1. La desaparición de personas en México y el papel de las mujeres en su búsqueda

Una historia de las desapariciones, desde los movimientos sociales y cómo desde el ámbito privado se ha llegado a la conformación de colectivos que están integrados por mujeres. Se exploran algunas hipótesis que puedan responder a la pregunta: ¿por qué son mayoritariamente mujeres las que buscan a sus familiares desaparecidos?

 

Por: Anaís Palacios y Raquel Maroño, del Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia A.C.

buscadoras

Introducción

En México, la desaparición de personas no es un fenómeno nuevo, data de las décadas de los 60 y los 70 como parte del régimen autoritario del PRI[1]. Durante esos años, se gestaban diferentes movimientos sociales que comenzaron a ser reprimidos por parte de las autoridades a través de las fuerzas armadas (Dirección Federal de Seguridad, la Brigada Blanca y demás cuerpos paramilitares, así como el ejército mexicano[2]). Estos movimientos sociales, estudiantiles, indigenistas y campesinos, así como las guerrillas, fueron reprimidos por el Estado a lo largo del país, principalmente en los estados de Guerrero y Chihuahua[3], destacando entre los delitos cometidos el de desaparición forzada.

Es importante señalar que la mayor parte de las personas desaparecidas no solo eran hombres, sino que quienes denunciaron públicamente este delito de Estado también fueron hombres, compañeros y militantes de los movimientos sociales de la época. La incipiente denuncia pública en esos años fue realizada por ellos, sin embargo, con el paso del tiempo la búsqueda de las familias abrió la posibilidad de organizarse y que la lucha y la exigencia fuera realizada principalmente por mujeres.

Fue en la década siguiente cuando se empezaron a configurar movimientos que tendrían la participación de cada vez más mujeres, entre ellas, las familiares de las personas desaparecidas. En 1977 surge el Comité Pro-Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México conocido posteriormente como el Comité Eureka, fundado por Rosario Ibarra de Piedra, madre de Jesús Piedra Ibarra desaparecido en Monterrey en abril de 1975[4].

Este brevísimo recuento de la dinámica de las desapariciones contrasta con lo que actualmente constituye la búsqueda de personas desaparecidas y de quienes se dedican a ésta.

En el año 2000, México vivió un momento de alternancia política, iniciando con la administración de Vicente Fox Quezada y seguido por la de Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012), este último sexenio se caracterizó por una política de seguridad nacional tendiente al combate del tráfico de drogas y al desmantelamiento de las organizaciones criminales como el Cartel Milenio, La Familia Michoacana, El Cártel de Golfo, El Cártel de Tijuana, El Cártel de Juárez, y el Cártel del Pacífico[5], esta “guerra contra las drogas” no solo no detuvo su trasiego sino que generó la fragmentación y multiplicación de los grupos criminales que pugnaron entre sí para conservar el poder o para recuperarlo, además potenció la capacidad de distribución de droga hacia otros países, aumentó la violencia dentro del país y dicha violencia dejó una estela de más de 70 mil personas asesinadas y más de 26 mil personas desaparecidas[6], muchas de ellas denominadas como daños colaterales.

El sexenio de Felipe Calderón marcó un cambio significativo en la dinámica de las desapariciones, de tal suerte que el combate al crimen se convirtió en un arma contra la ciudadanía, afectando principalmente a las juventudes.

En México, contar de 20 a 24 años de vida supone estar en peligro de muerte: 42 mil 251 jóvenes de este rango de edad murieron violentamente en 10 años de la supuesta “guerra” contra el narcotráfico. Más aún, del total de muertes violentas registradas en el periodo, 118 mil 393 víctimas tenían menos de 30 años[7].

Tan solo considerando a las más de 118 mil víctimas mortales en edad joven se puede inferir que la tragedia, si bien constituye un número enorme e inaceptable, no da cuenta de las víctimas indirectas o secundarias. Estas víctimas, que también existen, reflejan como lo que permanece tras el asesinato o la desaparición son las ausencias, la incertidumbre, el sinsentido, el empobrecimiento, el hambre, las afectaciones graves a la salud, los desplazamientos, la orfandad y una lista, todavía larga, de terribles consecuencias, que como revisaremos en este ensayo, deben ser enfrentadas en su mayoría, por las mujeres, quienes en muchos casos se convierten en jefas de familia y en buscadoras experimentadas.

Detrás de 82,827 desapariciones

La cifra creciente de la violencia tocó a miles de personas. Del 15 de marzo de 1965 al día de hoy, 29 de enero de 2021, hay un registro de 82,981 personas desaparecidas y no localizadas; el 74.62% de ellas son hombres, lo que equivale a 61,927 personas[8]. Este tipo de información se encuentra accesible en los registros públicos de las comisiones de búsqueda, pero no existen estudios ni cifras oficiales que hablen de quiénes están buscando a los miles de mujeres y hombres desaparecidos en el país.

