Algunas reflexiones sobre el movimiento feminista en México

La historia del movimiento feminista es compleja y no puede ser interpretada de un modo único, por ello es útil hablar de feminismos, en plural, que se diferencian de acuerdo con sus espacios de actuación, sus identidades, sus demandas y también de acuerdo con las diferentes estrategias que han seguido para sus luchas. Así, con este breve recorrido no se busca trazar una historia en profundidad del feminismo mexicano, sino más bien ubicar momentos, demandas y debates más importantes[1].

 
Grupo de mujeres frente a las vallas del Palacio Nacional 8M
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Pese al contexto de la pandemia por COVID 19, un amplio grupo de mujeres reacciona frente al muro que el presidente de la República Andrés Manuel López Obrador levantó frente al Palacio Nacional para “proteger y evitar provocaciones” previo a la conmemoración del 8 de marzo de 2021. Este muro se transformó en el “muro de la memoria”, donde las mujeres activistas pintaron cientos de nombres de víctimas de feminicidios.

Las olas del feminismo en México

Siguiendo la metáfora de las olas del mar, para pensar el feminismo en México como lo hace Gabriela Cano, la autora precisa que la primera ola claramente definible se organiza en torno a la movilización por el sufragio femenino a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, que se gesta con el Primer Congreso Feminista de 1916 en Yucatán. El Frente Pro-Derechos de la Mujer fue una de las organizaciones más importantes dentro de la primera ola, en sus inicios priorizó los derechos de trabajadoras campesinas, pero su orientación principal fue la lucha por el sufragio, que logró establecerse en México hasta 1953, tardíamente con relación a otros países de la región (Cano, 2018).

En la segunda ola, también llamado “neofeminismo”, si bien continúa el legado de las sufragistas, también se plantearon nuevas demandas, tales como la despenalización del aborto, la distribución del trabajo doméstico y el reconocimiento a su valor económico, el combate a la violencia y al hostigamiento sexual en el trabajo y en el hogar, junto a exigencias más antiguas y tradicionales (Cano, 2018), también expresaron con claridad que las diferencias no tenían por qué traducirse en desigualdades. “Las demandas de igualdad se formularon en distintos terrenos: legal, de oportunidades, acceso a bienes y servicios, salarial, entre otras” (Bartra, Fernández y Lau, 2002), pero también se dan continuidades con la primera ola, en tanto se mantiene la lucha por la igualdad salarial y política y, la creación de guarderías, que seguían sin respuesta.

Esta nueva ola del feminismo se ve favorecida por la incorporación masiva de las mujeres a la educación superior, el acceso a los métodos de anticoncepción, la influencia del feminismo norteamericano y la presencia del movimiento estudiantil de 1968 (Serret, 2000). La historiadora Ana Lau (2016) identifica tres periodos dentro de este neofeminismo. El primero que va de 1970 a 1982, se refiere a la organización, establecimiento y lucha del feminismo y se encuentra asociado a la presencia de mujeres urbanas, universitarias de clase media formando pequeños grupos dispersos para discutir temas como la doble jornada, el hostigamiento sexual, la violación, la brecha salarial, la sexualidad y la escasa participación femenina en el ámbito público, entre otros. Uno de los elementos importantes de esta etapa fue darse cuenta de que el malestar era compartido y que las promesas incumplidas movilizaban ese malestar. “Los pequeños grupos fueron una modalidad organizativa que cumplía también una función terapéutica: hablar de la opresión para hacerla consciente y darle la visibilidad que merecía. Ahí́ se acuña el lema que identificaría al movimiento por muchos años: lo personal es político” (Torres, 2019: 208), esto marca además la influencia de un movimiento feminista internacional que reclama una posición universal de subordinación de las mujeres.

