La Fundación Bill y Melinda Gates contrató secretamente a una firma de relaciones públicas para socavar el único proceso de la ONU que regula las tecnologías de genética dirigida, es decir, la liberación incontrolada de seres vivos genéticamente manipulados. A esto siguieron más de 1,000 correos electrónicos, que fueron revelados en diciembre de 2017. Un ejemplo reciente del comportamiento problemático de las organizaciones filantrópicas privadas financieramente poderosas en la política internacional.
El fundador de Microsoft, Bill Gates y otros donadores extremadamente ricos, canalizan miles de millones de dólares hacia la ayuda para el desarrollo internacional. Su compromiso financiero conlleva una inmensa influencia, sin legitimidad democrática. La responsabilidad corresponde a los líderes mundiales, quienes deberían proporcionar a las organizaciones multilaterales lo necesario para que el desarrollo dirigido por los donadores se vuelva irrelevante.
Bill Gates es el hombre más rico del mundo. Su fortuna se calcula en 88.5 mil millones de dólares. Y es también el más generoso. Su mujer y él, a través de la Fundación Bill y Melinda Gates (FBMG), han donado ya miles de millones de dólares de su fortuna para las buenas causas. Junto con Warren Buffett, trajeron a la luz el “Giving Pledge”: el llamado a otros millonarios de todo el mundo a que se les unan y donen por lo menos la mitad de su riqueza. Hasta ahora, se han adherido al llamado 168 multimillonarios.
Esto suena maravilloso y muy prometedor: Los ricos asumen su responsabilidad, devuelven parte a la sociedad y hacen el bien. Esto, en un momento en que las organizaciones multilaterales se encuentran sub-financiadas. Además, se trata de hombres y mujeres de negocios de éxito, quienes traen consigo una valiosa experiencia en el manejo de grandes empresas y proyectos. Son gente de acción cuya habilidad puede ser utilizada provechosamente allí donde las instituciones, los estados y gobiernos fallan. Esta narrativa de los filántropos bien intencionados que quieren combatir la miseria en el mundo es atractiva. La pregunta es si debiéramos aceptarla en tales términos.
Donadores como consultores
La FBMG es la fundación filantrópica más grande del mundo, con activos de alrededor de 40 mil millones de dólares. Desde su fundación, ha otorgado (de acuerdo con la información que la misma publica) un total de 42 mil millones de dólares en donaciones. La fundación se dedica sobre todo a la ayuda internacional para el desarrollo y en especial, a las áreas de salud y agricultura. La fundación da más ayuda financiera para el desarrollo en el área de la salud que ningún país y es la quinta que más apoyo da a las iniciativas en el ramo de la agricultura en países menos desarrollados.
Esta inmensa aportación financiera conlleva una importante influencia política: Bill y Melinda Gates se encuentran representados en numerosas comisiones y gremios internacionales. Por ejemplo, en 2013 fueron los únicos portavoces de Organizaciones No Gubernamentales presentes en la Agenda de la Post-ODM (Objetivos de Desarrollo del Milenio); en 2014, Melinda Gates fue la principal oradora en la Asamblea Mundial de la Salud, el gremio de la Organización Mundial de la Salud (WHO) que toma decisiones y Bill Gates fue llamado en 2010 por el entonces Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki Moon, al grupo MDG Advocacy Group, el cual habría de movilizar el apoyo para la Agenda de los ODM.
En resumen, Bill y Melinda Gates son frecuentemente consultados en materia de salud, derechos reproductivos y política climática, aunque no son expertos en ninguna de esas áreas. Trabajan de tú a tú con diversas organizaciones de las Naciones Unidas. Además, los directivos de su fundación constantemente van y vienen entre la FBMG, las instituciones multilaterales y las empresas. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha señalado que las fundaciones filantrópicas ya no se ven a sí mismas sólo como patrocinadores, sino que esperan que se les trate como socios paritarios en la ayuda para el desarrollo y que su opinión sea considerada en el análisis de la problemática y el establecimiento de la agenda política.
La influencia que tiene la FBMG, y por lo tanto Bill y Melinda Gates de manera personal, sobre la agenda global en materia de salud y agricultura - y con ésta, sobre la alimentación- es colosal.
En el sector salud, la OMS es el principal actor a nivel global. Su misión es alcanzar el mejor nivel de salud para todos los seres humanos, combatiendo las enfermedades y fomentando la salud pública en todo el mundo. Dicha organización debería ser sostenida con las aportaciones voluntarias de los estados miembros. Sin embargo, la Organización se encuentra sumergida en una crisis financiera crónica, debido a que los estados incumplen con el pago de sus aportaciones completas.
