Se ha vuelto un lugar común declarar que vivimos en la Era de la Información y que tiene un alto valor para todo tipo de organizaciones, ¿pero es realmente así?
En un excelente artículo, Frank Rose, del Milken Institute, advierte que en un mundo saturado de información, donde casi cualquiera (no olvidemos la brecha digital) puede generar y difundir algún mensaje, es el tiempo que dedicamos a revisarlos lo que adquiere un alto valor, más que el mensaje en sí mismo.
Rose sostiene que se han invertido los papeles y debido a la sobreabundancia de información, el valor de esta tiende a cero, mientras que asciende el valor de su opuesto: la atención.
Paradójicamente, esto fue vaticinado hace casi cincuenta años —en un momento histórico relativamente escaso de información— por el futuro premio Nobel de Economía Herbert A. Simons, en los siguientes términos:
“En un mundo rico en información, la abundancia de ésta significa falta de algo más: la escasez de lo que la información consume. Lo que consume es por demás obvio: la atención de sus receptores. Por lo tanto, la riqueza de información genera pobreza de atención y una necesidad de colocar eficientemente dicha atención entre la sobreabundancia de fuentes de información que pueden consumirla.” (traducción libre)
De esta manera, ese bien intangible llamado atención adquiere un alto valor y se convierte en objetivo de las empresas. A pesar de su carácter, en la inmensa mayoría efímero, estos shares, views y likes son altamente monetizables en un mundo de millones de plataformas ávidas de tráfico. Y son aquellas que comprendieron esto a su debido tiempo o que construyeron sus plataformas en función de ello, las que ahora se erigen en gigantes tecnológicos como Facebook y Google.
A través de sus algoritmos, ofrecen a todo tipo de instituciones (empresas, gobiernos, organizaciones) la colocación de mensajes a la medida —o al menos eso prometen— en el lugar que importa: el ojo de sus millones de visitantes, así sea por un segundo.
Pero tanto en el espacio digital como en el material, iteración es distinto que interacción. Pasamos cada vez más tiempo conectados pero con cada vez menos profundidad, saltando continuamente entre temas, plataformas y apps.
Frank Rose resalta que no es que tenga problema con la viralidad, pues es la forma en que se difunden noticias e ideas actualmente, sino en cómo medimos el éxito de un mensaje y la conducta que promueve ese tipo de medición.
Para romper esa dinámica de superficialidad, el autor refiere a empresas que están volviendo a lo que debería ser de sentido común: enfocarse en factores de involucramiento como el tiempo que la gente utiliza para leer o comentar.
En vez de optimizar shares y views para Facebook, crear métricas de atención y ayudar a la gente a encontrar contenido relevante que vale la pena compartir tanto como un video chistoso, que eran algunas de las premisas iniciales de la web.
Mientras ese retorno a un pasado idealizado pre-redes sociales parece poco viable, no estaría mal volver a pensar en el sentido de nuestro siguiente like.