Una segunda etapa, que inicia en la década de los ochenta, es descrita por Lau como un momento de estancamiento y despegue. Se caracteriza porque la praxis feminista comienza a extenderse por una diversidad de espacios, pero también con mayor visibilidad de una diversidad de mujeres: urbano populares, campesinas, trabajadoras, sindicalistas, que dieron vida a un feminismo popular que imprimió demandas de género a las de las mujeres (Lau, 2011). En palabras de Vargas, el desarrollo del feminismo fue paralelo a la expansión de un amplio y heterogéneo movimiento popular de mujeres, expresando las diferentes formas en que las mujeres comenzaban a entender, conectar y actuar sobre su situación de subordinación y exclusión. En el caso de México, especial relevancia va a tener el Primer Encuentro Nacional de Mujeres de Sectores Populares en México en 1980 y el movimiento urbano popular ampliamente documentado por Massolo (1994, 1995) que marca una diferencia entre el movimiento de mujeres y el movimiento feminista. En este contexto, Lau precisa que será el sismo de 1985 el que permitió un acercamiento más estrecho entre feminismo y mujeres trabajadoras, a través de las contradicciones entre el desarrollo urbano del capital y las condiciones de trabajo de las mujeres trabajadoras.

Finalmente, la tercera fase que se da en los años noventa, queda signada por alianzas y conversiones, es definida como la década de construcción del feminismo como una fuerza política y democratizadora capaz de establecer interlocución con el Estado (Torres, 2019). De acuerdo con Lau (2011), el campo de acción de las feministas se diversifica, expande su influencia a un amplio, heterogéneo, policéntrico, multifacético y polifónico campo discursivo y de actuación/acción. Con ello, se multiplican los espacios donde las mujeres que se dicen feministas actúan o pueden actuar, “envueltas no sólo en luchas clásicamente políticas, sino simultáneamente envueltas en disputas por sentidos, por significados, en luchas discursivas, en batallas esencialmente culturales” (Alvarez, 1998: 298).

En este camino la plataforma de acción de Beijing, en el año 1995, será estratégica para ampliar la creación de mecanismos para extender el objetivo de eliminar todas las formas de discriminación. Por otro lado, el feminismo comienza a institucionalizarse; en la academia, en la política formal, en la militancia política, en las ONGs, generándose una articulación entre movimiento feministas e instituciones gubernamentales y sociedad civil. De acuerdo con Lau (2011) diferentes instancias de formación política feminista se abren paso para fortalecer la ciudadanía femenina mediante la participación en espacios como el Congreso de la Unión y gobiernos locales, generando las políticas y acciones gubernamentales que forjaron el Instituto de la Mujer del Distrito Federal (Inmujeres D.F.) en 1999. La creación por decreto presidencial del Instituto Nacional de las Mujeres en 2001, y agrupaciones políticas nacionales como Diversa, son otros ejemplos de estos avances hacia la institucionalización del feminismo. Por otra parte, es importante indicar que el movimiento se retroalimentó por la presencia creciente del feminismo en instituciones de educación superior, como lo hace ver Serret (2000): “ un mayor reconocimiento hacia la problemática de la subordinación de género, pero, sobre todo, se fueron creando espacios de discusión, definición y producción teórica que habrían de revelarse indispensables para reconfigurar las propias metas trazadas” (200: 51). Un efecto interesante de este momento es que la participación de las mujeres generó profundos desdibujamientos y procesos de cambio espacial que han repercutido en los sistemas de género y en la forma de elaborar la identidad, así como de moverse, de ubicarse y transitar por territorios que antes les eran ajenos, estableciendo nuevas significaciones y referencias simbólicas de género.

La segunda ola, de acuerdo con Cano (2020), comenzó con el movimiento estudiantil de 1968 y se extendió hasta la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, celebrada en Pekín en 1995.

