Caminos contradictorios - La complejidad de la crisis migratoria en la frontera entre Nicaragua y Costa Rica
por Harald Waxenecker
El presente artículo fue elaborado entre el 15 de diciembre de 2015 y el 4 de enero de 2016 (la última actualización se realizó el 16 de enero de 2016). Hechos posteriores no se pudieron tomar en cuenta
El 15 de noviembre de 2015 Nicaragua cerró la frontera a las personas migrantes de nacionalidad cubana y con ello limitó el paso de estas hacia la región y su posibilidad de optar por una emigración legal a través del Ecuador hacia Estados Unidos de Norteamérica. A finales de 2015 e inicio de 2016, miles de personas de nacionalidad cubana estuvieron atrapadas en la frontera de Costa Rica y Nicaragua, situación que tuvo consecuencias tanto humanitarias, como políticas y diplomáticas.
El número total de personas refugiadas en el mundo se ha incrementado significativa y constantemente durante los últimos cuatro años, y a mediados de 2015 ha afectado a aproximadamente 15,1 millones de personas en el mundo. Los continentes de Asia y África son –hoy por hoy- los más afectados: de acuerdo a estadísticas del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados –ACNUR-, el mayor número de refugiadas y refugiados proviene de Siria, Afganistán, Burundi, República Democrática de Congo, Mali, Somalia, Sudán del Sur y Ucrania, debido a los conflictos bélicos que afectan estos países. Estas personas encuentran refugio en las siguientes regiones: África subsahariana es la región que alberga el mayor número de personas refugiadas (4,1 millones), seguido por Asia y el Pacífico (3,8 millones), Europa (3,5 millones), el Oriente Medio y África del Norte (3,0 millones), y las Américas (0,75 millones).
El refugio (origen y destino) continúa siendo en lo fundamental una realidad del sur global.
Durante varias décadas del siglo XX, la emigración en América Latina también era, -de acuerdo al sociólogo mexicano Ernesto Rodríguez Chávez-, “un flujo de refugiados políticos o exiliados resultante de una Revolución en el poder, Cuba y Nicaragua, o de una guerra interna prolongada, El Salvador, Guatemala y Honduras”, sumado al exilio político de miles de personas que huían de las dictaduras militares de Argentina, Uruguay, Chile, y Brasil, entre otros. Sin duda, los contextos y la migración latinoamericana del siglo XXI se han transformado, aunque la movilidad humana sigue siendo una constante: más de 34 millones de personas han emigrado de América Latina y el Caribe de acuerdo al Anuario de migración y remesa (México, 2015), y el corredor migratorio México-EEUU se ha convertido en el “más importante en la historia reciente”. La extensión al sur de esta ruta pasa por Centroamérica, que se convierte –igual que México- en zona de tránsito y origen de personas migrantes.
Precisamente esta región, -golpeada por la herencia de las dictaduras (im)perfectas y las guerras (sucias), presa de los índices más altos de homicidio en la actualidad, y corroída por la criminalidad y la corrupción sistemática-, se convirtió en el escenario de una crisis migratoria reciente: tras el cierre violento de la frontera de Nicaragua, más de 9 mil cubanos y cubanas han quedado varados en su descomunal viaje a miles de kilómetros al sur de su destino anhelado. Igual suerte corrieron el drama humano y el terremoto diplomático: también se quedaron en el sur.
La transformación de la migración cubana
Más de 43 mil cubanos y cubanas habrían llegado a Estados Unidos durante el año fiscal 2015. Según datos de la Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras (CBP), -citados en un artículo de CANF (Cuban American National Foundation)-, la gran mayoría de estas personas (casi 31 mil) ingresaron al territorio estadounidense por su frontera sur con México.
En otras palabras, más del 70% de migrantes de origen cubano atraviesan actualmente tierras mexicanas para arribar a su destino, en contraposición a las miles de personas que lo han hecho en el pasado por la vía marítima. Los datos estadísticos migratorios de México confirman ese cambio del comportamiento de la migración cubana: en los últimos años se observa un incremento real y relativo de eventos registrados por las autoridades migratorias. Especialmente, entre enero y octubre de 2015 se disparó el número de personas cubanas (9.076) en relación al total de migrantes (533.549) que fueron interceptadas en México.
Elaboración propia con datos de las “Estadísticas Migratorias – Síntesis” de 2011 – 2015 (Instituto Nacional de Migración/Secretaría de Gobernación, México).
