desde una perspectiva global, y costará vidas humanas ya que personas en el sector formal e informal que viven del sustento diario van a perder su trabajo. La lucha contra la pandemia significa, para ellas, ponderar entre el riesgo de infectarse con el virus o de no comer.
Oxfam advirtió en julio del 2020 que, como consecuencia de la pandemia, podrían morir por hambre, hasta finales del año y a nivel mundial, hasta 12.000 personas diarias. En su informe, Oxfam estima que, este año, un total de 121 millones de personas podrían ser empujadas al borde de la inanición a consecuencia de los impactos sociales y económicos de la pandemia: desempleo, falta de fondos de ayuda, interrupción del abastecimiento de alimentos. Mientras, en enero 2020 ocho de las más grandes empresas de alimentos y bebidas distribuyeron entre sus accionistas cerca de 18 mil millones de dólares en dividendos, diez veces el monto que Naciones Unidas necesitaría para luchar contra el hambre. Esa es la brecha.
Hoy, las capas pobres y las más pobres de la población ya están siendo afectadas de forma masiva por las consecuencias de la catástrofe climática. Los impactos de la pandemia coinciden con sequías, inundaciones y desastres de langostas, desde el Cuerno de África hasta la India; estas también tienen relación con el clima o tienen sus causas en la guerra del Yemen y la falta de medidas de prevención.
La nueva crisis de la deuda requiere de respuestas creativas
Los países de bajos ingresos y países emergentes retrocederán décadas, económicamente hablando, debido al desplome del comercio mundial, a la falta de remesas y de inversiones directas desde el exterior, así como por la caída de los precios de las materias primas. Todas las consecuencias de la crisis en la economía mundial van en contra de los países del Sur global, donde los diferentes efectos rápidamente se refuerzan mutuamente. Economías que dependen unilateralmente de ciertos sectores económicos, sea en el tema de la materia prima, en el sector textil o en el turismo, estarán especialmente golpeadas. Hasta dónde la crisis ayuda a liberarse de estas "trampas", de diversificar la economía y, al mismo tiempo, diseñar para todos los sectores una economía resiliente al clima, depende también de la manera en que el mundo intentará superar la nueva crisis de la deuda de los países emergentes y del Sur global. El mundo aún no ha entendido plenamente lo mucho que nos estamos acercando a una nueva crisis de la deuda.
Recientemente, UNCTAD ha publicado algunas cifras al respecto: solamente el pago de la deuda pública de los países en desarrollo, durante los años 2020 y 2021, va a rondar entre 2,6 a 3,4 billiones de dólares. En Sudáfrica, por ejemplo, el rand ha perdido una tercera parte de su valor en relación al dólar, desde inicios de este año. El país destina al menos una tercera parte de sus ganancias por exportaciones al servicio permanente de la deuda nacional.
La nueva crisis de la deuda dominará el debate internacional sobre las prioridades en el desarrollo económico y social de los países emergentes y en vías de desarrollo. ¿Qué tanto se tomará en cuenta en las decisiones sobre la reestructuración o la necesaria condonación de la deuda, las demandas hacia la protección climática, la redistribución de la riqueza, la atención a la salud y los sistemas de seguridad social? No puede haber un retorno a la "normalidad". La tentación de explotar energías fósiles y tirar aún más de estas al mercado mundial, es grande para muchos exportadores de gas, petróleo y carbón. Sin embargo, ceder a esa tentación sería un desastre económico y climático. Económicamente no tiene sentido, no solamente porque los países continúan exponiéndose a fluctuaciones masivas de los precios en este sector, sino también porque cada vez más actores (sobre todo corporaciones como Shell y BP) se están retirando de estos mercados y ya consideran estas inversiones como activos varados[1], mientras las energías renovables son mucho más favorables que el uso de energías fósiles para el sector energía y transporte.
Las naciones ricas e industrializadas tienen que asumir una parte de la responsabilidad y combinar condonaciones de deuda con la protección climática y la construcción de sistemas de seguridad social. Para eso se requiere de iniciativas políticas del G20, el FMI, el Banco Mundial y el Club de Paris. Estas son esenciales para la condonación o redirección de la deuda pública. Los acreedores privados necesitan lineamientos políticos.
Building Back Better – ¿pero cómo?
La pandemia global del coronavirus ha revelado de golpe lo vulnerables que son las sociedades: no estamos preparadas para choques tan repentinos. Las crisis son también momentos para tomar decisiones; abren posibilidades de un cambio profundo. Por eso es tan esencial mirar detenidamente en qué se gastarán los fondos que se están movilizando ahora. Quien ha reconocido que la pandemia del virus es una crisis múltiple con desafíos transnacionales, debe diseñar también las respuestas correspondientes. Las crisis acumuladas solamente serán superadas con enfoques políticos mucho más valientes y paquetes de financiamiento mucho más atinados. El Nuevo Acuerdo Verde europeo es un primer enfoque, bastante positivo para remodelar la economía bajo una orientación climática. En todo el mundo se necesita urgentemente una ofensiva de inversión en energías renovables, eficiencia energética y movilidad libre de CO2.
Necesitamos, además, sistemas de salud más resilientes. Eso incluye, aparte de un mejor equipamiento de consultorios y hospitales, sobre todo la reducción de la total dependencia en naciones como China o India cuando se trata del abastecimiento de las mascarillas quirúrgicas más sencillas o de medicamentos importantes, como el paracetamol, entre otros.
Los paquetes de ayuda y de condonación de deuda para los países del Sur global requieren de nuevos enfoques que establezcan prioridades sociales, desarrollen los sistemas de salud y educación, y que tengan una orientación climática. Necesitamos mirar de cerca: ¿cómo podemos fortalecer la previsión social pública? ¿Qué ramas de la economía sacan provecho de nuestros paquetes coyunturales? ¿Eso tiene algún sentido desde una perspectiva social, ecológica o climática? Los objetivos climáticos de Paris y los ODS deberían ser una guía de referencia para todos los paquetes de reconstrucción, de ayuda o de condonación de deuda.
Suficientes recursos financieros para estas tareas gigantescas se puede encontrar, con una distribución justa de la carga, ahí, desde donde hasta ahora se han generado inestabilidad y crisis inmanentes, por ejemplo, en los sistemas tributarios y financieros justos, solidarios y ecológicamente aceptables; por ejemplo, con impuestos gravados a corporaciones digitales o un impuesto de transacciones financieras que merezca ese nombre.
No solamente está en nuestras manos contener la pandemia. Sino también reducir la brecha que la pandemia, más que nunca, ha revelado.
Barbara Unmüßig
Directora de la Fundación Heinrich Böll