Con respecto a la tercera ola del feminismo a nivel latinoamericano, según Celi Pinto (2003) se caracterizó por un feminismo difuso, que se orientó fundamentalmente a la institucionalización y la discusión de las diferencias. Para Gina Vargas (2008), por ejemplo, en esta ola se expandieron espacios de articulación política feminista dando visibilidad a fuerzas feministas que se habían mantenido en el margen como el feminismo lésbico, rural, sindical entre otros, reafirmando el descentramiento del feminismo blanco y dando lugar a un feminismo más policéntrico, heterogéneo que abarca diferentes espacios culturales, políticos y sociales (Álvarez, 2000). En el caso de México, se ha planteado que pese a que la primer y segunda ola están claramente definidas y estudiadas, las generaciones feministas que se han desarrollado con posterioridad a la segunda ola han cuestionado a sus antecesoras, debido a que su política no consideró la multiplicidad de identidades culturales, sexuales y de género. En este sentido la principal crítica ha sido contra un feminismo hegemónico que identificaba como “las otras” a mujeres indígenas, lesbianas, afrodescendientes, rurales. Así, la tercera ola ha llamado la atención sobre la presencia de un campo heterogéneo, plural de organizaciones feministas que cuestionan un cierto modelo deseable de liberación femenina, surgido entre mujeres blancas, urbanas, heterosexuales y de clase media, construyendo un nuevo imaginario feminista.

Los feminismos de inicio de siglo

Las reivindicaciones y las demandas del movimiento feminista del siglo XXI en una buena parte de Latinoamérica se han ido transversalizando y expandiendo en los diferentes niveles gubernamentales, en amplios sectores políticos y articulándose con niveles internacionales. Movimientos de mujeres y feministas diversos en Latinoamerica y México, que podríamos definir como parte de la “tercera ola” o como una incipiente “cuarta ola” del movimiento feminista[2], como sostienen Matos y Paradis (2013). Las características que definirían a esta cuarta ola en América Latina serían 1) la ampliación, el engrosamiento y la profundización del concepto de derechos humanos a partir de la lucha feminista y de las mujeres; 2) la ampliación de la base de las movilizaciones sociales y políticas, sobre todo dentro de un nuevo encuadramiento o marco –transnacional y global, a ejemplo de la Marcha Mundial de las Mujeres (MMM); 3) el fortalecimiento del principio de no discriminación por motivos de raza, etnia, nacionalidad, clase o religión; y 4) con relación al Estado y las dinámicas vinculadas a este nuevo formato de teorización feminista, se destacan a su vez acciones transversales, interseccionales e intersectoriales.

A esta caracterización se hace necesario agregar los planteamientos de Rosa Cobo, quien sostiene que “el cuerpo vindicativo de la cuarta ola feminista es, sin duda, la violencia sexual. La violencia es un problema crónico y global de las mujeres, que la padecen tanto las de los países periféricos como las de los centrales. La violencia sexual es un poderoso mecanismo de control social que impide a las mujeres tanto apropiarse del espacio público como hacer uso de su autonomía y libertad “(Cobo, 2019; 137). Coincidente con este planteamiento, se han definido a nivel internacional algunos hitos de referencia de las luchas de las mujeres en torno a la violencia patriarcal. En 2015 las movilizaciones multitudinarias de #NiUnaMenos en Argentina, la marcha de las mujeres americanas al día siguiente de la toma posesión de Trump en 2017 (Women`s March), las denuncias por acoso sexual donde se utilizó la etiqueta #Metoo en 2017 en Estados Unidos, junto a las masivas manifestaciones del 8 de marzo de 2018 en diferentes países han sido referentes empíricos de la existencia de una cuarta ola del movimiento feminista.

En el caso de México, durante los últimos años se han dado una serie de movilizaciones sin precedentes. Un factor que ha contribuido a que estos movimientos se hayan expandido y difundido extensamente en el territorio nacional han sido las redes sociales y medios digitales, que han llevado a la arena pública sus demandas. El año 2016 usando la etiqueta #MiPrimerAcoso se publicaron miles de historias de mujeres que relataban en 140 caracteres en la red social Twitter sus historias de acoso, el impacto de esta acción va a llegar a mujeres de una gran parte de América Latina. En 2019 el #Metoo México extendió las denuncias sobre acoso sexual de las calles al espacio virtual y desencadenaron una reacción masiva de denuncia de las mujeres dentro del periodismo, cine, música, artes, fotografía, academia, cultura entre otros.