Un aumento del flujo migratorio cubano se registra también en Centroamérica, -y aunque los datos estadísticos son escasos (y con frecuencia confusos)-, diversos medios de comunicación ofrecen indicios: el medio digital Sputnik Mundo afirma que “la cantidad de cubanos que entraron por el sur de Costa Rica ha aumentado de forma notoria en los últimos años, …pues fueron apenas medio centenar en 2011, unos 1.600 en 2012, llegaron a 2.300 al año siguiente y saltaron a 5.400 en 2014. En lo que va de 2015, más de 12.000 cubanos ingresaron de Panamá a Costa Rica”. Por su parte, el diario El Universal sostiene que “de 2005 a la fecha más de 300.000 ciudadanos cubanos han transitado por Honduras”.
Elaboración propia con datos de fuentes periodísticas.
Esta transformación de las vías de la migración cubana, -conocida por las autoridades migratorias-, apenas irrumpió en los medios de comunicación y los círculos diplomáticos tras los incidentes que se registraron en noviembre de 2015 en la frontera entre Costa Rica y Nicaragua.
El hecho central consiste en la prohibición para personas cubanas de ingresar a territorio nicaragüense a partir del 15 de noviembre de 2015, discontinuando una práctica de hecho que toleraba el tránsito migratorio de origen cubano por toda la región. Reuters informa que ese día, “agentes anti motines nicaragüenses bloquearon el paso a migrantes cubanos que habían logrado pasar a su territorio y que tuvieron que regresar a Costa Rica.” Reportes periodísticos dan cuenta de unos 700 migrantes, número que rápidamente aumentó: de acuerdo a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), “para el 2 de diciembre se reportaba que ya había alrededor de 4.500 migrantes cubanos”, y para finales de diciembre pasado, cerca de 8.000 cubanas y cubanos se encontraban a la espera en suelo costarricense.
El 18 de diciembre el gobierno de Costa Rica, -encabezado por el presidente Luis Guillermo Solís-, anunció la suspensión de la entrega de visas de tránsito a personas originarias de la isla caribeña, y en consecuencia, el número de migrantes varados en territorio panameño también se incrementó: para la última semana de diciembre se reportaron unas 1.700 personas.
De esta cuenta, el flujo migratorio en un plazo de mes y medio corresponde a un aproximado de 9.500 cubanos y cubanas, cuyo tránsito hacia el norte quedó –temporalmente- truncado. Con ello estalló una crisis en relación a un fenómeno que se venía gestando al menos desde el año 2003, y cuyas raíces y efectos se revelan en complejos entramados históricos y coyunturales.
Condicionantes históricas y coyunturales
Sin duda, la dinámica migratoria se inscribe en el marco de las asimetrías históricas, la Guerra Fría y las conflictivas relaciones entre Estados Unidos y Cuba, tras el derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista en 1959. Ese hecho condiciona una primera oleada de emigración hasta 1962 de personas vinculadas en el plano político, militar y económico con el régimen derrotado, seguido por una década de migración continuada. Se calcula que para 1973 habían salido alrededor de 600,000 personas de Cuba con destino principal hacia Florida en Estados Unidos.
Elaboración propia con datos de: Office of Immigration Statistics/U.S. Department of Homeland Security, “2013 Yearbook of Immigration Statistics”.
La mayoría de estas personas inmigraron sin realizar trámites migratorios y con el transcurso del tiempo se planteó para Estados Unidos el desafío de la regularización de estos residentes de hecho. Para el efecto, el Congreso estadounidense aprobó la Ley de Ajuste del Refugiado Cubano («Cuban Refugee Adjustment Act») en 1966, dejando abierta la posibilidad para cualquier persona nativa o ciudadana de Cuba, -que haya sido liberada (admitida) y que haya estado al menos durante un año físicamente en Estados Unidos-, de obtener la residencia permanente en aquel país. De hecho, durante las décadas de 1960 y 1970 la residencia (lawful permanent resident) fue otorgada a más de 458 mil personas de origen cubano. Desde entonces, -pese a una decaída durante el decenio de 1980-, se mantiene una tendencia progresiva.
El impacto demográfico no solamente se observa en Cuba sino también en Estados Unidos, especialmente en el Estado de Florida, donde el censo de 2010 (United States Census Bureau) registra 1,21 millones de integrantes de la comunidad cubana, representando cerca del 70% de cubanas y cubanos en Estados Unidos y más del 6% de la población total del Estado de Florida. El peso económico y político de ese grupo, -pese a una gran heterogeneidad interna-, lo convierte en un núcleo de poder que incide de manera multiforme tanto en Estados Unidos como en Cuba. La comunidad emigrada actúa como bisagra entre ésta y “la isla”, contribuyendo a la autoreproducción del fenómeno migratorio en su dimensión multicausal.