Es por ello, que la OMS depende de otras fuentes de financiamiento y obtiene alrededor de la mitad de su presupuesto de fundaciones, organizaciones no gubernamentales (ONGs) y el sector privado. En 2016-17, el 14 por ciento de su presupuesto total provino de la FBMG. Con ello, la OMS y las autoridades de la salud dependen de la voluntad de estos actores privados. Esto es problemático, debido a que no existe obligación alguna para Gates y otros multimillonarios de gastar su dinero con ese fin. Ellos podrían cesar de dar sus aportaciones de un año al siguiente y la OMS y el sistema global de salud quedarían en la calle y la comunidad mundial no podría hacer nada al respecto.
Otro problema de las donaciones filantrópicas consiste en que normalmente están ligadas a un cierto fin. Eso es aplicable al 80 por ciento del presupuesto de la OMS. Con ello, resulta que la agenda global de salud ya no es determinada por la Asamblea General de la OMS, sino por los donadores. Éstos tienen el poder de decidir sobre proyectos concretos y sobre las prioridades de la Organización. Los intereses que no están entre sus prioridades, simplemente no son financiados.
Mercado y asistencia técnica
Por ello, la FBMG influye cada vez más en la forma del sistema de cuidado de la salud a nivel internacional. Apuesta por soluciones basadas en el mercado y sobre todo de carácter técnico, para problemas complejos. Por ejemplo, financia grandes campañas de vacunación y reparte medicamentos y mosquiteros contra la malaria. Eso ayuda, pero así no se hace nada contra las causas estructurales de que los presupuestos gubernamentales en el área salud sean crónicamente insuficientes. La fundación prefiere las campañas que se pueden llevar a cabo como proyectos de negocios – con mucho dinero, contactos en el sector privado y con resultados rápidos y medibles.
En particular, la fundación favorece las alianzas público-privadas (APPs). El argumento es que las APPs son efectivas al reducir el costo del tratamiento médico. Sin embargo, está demostrado que eso no es cierto. Según Médicos sin Fronteras, la APP GAVI, creada para mejorar los índices de inmunización infantil, logró abaratar algunas vacunas para niños en unos cuantos países. Sin embargo, la inmunización general para los niños fue 68 veces más cara en 2014 que en 2011.
Además, el enfoque de GAVI es insuficiente para combatir las enfermedades. Una vacuna no hace que una persona esté sana. El hambre, la sed, la pobreza y la desigualdad social también juegan un papel significativo en la mala salud y la transmisión de enfermedades.
Es especialmente problemático que los donadores privados puedan decidir la agenda de investigación, pues tienden a poner en primer plano el desarrollo de nuevas y mejores vacunas contra las enfermedades transmisibles, como la malaria y el HIV/SIDA. Mucho menos representada, por el contrario, se encuentra la investigación sobre enfermedades no transmisibles crónicas o sobre medidas preventivas contra la pulmonía, diarrea y desnutrición, a pesar de que son la causa del 75 por ciento de la mortalidad infantil.
La práctica en cuanto a la investigación y a las aportaciones de la FBMG beneficia a los consorcios farmacéuticos, como GlaxoSmithKline, Novartis, Roche, Sanofi, Gilead y Pfizer, en los que la fundación y sus donadores poseen acciones. Existe por lo tanto un claro conflicto de intereses. Los consorcios sacan provecho de la orientación hacia la estrategia farmacéutica de la Fundación Gates, mientras que las ganancias corporativas resultantes ponen los dividendos de vuelta en la bolsa de los donadores. De esta manera, una mano lava a la otra – un inteligente modelo de negocios, que se hace ennoblecer con la pretensión de un compromiso filantrópico.
Con justa razón, se critica que la Fundación Gates tenga una gran parte de las acciones en compañías cuyos productos favorecen las enfermedades del corazón y del sistema circulatorio, diabetes, obesidad y otras enfermedades crónicas. Según su declaración de impuestos de 2015, la Fundación Gates tiene acciones de la Coca-Cola por 538 millones de dólares. Además, tiene participaciones en los consorcios de alimentos PepsiCo, Unilever, Kraft-Heinz, Mondelez y Tyson Foods, así como en los consorcios de bebidas alcohólicas Anheuser-Busch y Pernod.
Las políticas globales de salud y prevención de enfermedades requieren de enfoques integrales y multidisciplinarios. La OMS hizo notar, en un reporte en 2008, que factores sociales y económicos tales como el ingreso y su distribución, así como las condiciones de vida y de trabajo, educación y medio ambiente tienen una mayor influencia sobre la salud de los humanos que la pura atención médica.