Ese mismo año, 2019, el movimiento feminista al interior de la Universidad Nacional Autónoma de México tomó la violencia contra las mujeres como bandera de lucha y se instaló a través de paros en diferentes carreras al interior de la universidad más importante del país. Este movimiento tuvo dos momentos relevantes (Álvarez, 2020). Una primera etapa que reacciona frente a los feminicidos de Lesvy Berlín y Miranda Mendoza, sumados a los acosos de profesores y autoridades de la universidad. Una segunda etapa, que se expande más allá de los límites institucionales y se toma las calles a partir de la violación de una mujer por policías de la Ciudad de México bajo el hashtag #NoMeCuidanMeViolan generó una amplia complicidad en redes sociales y grupos feministas externos a la universidad. En palabras de Lucía Álvarez (2020), se trata de un movimiento “de nuevo tipo” “con un/a actor/a protagónico/a peculiar, diversificado y, en muchos sentidos, diferente a los movimientos feministas anteriores, sin un liderazgo específico y unificado, y que se ha desplegado con un lenguaje 'propio', directo y confrontativo, recurriendo incluso al uso de la violencia como medio de 'comunicar y sacudir'” (Álvarez, 2020: 147).

Las demandas de las universitarias se encuentran en las calles con una gran movilización de mujeres jóvenes[3] cuyo discurso se orienta a hacer públicas las violencias en contra de las mujeres que se han hecho cada vez más inaceptables y entre las cuales el alto al feminicidio es la demanda más sentida por las mujeres mexicanas, removiendo fuertemente los cimientos patriarcales. Lo que queda reflejado, en primer lugar, en la masiva movilización del 8 de marzo de 2020, que junto a la huelga de actividades llevó al cierre masivo de escuelas, vaciamiento de calles y transporte público, haciendo de la ausencia una acción política de resistencia. En segundo lugar, en septiembre de 2020 la toma del edificio de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y el CODHEM en Ecatepec por activistas, madres víctimas de feminicidio y grupos unidos de feministas, que han mantenido esta toma. Y, en tercer lugar, más reciente, pese al contexto de la pandemia por COVID 19, un amplio grupo de mujeres reacciona frente al muro que el presidente de la república Andrés Manuel López Obrador levantó frente al Palacio Nacional para “proteger y evitar provocaciones” previo a la conmemoración del 8 de marzo de 2021. Este muro se transformó en el “muro de la memoria”, donde las mujeres activistas pintaron cientos de nombres de víctimas de feminicidios.

Una precisión importante es que estas recientes manifestaciones del movimiento de mujeres y feminista han demostrado un carácter intergeneracional que hace frente a un patriarcado cada vez más violento, en un mundo cada vez más globalizado, con una gran impunidad, donde la continuidad entre el espacio público y las redes sociales se hace cada vez más difusa. Cada una de estas características son las condiciones de existencia de muchas mujeres más jóvenes, que, si bien son herederas de la larga tradición feminista en México, muestran una clara diferenciación en el lenguaje, en las estrategias de acción y el manejo de las redes sociales, que definen su particularidad, en tanto forman parte de una nueva generación (Matos y Paradis, 2013). Aunque aún es apresurado, vale hacerse la pregunta sobre que aspectos en común tiene estas nuevas expresiones y los múltiples sentidos del movimiento de mujeres y feminista del siglo XXI.

A modo de cierre

Los logros del feminismo como movimiento en este camino recorrido son incuestionables y lo han llevado a instalarse como un actor protagónico en la política cotidiana e incluso algunas autoras argumentan que se ha convertido en uno de los principales referentes de la muy reciente modernización política (Serret, 2000). En este proceso, la violencia de género y en particular el feminicidio han sido las demandas más persistentes durante el nuevo siglo, pero también las políticas de salud reproductiva que se han paralizado en diferentes estados, como lo demuestra la lucha por el aborto libre para las mujeres, los discursos de extrema derecha se han exacerbado construyendo un escenario caracterizado por el hartazgo de millones de mujeres en el mundo.

Sin duda alguna la historia de los feminismos en México se sigue construyendo, esta reflexión aún deja un conjunto de preguntas e interrogantes por resolver y realidades por documentar. Hemos dibujado algunos caminos analíticos, apenas “un mapa” para acercar, de una manera particular y restringida a la comprensión de los movimientos feministas en México.