Por su parte, el impulso migratorio en Cuba ha sido fundamentalmente político en las primeras décadas después del triunfo de la revolución, y desde los 1970s las razones económicas empezaron a predominar, -aunque no exclusivamente-, según el director del Centro de Estudios Demográficos (CEDEM) de la Universidad de La Habana, Antonio Aja. También, Ernesto Rodríguez Chávez sostiene que desde la década de 1990 la emigración “se ha transformado en un flujo de emigrantes donde (…) los componentes económicos, políticos, familiares e individuales aparecen superpuestos y en movimiento constante”. El bloqueo económico, la caída del muro, y el periodo especial, -entre otros-, son sinónimo de crisis para la población cubana, y “en el imaginario hay una relación directa entre el exterior y sus posibilidades de ascenso económico y social”. Lourdes de Urrutia Barroso, -socióloga cubana-, comparte este enfoque de análisis y afirma que “en la actualidad el caso cubano presenta rasgos y tendencias similares a las del resto de los países centroamericanos y caribeños”.
Esta concatenación causal mantuvo y mantiene vigente el flujo migratorio de Cuba hacia Estados Unidos. Es evidente que las políticas migratorias no suprimen el fenómeno; más parece que los momentos de crisis (especialmente, Mariel en 1980 y de balseros en 1994) abrieron la puerta a la negociación para alcanzar acuerdos bilaterales (1984, 1994, 1995) que enfatizaron formalmente en el establecimiento de vías ordenadas, seguras y legales de migración.
“…the United States will continue to issue, in conformity with United States law, immediate relative and preference immigrant visas to Cuban nationals who apply at the U.S. Interests Section and are eligible to immigrate to the United States. The United States also commits, through other provisions of United States law, to authorize and facilitate additional lawful migration to the United States from Cuba. The United States ensures that total legal migration to the United States from Cuba will be a minimum of 20,000 Cubans each year, not including immediate relatives of United States citizens.“ (U.S.-Cuba Joint Communique on Migration, New York City, September 9, 1994)
De manera paralela, las políticas unilaterales de ambos países fueron mayormente contradictorias: la legislación y las políticas migratorias de Cuba se han dirigido a la limitación de la emigración (con momentos específicos de excepción), mientras las medidas estadounidenses han fomentado la inmigración mediante la continuidad de la excepcionalidad cubana (Ley de Ajuste del Refugiado Cubano y particularmente también del acuerdo migratorio de 1994) en el territorio estadounidense («pies secos»), no así en el trayecto («pies mojados»).
Las insuficiencias de los mecanismos legales y las contrariedades de las políticas unilaterales han fomentado en el plano fáctico la migración por vías irregulares/ilegales, provocando a la vez reacomodos en el patrón migratorio cubano con una tendencia hacia la utilización/contratación de contrabandistas profesionales: primero, surgió así el fenómeno de los boteros por la vía marítima, y ahora, los flujos migratorios se mueven por las vías terrestres de los coyotes en Centroamérica y los polleros en México.
De manera paradójica, esta dinámica migratoria confluye en la actualidad con la reforma migratoria cubana de 2013, -que facilita los viajes de cubanas y cubanos al exterior-, el estrechamiento de las relaciones entre Cuba y países de América Latina, y el proceso de normalización de las relaciones cubano-estadounidenses. “No vamos a detener la migración; es un hecho en nuestro mundo”, afirma Antonio Aja, “pero por necesidad estamos cambiando nuestra forma de pensar, y eso es bueno (…) nos alejamos de la palabra emigrante, y ciertamente también de la palabra exilio.” (Tomado de: Gail Reed, MEDICC Review, October 2015, Vol 17, No 4)
Caminos contradictorios
La transformación de la migración cubana se mueve así en un clima contradictorio de legalidad e ilegalidad: el origen y el destino se contraponen al camino. Cómo se indicó, la reforma migratoria cubana y las facilidades de viaje hacia algunos países de América del Sur (especialmente Ecuador: sin visa entre 2008 y 2015) facilitaron la salida de personas de la isla y cuyo destino anhelado era y es Estados Unidos. Desde el 01 de diciembre de 2015, -como consecuencia de la crisis migratoria-, el gobierno ecuatoriano pide nuevamente visa a ciudadanas y ciudadanos de Cuba.
