La COP29 terminó a las 05:31 en la madrugada del domingo 24 de noviembre, 35 horas más tarde de lo previsto. Durante mucho tiempo no estuvo claro si se llegaría a un acuerdo. Mientras las delegaciones de los países más vulnerables abandonaban poco antes la sala de negociaciones en protesta, observadores de todo el mundo expresaban su desacuerdo con el lema "ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo", criticando los escuetos resultados de las dos semanas de negociaciones. Sin embargo, al final, todo sucedió rápidamente y el acuerdo fue adoptado sin dar realmente tiempo a objeciones.
Considerando un contexto global complejo, además de la criticada presidencia azerbaiyana de la COP, lograr consensos no era algo garantizado. Sin embargo, en términos de contenido el acuerdo representa un paso atrás en lugar de reflejar la tan anhelada ambición climática. No estamos en tiempos de acuerdos con poca sustancia, necesitamos ambición hoy y tendremos que esperar un año a las nuevas negociaciones.
El resultado principal de esta COP fue la nueva meta de financiamiento climático. No obstante, el Nuevo Objetivo Cuantificado Colectivo aprobado es apenas una gota en el océano, y nadie está realmente satisfecho con ello; los US$300.000 mill anuales que los países industrializados se comprometieron a aportar anualmente a los países en desarrollo hasta 2035 representan sólo una fracción de lo necesario. Según el Grupo Independiente de Expertos de Alto Nivel sobre Financiamiento Climático, los países en desarrollo necesitan US$1.3 billones anuales para 2035 de fuentes internacionales de financiamiento para hacer frente a los efectos de la crisis climática y mantener vivo el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5°C. Los US$300.000 mill no son coherentes con el cumplimiento del Acuerdo de París.
El resultado no refleja la responsabilidad histórica de los países desarrollados. Además, el financiamiento climático no se limitará a subvenciones, como lo exigían los países en desarrollo, sino que incluirá préstamos, lo que aumentará la deuda de naciones vulnerables que ya están pagando el precio de la crisis climática.
Pero la COP29 no solo se trató de financiamiento. El año pasado, se alcanzó un acuerdo histórico para "dejar atrás los combustibles fósiles", pero este año no se logró consolidar este avance. Esto fue especialmente crítico, ya que en febrero los países deben presentar sus planes climáticos nacionales actualizados (NDC) en camino a la neutralidad de carbono y a cumplir con el objetivo de 1,5°C. La cumbre perdió la oportunidad de enviar un mensaje contundente sobre la necesidad de reducir rápidamente las emisiones y transitar hacia las energías renovables.
Estos puntos no fueron los únicos que generaron intensos debates. Durante la renegociación del Plan de Acción de Género, en el último momento se eliminaron términos clave sobre interseccionalidad y diversidad para llegar a un texto consensuado. Por otro lado, las discusiones sobre una transición justa, la evaluación de los planes nacionales de adaptación o el programa para aumentar la ambición de mitigación no lograron ningún acuerdo concreto.
Quizás el único éxito de la COP29 fue el acuerdo sobre el mercado de carbono, poniendo fin a casi una década de negociaciones. Este acuerdo facilitará la cooperación internacional al permitir que los países negocien (vendan y compren) reducciones de emisiones entre sí, movilizando financiamiento desde los países que cuentan con recursos, pero no han cumplido con sus compromisos climáticos hacia aquellos que tienen mayor potencial de reducción de emisiones, pero carecen de recursos. Sin embargo, el mercado del carbono no ha estado exento de polémicas, sobre todo por los impactos negativos que algunos proyectos han traído a pueblos indígenas y comunidades locales. Esté establecido mercado del carbono requiere sin duda que parte de los ingresos queden en los territorios donde se lleven a cabo los proyectos.
En conclusión, el resultado de la COP29 debilitó la acción climática en un momento en que su aceleración es más crítica. No podemos permitir que los conflictos geopolíticos y ni el lobby de los productores de combustibles fósiles obstaculicen la acción climática global. El débil pacto sobre financiamiento climático no satisface las necesidades de los países en desarrollo y dificultará una acción climática justa y suficiente.
Queda claro que las COP necesitan una reforma profunda y urgente para recuperar la capacidad de acción decidida que demanda la gravedad de la crisis climática. Estamos en un punto crítico: por primera vez, el calentamiento global ha superado el umbral de 1,5 °C durante todo un año.
Mirando hacia el futuro, estamos a un año de la COP30 en América Latina, una oportunidad histórica para que nuestra región demuestre su potencial transformador desde sus territorios diversos y promueva un diálogo sustantivo sobre la justicia climática. Después de tres años de negociaciones internacionales marcadas por liderazgos de petroestados autoritarios, es crucial que la conferencia climática mundial regrese a un país democrático, donde la sociedad civil pueda participar plenamente y hacer oír su voz. Rendirse no es una opción: cada décima de grado que logremos evitar cuenta. Ahora, más que nunca, debemos actuar con decisión.
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