Bibliografía utilizada

Álvarez, Lucía (2020) El movimiento feminista en México en el siglo XXI: juventud, radicalidad y violencia. Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales. UNAM. pp. 147-175.

Alvarez, Sonia (1998) “Latin american feminisms go global: trends of the 1990s and challenges for the new millennium”. En Alvarez Sonia, Evelina Dagnino y Arturo Escobar (eds.): Cultures of Politics Politics of Cultures re-visioning Latin American Social Movements. USA: Westview Press.

Bartra, Eli; Fernández, Anna y Lau, Ana (2000) Feminismo en México, ayer y hoy. Universidad Autónoma Metropolitana.

Cano, Gabriela  (2020) Un recorrido por la historia del feminismo en México, Peridodico El Universal https://www.eluniversal.com.mx/cultura/un-recorrido-por-la-historia-del-feminismo-en-mexico

—(2018) El feminismo y sus olas. Revista Letras Libres. https://www.letraslibres.com/mexico/revista/el-feminismo-y-sus-olas

Cobo, Rosa (        ) La cuarta ola feminista y la violencia sexual, Revista Universitaria de Cultura, Núm. 22, pp. 134-139.

EQUIS Justicia para las mujeres (2020) Las dos pandemias. Violencia contra las mujeres en México en el contexto de COVID 19. https://equis.org.mx/wp-content/uploads/2020/08/informe-dospandemiasmexico.pdf

Lau, Ana (2011) El neofeminismo mexicano (1968-2010). Labrys, études féministes/ estudos feministas.

Matos, Marlise y Pardis, Clarisse (2013) Los feminismos latinoamericanos y su compleja relación con el Estado: debates actuales, Iconos. Revista de Ciencias Sociales, núm. 45, pp. 91-107

Vargas, Viriginia (2002) Los feminismos latinoamericanos en su tránsito al nuevo milenio. (Una lectura político personal), Argentina: CLACSO

Serret, Estela (2000) El feminismo mexicano de cara al siglo XXI. El Cotidiano, vol. 16, núm. 100, pp. 42-51. UAM- Azcapotzalco.

 

[1] Para quienes les interese profundizar se puede consultar: Ana Lau Jaiven, La nueva ola del feminismo en México, México, Planeta, 1987; Jaiven, Ana Lau y Gisela Espinoza (coords.) (2019) Un fantasma recorre el siglo. Las luchas feministas en México, 1910-2010. Ciudad de México: Ítaca/Ecosur/UAM-Xochimilco/Conacyt; Gisela Espinosa, “Feminismo y movimiento de mujeres: encuentros y desencuentros”, en El Cotidiano, marzo-abril de 1993; Esperanza Tuñón, Mujeres en escena: De la tramoya al protagonismo, México, Miguel Ángel Porrúa/PUEG,UNAM/Ecosur, 1997, Bartra, Eli; Fernández, Anna y Lau, Ana (2000) Feminismo en México, ayer y hoy, Universidad Autónoma Metropolitana. entre otros.

[2] Hay un amplio debate sobre la existencia de una cuarta ola de feminismos en América Latina, sin embargo creo que por ahora no es tan importante definir si las particularidades de las acciones de este periodo corresponden a la tercera o cuarta ola del feminismo, sino más bien me interesa hacer hincapié en la existencia radical de ciertos circuitos feministas que no corresponden necesariamente a una forma orgánica de participación, sino que son más bien dispersos y toman el contexto como un elemento central de existencia. A esto se suma el argumento de que no hay que confundir el movimiento de mujeres y el movimiento feminista, hay muchas mujeres organizadas que no se autodefinen necesariamente como feministas, y esto es fundamental en el planteamiento político.

[3] De acuerdo con Lucía Álvarez (2020) la movilización de las mujeres jóvenes responde a un discurso separatista alude a la clara diferenciación y distanciamiento con los hombres-varones, lo que en términos de “postura política” significa apostar siempre primero por las mujeres, marchar en contingentes separados, apoyar liderazgos de mujeres.