Al mismo tiempo, la Ley de Ajuste del Refugiado Cubano, -junto a otras medidas (la Ley Torricelli de 1992: “Cuban Democracy Act” en 1992, la Ley Helms-Burton de 1996: “Cuban Liberty and Democratic Solidarity Act”, y el Programa de Parole para Profesionales Médicos Cubanos de 2006)-, continúan vigentes en la actualidad y avalan garantías excepcionales para migrantes cubanos al pisar territorio estadounidense. Asimismo, la comunidad emigrada, -incluyendo los sectores antirrevolucionarios más intransigentes-, constituye una fuerza de gravedad multifacética que alienta la emigración de la isla.
En medio queda la travesía por Centroamérica y México, donde miles y miles de migrantes de diversos países y continentes emprenden un camino lleno de peligros, crimen organizado, corrupción, abusos, controles y restricciones. Quien puede, contrata un coyote para ir al norte; “una aceitada maquinaria migratoria” –según BBC- “capaz de transportar a miles evadiendo controles” y de mover millones de dólares. El diario La Nación publicó el 22 de noviembre que “en el caso de Panamá, el Servicio Nacional de Migración de ese país informó de que, solo en el 2015, entraron a su territorio 21.000 cubanos de forma irregular” y que “el viaje no cuesta menos de $5.000.” Por su parte, el Ministerio Público de Costa Rica informa que las organizaciones criminales que las organizaciones criminales de tráfico cobran “entre $7,000 y $15.000 por el traslado completo hasta Estados Unidos“ a personas provenientes de Cuba. De esta manera, el tráfico de personas cubanas en la región podría haber generado entre 100 y 300 millones de dólares solamente en 2015.
Por un lado, las personas migrantes se encuentran con redes transnacionales que operan en un clima de ilegalidad y corrupción sistemática a lo largo de toda la ruta hasta Miami. El involucramiento del “exilio cubano” en redes ilícitas en la región es una realidad histórica y un hecho reciente (el 10 de noviembre pasado, se detuvieron 12 personas, acusadas de “formar parte de una red transnacional dedicada a traficar migrantes, principalmente provenientes de Cuba, Asia y África”. Se trata del desmantelamiento de una estructura operativa local de una red flexible y transnacional, cuyas operaciones se extienden, -según El Nuevo Herald-, por Colombia, Guatemala, Miami, Ecuador y Costa Rica), entrelazándose con las complejas redes de poder que evolucionaron a la luz y sombra de guerras, conspiraciones y drogas.
Y por otro lado, la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA) explica en un informe del año 2014, que las y los migrantes “se encuentran con una política de seguridad fronteriza difícil de definir, en ocasiones contradictoria, e implementada de forma desigual—pero que claramente se está endureciendo, a menudo con respaldo de los Estados Unidos”, especialmente en el marco de la implementación de la Iniciativa Mérida en territorio mexicano desde 2008.
Rutas Rutas de la migración cubana (2015)
Elaboración propia, utilizando fuentes periodísticas
De esta forma, el reciente flujo migratorio isleño se tropieza, -antes de beneficiarse de la excepcionalidad cubana-, con los peligros de estos caminos contradictorios y la institucionalidad migratoria hostil en el “traspatio” de Estados Unidos, que se halla en un circulo vicioso en el que interactúan indistintamente el incremento de controles migratorios y el fortalecimiento de redes criminales de contrabando y tráfico de personas.
No obstante, también en territorio centroamericano y mexicano parece existir una política selectiva: entre 2011 y 2015, el 88% del total de migrantes detenidos (533 mil) por las autoridades mexicanas fue devuelto, -en la mayoría de los casos-, a su país de origen. En cambio, solamente el 12% de personas cubanas detenidas fue devuelto en el mismo periodo. Según el diario mexicano La Jornada, “una parte [de cubanos y cubanas] habría solicitado refugio y la mayoría obtuvo del gobierno mexicano un documento (“oficio de salida”) que les sirve para avanzar hacia Estados Unidos”.
Ello evidentemente no legitima las políticas represivas contra los diversos flujos migratorios en la región y el mundo, sino se busca resaltar la existencia de políticas de segregación que caracterizan las políticas en relación a la movilidad migratoria a nivel global. Particularmente, Estados Unidos mantiene esas lógicas hegemónicas y de “doble moral” hacia diversos países y pueblos.
Estadísticas migratorias de México (2002 – 2015)
* Los informes anuales hacen referencia a dos categorías distintas: i) asegurados, y ii) alojados.
** Se dispone de datos de enero a octubre de 2015
Elaboración propia con datos de las “Estadísticas Migratorias – Síntesis” de 2011 – 2015 (Instituto Nacional de Migración/Secretaría de Gobernación, México).
