Una crisis ecológica que es cada vez más difícil de ignorar enfrenta a quienes hacen políticas públicas a un dilema: se les pide protejer las condiciones de vida en la Tierra sin obstaculizar excesivamente la producción industrial ni el crecimiento económico.
La economía verde promete resolver este dilema y hacer compatible el crecimiento económico con la protección de la naturaleza. Lo cierto, sin embargo, es que la economía verde no tiene que ver con repensar la economía, sino con redefinir la naturaleza, de manera que cada vez más naturaleza sea accesible al capital. La naturaleza se convierte en “capital natural” que provee “servicios ecosistémicos”. Nuevas unidades de medida convierten ambientes naturales que son exclusivos de un lugar en naturaleza divisible, en unidades aisladas susceptibles de ser medidas, valuadas e intercambiadas.
Los enfoques regulatorios diseñados para proteger áreas biodiversas y establecer límites para sustancias particularmente tóxicas o peligrosas están también enfrentando cada vez más este dilema. Por un lado, se reitera una y otra vez que la conservación no funciona ya que se sigue destruyendo la biodiversidad y dicha destrucción es cada vez más acelerada. Por el otro, quienes planean el uso de la tierra y las corporaciones —cuyos modelos de negocio se basan en el acceso irrestricto a los recursos naturales y la tierra— piden un marco regulatorio más flexible, ya que la legislación ambiental convencional vigente desde los años 1960 obstaculiza cada vez más su acceso a las áreas naturales prístinas que aún quedan.
En este contexto, la economía verde promete garantizar el buen funcionamiento ambiental de la actividad económica capitalista. Los partidarios de la economía verde ven el “hacer visible la naturaleza” como un prerrequisito importante; en su argumento, solo si la naturaleza queda representada en términos económicos se hace visible a los economistas, a las corporaciones y a los responsables de formular políticas, y vuelve al “servicio ecosistémico” en un factor económico relevante. En 2011, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) señaló que los denominados servicios ecosistémicos toman principalmente la forma de bienes y servicios públicos cuya invisibilidad económica ha sido, hasta ahora, una razón fundamental para que estén subvaluados, mal gestionados y, en última instancia, perdidos. De acuerdo con los partidarios de la nueva economía verde, hacer visible el valor económico de la naturaleza proporciona una base mucho más sólida para argumentar convincentemente en favor de la conservación de los recursos naturales.
Redefinir la naturaleza para los mercados de capitales
Una mirada al discurso, las metodologías y los instrumentos de la economía verde basta para que quede claro que nada tiene que ver con repensar la economía. Más bien contrario, la valoración económica propagada en el contexto de la economía verde tiene como objetivo redefinir la naturaleza, de manera que funciones como el almacenamiento de carbono o la filtración de agua sean accesibles a los mercados de capital. Esta redefinición de la naturaleza como “capital natural” que provee “servicios ecosistémicos” permite que funciones vitales de los bosques, praderas, pantanos y ciénagas como agua y almacenamiento de carbono y un paraíso de biodiversidad sean cuantificados en términos económicos. Una vez que se les ha asignado valor económico, es posible comparar los “servicios ecosistémicos” de diferentes lugares. Y como resultado, son intercambiables y pueden ser comercializados. La definición de nuevas unidades también permite poner precio a “servicios ecosistémicos” individuales.
El argumento según el cual la falta de valoración económica previa era la causante de la destrucción de la naturaleza llevó a la búsqueda de soluciones y enfoques estratégicos centrados en la comoditización (volver mercancía) de los “servicios ecosistémicos” y contemplar a la naturaleza como “capital natural”. Como consecuencia, muchas causas estructurales de la crisis ambiental, climática e hídrica, así como de la pérdida de biodiversidad y suelos arables, se han vuelto invisibles y han dejado de ser tomadas en cuenta para la búsqueda de salidas y soluciones reales. Así, un problema extremadamente complejo queda reducido a indicadores económicos, lo que hace menos probable encontrar una solución real a la crisis, pues se vuelve más prioritario atender sus síntomas que combatir sus causas.
Compensar por contaminación y destrucción
No es de sorprender que gobiernos nacionales, corporaciones y pioneros internacionales de la valoración económica de la naturaleza, tales como el Banco Mundial y el PNUMA, se apoyen sobre todo en el comercio de créditos de compensación. Leyes que antes imponían sanciones por exceder los límites de contaminación y destrucción ambiental ahora permiten violaciones a la ley a cambio de un pago. Esto facilita a las empresas exceder los límites legales en los casos donde la destrucción ambiental o la contaminación les resulta rentable. “La meta es transformar la legislación ambiental en instrumentos comercializables”, afirma Pedro Moura Costa, fundador de BVRio Environmental Exchange. El creciente anclaje o fortalecimiento del enfoque compensatorio es un cambio de paradigma en la legislación ambiental, porque los créditos de compensación sugieren que es posible reconciliar la protección del clima y la biodiversidad con el crecimiento de la agricultura industrial, el tráfico aéreo, la minería, etcétera. No es otro, sino este, el motivo por el cual el concepto de créditos de compensación es toral para la economía verde.
Nuevas unidades de medición y la práctica de emitir créditos de compensación hacen que ambientes naturales que son exclusivos de un lugar se trastoquen en constructos naturales, esto es, unidades que pueden ser marcadas, valuadas e intercambiadas. La relación de los seres humanos con la naturaleza y las relaciones sociales que hacen de cada lugar un sitio irrepetible e incomparable son ignoradas por necesidad, aun cuando se vean profundamente afectadas por la nueva comprensión de la naturaleza y sus formas de apropiación asociadas .
Este artículo forma parte de nuestro dossier "La nueva economía de la naturaleza".
Otras lecturas:
1. Fatheuer, T., L. Fuhr, B. Unmüssig (2016): Inside the Green Economy - Promises and Pitfalls.
2. Kill, J. (2015): Economic Valuation and Payment for Environmental Services. Recognizing Nature’s Value or Pricing Nature's Destruction? Heinrich Böll Foundation e-paper.
3. Fatheuer, T. (2014): New Economy of Nature – A critical introduction Heinrich Böll Foundation Publication Series Ecology, Volume 35.