Cuando el agua se rescató

“Que el agua sea mercancía debería ser tan escandaloso como el hecho de que el aire puro sea mercancía.”

Prólogo del nuevo libro Cuando el agua se acabe de Aitor Sáez, coeditado con Bajo Tierra Editores y el apoyo del Centro de Energía Renovable y Calidad Ambiental A.C.

Pipa de agua en Querétaro.

La existencia del agua, esa sustancia imprescindible para la vida, depende de una compleja serie de procesos en los que intervienen diferentes elementos del planeta. El agua se crea cíclicamente, como lo decían las cartulinas con las que explicábamos frente a la clase de primaria el milagro del agua. Cielo y tierra, tierra y mar, bosques, suelo, subsuelo, océanos y cavidades subterráneas toman parte del proceso. La existencia del agua no depende de una cadena de producción, el agua no es propiedad de nadie; sin embargo, el agua, esa condición sine qua non para la vida, ha sido convertida en mercancía.

Una antigua narración mixe que ha llegado a nuestras días nos alertaba: de no honrar a la tierra era posible un futuro terrible, un futuro en el que los enseres domésticos como el comal, las ollas de barro o la mano de los metates se rebelaran airadamente contra las personas. En ese mismo futuro terrible, según palabras de mi tatarabuelo, las personas tendrían que hacer algo impensable para su generación, tendrían que comprar el maíz y el frijol en unidades de medida, las calabazas tendrían un precio y necesitarías dinero para obtenerlas. Cada vez que me contaban esta historia me preguntaba qué habría pensado mi tatarabuelo y qué tan escandalizado estaría de saber que ahora nos venden agua en mililitros precisos, embotellada en plástico. Poco a poco normalizamos la compra del maíz por kilos y, a estas alturas, parece bastante aceptada la práctica de comprar y vender algo tan fundamental y básico como el agua.

Hace unos años, paseaba por una conocida colonia de la Ciudad de México cuando me encontré con un cartel en la puerta de un establecimiento: “Jardín con aire puro. Pregunta por las tarifas”. Pregunté, se trataba de un pequeño jardín estilo Zen encapsulado dentro de una habitación. Un mecanismo purificaba el aire, podías entrar ahí para relajarte y respirar aire puro, las tarifas variaban, podías estar desde 15 minutos hasta 5 horas seguidas por cantidades concretas de dinero. Me di cuenta, estaban intentando venderme aire. Me escandalicé como mi tatarabuelo se escandalizaba ante la posibilidad de que el maíz pudiera venderse por kilo, como mi bisabuela se hubiera escandalizado de saber que se podía vender agua.

El agua, ese bien común que nadie ha manufacturado, que ninguna persona o empresa ha producido, ha sido secuestrada por el capitalismo que la ha transformado en mercancía. Mediante un complejo sistema de propaganda que tuerce los sentidos y los significados se ha naturalizado su venta, pero la operación para aceptar esto no sólo ha sido una operación narrativa. Cualquiera que se atreve a poner en entredicho el estatus del agua como mercancía sufrirá las consecuencias de ello, cualquiera que se atreva a decir que el emperador está desnudo, que el agua es un bien común, será acallado con violencia. Que el agua sea mercancía debería ser tan escandaloso como el hecho de que el aire puro sea mercancía.

Lavaderos en Michoacán.

El presente libro es una serie de crónicas que muestran cómo funciona la violencia sistémica cuando las personas inician un proceso de recuperación del agua para rescatarla del capitalismo que la ha secuestrado. Estas crónicas hacen un viaje por el territorio mexicano para mostrar en la vida concreta y cotidiana, los desafíos que las personas defensoras del agua enfrentan cuando con palabras y acciones reafirman que ese delirio que nos dice que el agua es mercancía capitalista no se sostiene, que el agua es un bien común.

A través del recorrido por el norte, el centro y el sur de México podemos darnos cuenta de la gravedad de la crisis del agua, podemos darnos cuenta de cómo ha sido contaminada, de cómo se sustrae para el enriquecimiento de unos cuántos, de cómo la emergencia en el acceso del agua ya está aquí. Cada una de las crónicas conecta a experiencias concretas de defensores y defensoras que evidencian que la crisis ya está instalada, ya está sucediendo. Un chofer que conduce una pipa en Iztapalapa es obligado a punta de arma a entregar el líquido que transporta, dos mujeres indígenas se enfrentan al saqueo, madres sufren la desaparición o el envenenamiento de sus hijos, comunidades completas son despojadas del acceso al bien líquido. En medio de todas estas historias también se teje la resistencia y la esperanza, comunidades y organizaciones plantan cara para sembrar agua, para dar las batallas jurídicas necesarias contra las mineras, las cerveceras o cualquier cara que tome el capitalismo despojador.

Una de las conclusiones que se pueden derivar de este libro es que en la defensa del agua como bien común, las fronteras entre el estado, el mercado y el crimen organizado se desdibujan. La relación entre estos tres actores y la imposibilidad de identificarlos como agentes diferenciados se vuelve más intensa en cuanto más nos acercamos a las experiencias concretas derivadas de las muchas caras de la crisis del agua. Esto es una característica muy propia del capitalismo tardío. Las instancias gubernamentales como la Comisión Nacional del Agua se convierten en cómplices por omisión o por colaboracionismo. El estado se ha erigido como el guardián del derecho humano al agua en términos del marco legal occidental, pero falla en garantizarlo.

Ante esta situación, la organización local y el fortalecimiento de los lazos colectivos parecen ser la única respuesta, los relatos de este libro apuntan hacia esa posibilidad. Por un lado, nos muestra con crudeza la crisis del agua en este país, pero por otro hace emerger en las crónicas las claves que pueden sostener la esperanza. Los testimonios que se hallan vertidos en estas páginas nos llaman a la indignación, nos invitan a desnaturalizar lo que el capitalismo nos dice que es normal, nos animan a abrir los ojos por el asombro y escandalizarnos, nos invitan a actuar para proteger a quienes defienden el agua, a quienes luchan por rescatarla del secuestro.

Hace unos años, personas de mi comunidad (Ayutla Mixe, Oaxaca) planteábamos a diversos funcionarios nuestra exigencia de justicia ante hechos violentos que nos habían privado del acceso a nuestro manantial, las autoridades comunitarias explicaban lo que el agua significa para la cultura ayuujk, dieron detalles de las serpientes guardianas del agua y de los rituales para honrar a los manantiales, los agentes del estado mostraban aburrimiento, tuvimos entonces que hablar el lenguaje del derecho positivo y mencionar el derecho humano al agua, los acuerdos internacionales y el marco legal, sólo así captamos su atención. Mientras que el estado sólo puede narrar el agua en términos legales, el mercado solo puede leerlo como mercancía; sin embargo, existe una multiplicidad de significados culturales del agua, en la mayoría de ellos el agua es un bien común, una dadora de vida, en muchas de las lenguas de este país el agua se enuncia en sistemas gramaticales que no le asignan género.

Cuando el agua se acabó, se reveló la verdadera cara de quienes la han robado y privatizado para su beneficio. A pesar de todo, de la lectura de estas crónicas podemos concluir que un día, si nos articulamos en resistencia y defendemos el agua y a sus guardianas, podremos escribir otras crónicas en un libro que se titule: cuando el agua se rescató. Ésa es la promesa que, a pesar de todo, empapa las páginas de este libro.