En ese sentido, Nicaragua denunció un tema de fondo en su posición presentada ante el Sistema de Integración Centroamericana (SICA) el pasado 24 de noviembre: “…centenares de miles y hasta millones de migrantes centroamerican@s, al llegar a los Estados Unidos, luego de atravesar todos los peligros y riesgos de muerte ya conocidos, padecen degradante persecución, detención y repatriación forzosa”.
Sin embargo, la misma Nicaragua ha entrado a un campo político y ético complejo, cuando cerró el paso fronterizo para migrantes cubanos a principios de noviembre. El análisis de los motivos del gobierno nicaragüense es complejo, pues, en la decisión nicaragüense podrían haber influido factores diversos:
- Desestabilización de redes de tráfico de personas: el desmantelamiento de la estructura costarricense de una red transnacional puede haber causado una situación de inestabilidad en el flujo “acostumbrado” de migrantes.
- Coincidencia Nicaragua – Cuba: ambos países han resaltado en sus posiciones oficiales la ilegitimidad de las políticas migratorias estadounidenses, denunciando la “politización” del tema migratorio por parte de EEUU. Al mismo tiempo, la emigración cubana se redujo drásticamente por esa ruta.
- EEUU: Así como se redujo la emigración de Cuba, también se redujo la inmigración en EEUU. De manera directa o indirecta, la crisis puede representar “tiempo” para el gobierno demócrata frente a posiciones recalcitrantes en el clima preelectoral estadounidense.
- Disputa Nicaragua – Costa Rica: la retórica más dura de Nicaragua se dirigió contra Costa Rica, en un momento político de un fallo inminente de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) en La Haya sobre una disputa territorial entre ambos países. En efecto, el 16 de diciembre de 2015 fue reconocida la soberanía costarricense sobre la Isla Portillos por la CIJ.
Pero sin duda, este tipo de medidas, -en referencia al cierre de fronteras-, son propias de gobiernos de derechas nacionalistas contemporáneas, criminalizando y estigmatizando las personas migrantes a nivel global. Ante ello, el presidente costarricense Luis Guillermo Solís, -con sobrada razón-, manifestó que “la decisión de cerrar la frontera atropella los derechos humanos, ofende los principios y valores universales y pretende, infructuosamente, disminuir la dimensión de este drama”. Ante el reiterado fracaso de las vías diplomáticas en el seno del SICA, Costa Rica planteó su retiro de ese foro político regional en diciembre pasado. La crisis migratoria se tornó una crisis diplomática.
Las soluciones son lentas: el 28 de diciembre de 2015, en una segunda reunión técnica del SICA, “Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, Costa Rica, Panamá y México acordaron realizar un ejercicio piloto de traslado de personas como eventual solución al problema de los migrantes cubanos retenidos en suelo costarricense“ (Granma, 28 de diciembre de 2015). El 12 de enero de 2016 se dio inicio a este plan piloto y un primer grupo (180 personas) fue trasladado vía aérea desde Costa Rica a El Salvador, para luego proseguir en tierra hacia EEUU a través de los territorios de Guatemala y México. Entre tanto, la situación sigue siendo incierta para las miles de personas restantes.
Mientras el sur experimenta estas crisis, el norte se mueve entre autocomplacencia y victimización. El Bureau of Western Hemisphere Affairs declara formalmente que el gobierno estadounidense está comprometido con la migración segura, ordenada y legal en el marco de la efectiva implementación de los acuerdos migratorios de 1994 y 1995, y que no tiene planes de alterar las políticas migratorias actuales con respecto a Cuba. Es la voz del inmovilismo autocomplaciente en tiempos de normalización.
“The United States is committed to supporting safe, orderly, and legal migration from Cuba through the effective implementation of the 1994-95 U.S.-Cuba Migration Accords. The Administration has no plans to alter current migration policy regarding Cuba“ (Bureau of Western Hemisphere Affairs, July 21, 2015).
Al mismo tiempo, fuerzas políticas crecientes invocan -en nombre de la grandeza nacional- el rechazo hacia “los otros” y el cierre de las fronteras. Presentan un mundo dicotómico, donde el norte es víctima de los males del sur. Son los gritos homofóbicos, ahistóricos y excluyentes en tiempos de globalización (in)humana.
“He will stop illegal immigration by building a wall on our southern border, that Mexico will pay for. We will make America great again” (Donald Trump: First TV Campaign Ad, January 04, 2016).
De esta forma, la crisis actual en la frontera entre Nicaragua y Costa Rica no sólo señala los caminos contradictorios en la región, sino está poniendo un espejo frente a las complejidades del refugio y la migración a nivel global. El reto es de toda la humanidad: responsabilidad histórica, movilidad política e inclusión en tiempos de movilidad humana.