La política convencional, por definición, no está bien preparada para imaginar un cambio radical. Pero el pasado diciembre, en París, 196 gobiernos llegaron a un acuerdo sobre la necesidad de limitar el calentamiento global a no más de 1,5 °C sobre los niveles preindustriales, un objetivo que promete generar precisamente esa transformación. Alcanzarlo obligará a superar serios obstáculos políticos, de lo que da muestra el hecho de que algunos proponen soluciones que terminarán haciendo más mal que bien.
Una idea que recibió mucho impulso se centra en la necesidad de desarrollar intervenciones tecnológicas a gran escala para controlar el termostato planetario. Los partidarios de las tecnologías de geoingeniería aseguran que las medidas convencionales de adaptación y mitigación no están reduciendo las emisiones lo suficientemente rápido para impedir un calentamiento peligroso; añaden que para limitar el daño y el sufrimiento de las personas se necesitarán tecnologías como la “captura y almacenamiento de carbono” (CCS por la sigla en inglés).
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas parece estar de acuerdo. En su quinto informe de evaluación, expone escenarios de cumplimiento de los objetivos climáticos de París centrados en el concepto de “emisiones negativas”, esto es, la capacidad de extraer el exceso de dióxido de carbono de la atmósfera.
Pero esta propuesta no tiene en cuenta serios problemas relacionados con el desarrollo y la implementación de tecnologías de geoingeniería. Tomemos el caso de la CCS, que consiste en capturar el CO2 emitido por fuentes importantes (como las centrales termoeléctricas que queman combustibles fósiles) y depositarlo en, por ejemplo, una formación geológica subterránea, lo que impedirá su ingreso a la atmósfera.
Suena bien, pero lo que lo hace económicamente viable es que la técnica puede usarse para mejorar la extracción de petróleo. Es decir, el único modo de hacer que la CCS sea rentable es usarla para agravar el problema que supuestamente debe resolver.
La supuestamente salvadora tecnología de “bioenergía con captura y almacenamiento de carbono” (BECCS) no es mucho mejor. Comienza con la producción de grandes cantidades de biomasa a partir de, por ejemplo, árboles de crecimiento veloz que capturan naturalmente el CO2; esas plantas luego se convierten en combustible mediante la quema o el refinado, y las emisiones de carbono resultantes se capturan y almacenan.
Pero la bioenergía no tiene huella de carbono neutral, y el alza de la demanda de biomasa en Europa encareció las materias primas alimenticias y provocó creación de latifundios en países en desarrollo. Estos hechos llevaron a que hace poco los científicos Kevin Anderson y Glen Peters calificaran las tecnologías de extracción de carbono como “una apuesta injusta y arriesgada”.
¿Y otras propuestas de geoingeniería? La gestión de la radiación solar (SRM) apunta a controlar la cantidad de luz solar que llega a la Tierra, básicamente imitando el efecto de una erupción volcánica. Esto puede lograrse inyectando sulfatos en la estratósfera o mediante el “blanqueamiento de nubes marinas”, por el que se busca hacer que las nubes reflejen más luz solar hacia el espacio.
Pero esta técnica no reduce las concentraciones de CO2; solamente demora sus efectos mientras continúe la inyección. Además, su uso en el hemisferio norte puede provocar una gran reducción de las precipitaciones y graves sequías en la región africana del Sahel, mientras que algunos países africanos experimentarán el fenómeno contrario. El efecto sobre el sistema de monzones asiático puede ser incluso más pronunciado. En síntesis, la SRM puede afectar seriamente los medios de subsistencia de millones de personas.
Si la geoingeniería no puede salvarnos, ¿entonces qué? En realidad, hay diversas medidas que pueden adoptarse ya mismo; serían más complicadas y políticamente problemáticas que la geoingeniería, pero funcionarían.
La primera sería una moratoria a la instalación de nuevas minas de carbón. Si todas las centrales termoeléctricas a carbón que ya están planeadas se construyeran y operaran durante los 40 años de su vida útil normal, ellas solas emitirían 240 000 millones de toneladas de CO2 (más que el presupuesto de carbono remanente). Redirigir esa inversión a la producción descentralizada de energía a partir de fuentes renovables generaría beneficios inmensos.
Además, como el 10% de la población mundial es responsable de casi el 50% de las emisiones globales de CO2, hay razones de sobra para implementar estrategias que apunten a los mayores emisores. Por ejemplo, no tiene sentido que las aerolíneas (que en realidad sólo dan servicio al 7% de la población mundial) estén exentas de pagar impuestos a los combustibles, especialmente ahora que los precios de los pasajes están en un mínimo histórico.
También se necesitan cambios al uso de la tierra. La Evaluación Internacional 2009 del Papel del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola traza el camino hacia un sistema agrícola transformado, con beneficios que exceden en mucho la política climática. Es preciso aplicar este conocimiento en todo el mundo.
En Europa, el sector de tratamiento de residuos puede hacer un aporte significativo a la creación de una economía limpia. Una investigación reciente, encargada por Zero Waste Europe, determinó que la implementación óptima de las metas de derroche del paquete de medidas para una economía circular de la Comisión Europea puede ahorrarle a la Unión Europea 190 millones de toneladas de CO2 al año. ¡Es el equivalente a la cantidad anual de emisiones de Holanda!
En el sector transporte, algunas medidas que pueden aplicarse incluyen fortalecer el transporte público, alentar el uso del ferrocarril para el transporte de cargas, crear ciclovías y subsidiar las bicicletas de reparto. En Alemania, una acción inteligente centrada en el transporte puede reducir las emisiones del sector en hasta un 95% de aquí a 2050.
Otra medida potente sería proteger y restaurar los ecosistemas naturales, algo capaz de lograr el almacenamiento de entre 220 y 330 gigatoneladas de CO2 en todo el mundo.
Ninguna de estas soluciones por sí sola es la panacea; pero combinadas, pueden cambiar el mundo para mejor. Las soluciones de geoingeniería no son las únicas alternativas. Son una respuesta a la incapacidad de la política y la economía convencionales para resolver el cambio climático. En vez de tratar de encontrar modos de seguir haciendo las cosas como siempre (un objetivo imposible y destructivo), debemos demostrar nuestra capacidad de imaginar y lograr un cambio radical.
Si fracasamos, que no nos sorprenda hallar de aquí a unos años que el control del termostato planetario está en manos de unos cuantos estados o de intereses militares y científicos. En la inminente 22.ª sesión de la Conferencia de Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, para la entrada en vigor del Acuerdo de París, los líderes mundiales deben rechazar las soluciones rápidas de la geoingeniería y demostrar compromiso con la búsqueda de soluciones reales.
Traducción original alemán al español Esteban Flamini https://www.project-syndicate.org/commentary/paris-climate-agreement-and-geo-engineering-by-lili-fuhr-2016-11/spanish