Hemos logrado impactar de manera importante la forma en que narramos el mundo

Retrato

En 30 años de carrera periodística, Lydia Cacho Ribeiro ha luchado por descifrar y explicar la corrupción y la violencia estructural contra mujeres y niñas, en busca de respuestas creativas ante la violencia.

Lydia Cacho por Marco Alar

Desde el exilio, la periodista Lydia Cacho Ribeiro no deja de escribir, lee, investiga, conversa y una y otra vez regresa a la palabra escrita. Esa disciplina y su compromiso con la justicia para mujeres, niñas y niños ha hecho que sus investigaciones para desentrañar las redes de trata de personas sean un referente para el periodismo; paradójicamente, su trabajo le ha acarreado amenazas de muerte y desde julio de 2019 vive fuera de México, su país natal, como la forma más segura de proteger su vida.

Acostumbrada a compaginar su papel de entrevistadora con el de entrevistada, aceptó responder una videollamada sin importar que el único espacio en su agenda fuera después de dar un conferencia magistral y de recibir, de forma virtual, la Medalla de Periodismo 2020, otorgada por el Hay Festival Digital, un reconocimiento que se suma a una larga lista de galardones internacionales que reconocen su trayectoria como periodista, reportera de investigación, feminista, defensora de derechos humanos y autora de 16 libros.

En 30 años de carrera periodística Lydia Cacho se ha sumergido en las historias de vida de sobrevivientes de explotación y de quienes se resisten a que gane la impunidad de los poderosos, pero también se ha esforzado en descifrar y explicar la corrupción y la violencia estructural hacia mujeres y niñas para encontrar respuestas creativas a la violencia. Con esa experiencia, al preguntarle quién es, no titubeó en responder “soy periodista, soy feminista y defensora de los derechos humanos”. 

En su biografía se podría agregar que es una mujer comprometida con la paz, con el periodismo de paz, y por tanto con el espíritu de la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de la ONU "Mujeres, paz y seguridad”, adoptada hace dos décadas: el 31 de octubre del 2000 y el motivo de esta conversación, que, por ser a distancia, parece más una profunda disertación consigo misma.

Además de especialista en delincuencia organizada y trata de personas, Lydia Cacho es sobreviviente de tortura. Después de la publicación de Los Demonios del Edén, libro donde reveló la existencia de una red de explotación sexual infantil, en la que participaron hombres de negocios y políticos de alto perfil, vive asediada y en constante peligro. En julio de 2019 dos hombres allanaron su casa en Quintana Roo, robaron su equipo de trabajo y mataron a dos perras que protegía la casa.

La persecución comenzó en diciembre de 2005 cuando fue detenida por al menos diez personas, entre agentes de la policía y agentes privados, quienes con el pretexto de una acusación penal en su contra la trasladaron, por carretera, del estado de Quintana Roo a Puebla, trayecto de 20 horas durante las cuales fue torturada. Su vida la convirtió en una voz autorizada para hablar de seguridad, una palabra recurrente en su quehacer cotidiano.

“Para mí, la seguridad es una forma de vida. Cuando una persona tiene que huir de una zona de conflicto, de una guerra, cuando tiene que huir de la violencia en el ámbito de su comunidad, de su hogar, y migrar a otro sitio, la seguridad no solamente se encuentra en un refugio. La seguridad tiene más que ver con la protección de la integridad psico-emocional, física, de la salud, del derecho de mujeres, las niñas y niños a que su cuerpo sea respetado, protegido: a la alimentación, a la nutrición, a la educación, al acceso al trabajo. La seguridad implica todo esto”.

Su trabajo como reportera, combinado con su papel de defensora le ha permitido ver la influencia feminista en el cambio de la narrativa de los medios de comunicación y de la sociedad en general. Para Lydia Cacho la resolución de la ONU empujó la revolución feminista que propuso una mirada diferente a la situación de mujeres, niñas, niños y hombres que viven en medio de conflictos bélicos o que son expulsados de sus países por la violencia del Estado o por la violencia política, machista y feminicida.