Resulta sorprendente que, pese a lo anterior, la FBMG siga una agenda que desproporcionadamente apuesta por la asistencia médica técnica en vez de preferir la formación de capacidades socioeconómicas y el cambio. Tendría más sentido invertir en desarrollar la capacidad de los países para promover la salud y bienestar de sus ciudadanos, sin embargo los recursos fluyen principalmente hacia el sector privado y terminan en el informe de ganancias de los grandes consorcios americanos y europeos. Esto es en buena parte gracias a la extendida instrumentación del modelo de APP. Unos cuantos empresarios ricos están definiendo la agenda de las políticas globales, aunque las personas en el terreno podrían identificar prioridades muy distintas.
La agroecología está subestimada
En el sector agrícola global encontramos una situación similar: La FBMG considera que el hambre y la desnutrición son principalmente un problema de falta de tecnología y modernización agrícola. La piedra angular de este enfoque de la lucha contra el hambre la colocó en los años sesenta John D. Rockefeller –otro filántropo. Desde 2006, las Fundaciones Gates y Rockefeller se han unido para llevar a cabo lo que llaman la “Revolución Verde en África”, con una inversión de tres mil millones de dólares hasta la fecha. Su objetivo es elevar la productividad en la agricultura, utilizando semillas híbridas, biotecnología, abonos sintéticos o ingeniería genética. Alrededor del 96 por ciento del dinero es canalizado a las ONGs norteamericanas y europeas que aplican dichas medidas.
Los críticos reprochan con razón a los filántropos por utilizar este enfoque de desarrollo para abrir los mercados africanos a los grandes consorcios y las ONGs norteamericanas y de Europa, con frecuencia generando ganancias para las propias instituciones donadoras. Las alternativas locales que desde un punto de vista social y ambiental son más sustentables, como la agroecología, siguen pasándose por alto.
Además, este enfoque paternalista vertical priva a las comunidades locales de la libertad para dar forma a sus propias vidas y economías. Raramente se abren oportunidades para dialogar democráticamente acerca de los riesgos y efectos colaterales del desarrollo tecnológico, de la semilla genéticamente manipulada y los efectos negativos de la agricultura industrial y sus métodos.
De esta manera, Bill Gates ejerce una fuerte influencia sobre las políticas internacionales de desarrollo y marcando cada vez más la agenda. Como lo han señalado actores de la sociedad civil y ONGs, su rol no está legitimado democráticamente. Sin embargo, esos mismos críticos tienden a olvidar que las ONGs, las organizaciones multilaterales y el actuar de los estados, pocas veces se ponen a discusión o se someten a procesos de legitimación democrática o global.
El problema de tratar de solucionar los problemas estructurales y las crisis con sucedáneos técnicos es que alternativas que son social y ecológicamente sólidas se pasan por alto, y la asistencia médica y técnica que se da a las personas no va acompañada por una transformación social integral. La culpa no es sólo de los filántropos como Bill Gates. Se trata, sin duda, de un problema primordial en la formulación de la política global.
Los gobiernos tratan de eludir la responsabilidad que tienen de garantizar el bienestar y promover el bien vivir de sus ciudadanos. Actualmente, sería necesario un cobro adecuado de impuestos a las élites y a las clases medias, para poder establecer un presupuesto adecuado para la salud, educación e investigación a favor de los estratos sociales más pobres y el bien público.
El que la OMS destine el 80 por ciento de sus ingresos para fines preestablecidos y con ello esté limitada a llevar a cabo una política de salud selectiva e insuficiente, no es responsabilidad de los filántropos. Los gobiernos nacionales tienen la responsabilidad de velar por el bienestar de sus ciudadanos y de dar fin a las crisis humanitarias. Es su deber proveer a las organizaciones multilaterales con recursos suficientes para que éstas puedan cumplir con su tarea. Para ello, son necesarios no solamente recursos financieros y personales, sino también, por ejemplo, la inclusión de la sociedad civil, de la población y de expertos locales.
Para finalizar su informe del año 2008, la OMS concluye: “La justicia social es una cuestión de vida o muerte”. La justicia social determina, de manera primordial, si los humanos sufren de hambre, viven en la pobreza, padecen de enfermedades infecciosas o mueren a consecuencia de ellas. Los filántropos como Bill Gates y su compromiso “con las buenas causas”, no son el origen de las políticas de desarrollo mal dirigidas. Pero sí representan la otra cara de la moneda de la injusticia social.
En un mundo en que algunos pocos poseen más de lo que tiene la mitad pobre de la población mundial, el asunto no es lo que los multimillonarios hagan con su dinero. El punto es que la acumulación de esta enorme fortuna provoca pobreza, desigualdad social y daño al medio ambiente. Este es el problema de fondo del que debemos ocuparnos. La lucha contra el hambre, la pobreza y la enfermedad en el mundo no se termina con la disposición a donar y con la definición de la agenda por parte de los filántropos con buena voluntad. El problema de la justicia lo podemos resolver sólo creando un mundo social y ambientalmente justo para todas las personas.