“Hay una gran y maravillosa narrativa nueva que hemos creado las mujeres periodistas las mujeres activistas, alrededor del mundo, desde África hasta Latinoamérica. De norte a sur del continente americano hemos logrado impactar de manera importante la forma en que narramos el mundo y la forma en que nos miramos nosotras mismas y ayudamos a las otras mujeres y niñas a mirarse a sí mismas”.

Cuando el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó la resolución sobre Mujeres y Paz, hace 20 años, consideró, era casi imposible conseguir que las primeras planas de los periódicos colocaran mujeres que no solamente aparecieran como víctimas sino como actoras fundamentales de la políticas, también era inimaginable que los medios usaran un lenguaje incluyente o que las protagonistas de las noticias se asumieran feministas, pero todo ha cambiado. “Eso se debe a la gran labor de las periodistas de todo el mundo y sin duda a las filósofas y defensoras de los derechos de las mujeres que hemos logrado cambiar el lenguaje y la narrativa en todos los sentidos”.

“Me gustaría saber que la impunidad no va a ganar la batalla”

Todas las investigaciones de la autora, convertidas en libros, desde Los Demonios del Edén, pasando por Esclavas del Poder y hasta En busca de Kayla o Ellos hablan han dejado una profunda huella en la sociedad, un impacto que no imaginó alcanzar cuando decidió dejar sus aspiraciones de poeta y navegar por el periodismo, oficio en el que comenzó a aplicar sus principios y conocimientos feministas hasta convertirse en una experta en paz.

La periodista junto con otras colegas se ha propuesto contar historias, explicarlas y entregarlas a la sociedad para que reflexione sobre ellas, lo que, en sus palabras, ha traído un contragolpe: el machismo recalcitrante y el conservadurismo patriarcal que quiere volver al status quo. “No quiere que nosotras sigamos cuestionando el poder, pero nuestro trabajo es ser el contrapoder. Estamos para reconocer cómo podemos crear ambientes donde la seguridad sea lo más importante para todas y todos”. 

Durante los últimos 14 años sus denuncias periodísticas se han traducido en amenazas y acusaciones judiciales, pero con destreza ha aprendido a detectar ataques cibernéticos y campañas de desprestigio y a tejer estrategias de autocuidado para evitar que la violencia afecten su salud emocional y detenga su labor. “Todas las formas de violencia que estamos viviendo las periodistas y las defensoras tienen que ver con intentar silenciarnos, acallarnos, distraernos de nuestro trabajo y de nuestra paz interior, de nuestra vida afectiva, amorosa, para que dejemos de trabajar, nos quieren tener entretenidas a golpes”.

En el vigésimo aniversario de la Resolución 1325 sobre Mujeres, Paz y Seguridad recalca la importancia de mirar y narrar lo que sucede con las mujeres en un campo de refugiados o con las que están enfrentando al ejército o a los agentes migratorio. También está convencida de que es hora de entender que la movilidad humana es muy diferente a la expulsión de las personas por la violencia y la guerra; y que las mujeres y las niñas víctima han quedado varadas en medio de las batallas de poder entre los gobernantes y la delincuencia organizada transnacional.

La periodista sabe leer a las personas que retrata en sus trabajos, quizás porque con ellas comparte anhelos. “Me gustaría saber que algún día puedo volver a casa sin perder la vida. Me gustaria saber que algún día todas las mujeres niñas y niños y hombres que han tenido que huir de las guerras puedan volver a casa si así lo desean o puedan construir un hogar allá, donde se encuentren y se sientan seguras y seguros”. 

“Me gustaría saber que la impunidad no va a ganar la batalla todos los días, que nosotras estamos aquí para construir la paz, no para hacer la guerra y poder comunicar eso todos los días de nuestras vidas: que el periodismo de paz es fundamental para que el mundo se transforme, que tenemos que hablar de la guerra y del conflicto desde su origen. Su origen, sin duda, tiene que ver con una cultura machista y si no hablamos de eso cada vez que hablemos de seguridad entonces algo falta en nuestra narrativa”.