Los diversos movimientos de familiares se visibilizan con los rostros de las mujeres: en los reportes, en las denuncias, movilizándose para tapizar las zonas con boletines sobre sus familiares que buscan, yendo a los SEMEFOS a revisar, todas las veces que sea necesario, los registros fotográficos de los cuerpos que llegan y se acumulan en las morgues para poder identificarlos, asistiendo a los lugares donde los medios de comunicación reportan hallazgos de restos humanos y de fosas clandestinas, además de las mesas de trabajo con autoridades.

Los colectivos en todo el país han realizado las tareas de búsqueda y de investigación para poder localizar a sus familiares desaparecidos, esto se ha observado desde el año 2009 cuando empezaron a organizarse en el norte del país (Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas) junto con organizaciones acompañantes. Las mujeres han logrado ir colocando el tema, paulatinamente, en las agendas gubernamentales para el reconocimiento y para la acción.

Fundamentalmente, esta tarea ha sido realizada por madres, esposas, hermanas, hijas y tías de las personas desaparecidas. Desde diferentes experiencias de acompañamiento, se ha logrado conocer que la conformación de los colectivos de búsqueda implica más allá de un 90% de participación de mujeres. Situación que se puede advertir desde el trabajo y acompañamiento a colectivos de familiares de personas desaparecidas en estados como Estado de México, Puebla, Guerrero, Jalisco, Nuevo León y Veracruz[9]. Otro ejemplo es en la conformación del Movimiento por Nuestros desaparecidos en México que concentra a más de 60 colectivos de familiares[10], donde también se puede advertir una mayoritaria participación de mujeres en la búsqueda.

En los espacios para revisar la Ley General[11], las mesas de trabajo con autoridades, los plantones, las marchas, las manifestaciones, en las búsquedas en vida y las búsquedas de campo, los espacios se llenan de rostros femeninos y cuando se les pregunta por qué piensan que son mayoritariamente mujeres las que se encuentran presentes, hablan de las divisiones tradicionales del trabajo y de los roles de género, los hombres salen a trabajar y así ellas pueden buscar; también mencionan el origen de la vida, los nueves meses cargando al hijo dentro, el dolor que sintieron al traerlos a este mundo y al mirarlos desaparecer de él; “somos más mujeres las que buscamos porque somos más fregonas”[12], porque los hombres no aguanta los dolores como nosotras, porque para ellos es más fácil distraerse y seguir con sus vidas, porque muchas de ellas, vivieron junto con la desaparición, la fragmentación de sus hogares y la partida de sus parejas sentimentales.

Por donde se mire, las madres, esposas, hermanas, hijas, abuelas, tías, sobrinas, que se niegan a olvidar y mantienen viva su lucha para traer de vuelta a miles de familiares, muestran fortaleza, tenacidad y un profundo amor por los suyos, pero se vuelve indispensable preguntarnos: ¿por qué siguen siendo ellas las únicas que buscan?

En noviembre de 2020, el ayuntamiento de Guaymas, Sonora entregó a familiares de personas desaparecidas, integrantes del colectivo “Guerreras Buscadoras”, paquetes que incluían, entre otras cosas, palas[13] necesarias en la búsqueda de fosas. Independientemente de si el colectivo solicitó específicamente las palas o no, el gesto del ayuntamiento de entregarlas es una muestra más de cómo las autoridades miran a las mujeres como sujetos capaces de contener y cuidar, delegándoles la responsabilidad de ser ellas quiénes busquen a sus familiares, volviéndose investigadoras, abogadas, forenses, etc.

Todo este proceso lo viven en su mayoría mujeres. Al mismo tiempo ellas se han hecho un espacio en su vida privada para sortear las demandas que los roles han impuesto: el cuidado y atención de los otros hijos, el cuidado de la pareja, las tareas domésticas no compartidas y también tomar un lugar en la ciudadanía, en la vida pública para exigir la búsqueda de verdad y justicia y el regreso de sus familiares.

Las mujeres se han convertido en un actor necesario al hablar del movimiento de víctimas y de familiares de desaparecidos. Sus demandas a nivel nacional son concretas ¡Sin las familias no! Son las mamás, las esposas, las compañeras, las hermanas, las hijas, las tías, las abuelas quienes estimulan las acciones para combatir y prevenir la desaparición forzada.

La búsqueda como una tarea de cuidado

Camila Ruiz Segovia y Melissa H. Jasso (2020), hablan de la búsqueda de un familiar desaparecido asociándolo a un trabajo de cuidados como el que, tradicionalmente realizan las mujeres, velando por el bienestar de personas que dependen de alguien más, como los menores de edad o los adultos mayores, sólo que en este caso “quien recibe el cuidado es un familiar ausente, cuya vida, verdad, y justicia, dependen de que haya otras personas para exigirla”.[14]

          En este análisis, la lectura feminista, permite identificar que la búsqueda se vuelve un trabajo no remunerado y emocionalmente motivado, muchas veces sustituyendo las responsabilidades del Estado y que esta situación puede amplificar las desigualdades entre hombres y mujeres, además de convertirse en graves afectaciones a su salud, similares al síndrome de burn-out que padecen personas cuidadoras de adultos mayores o personas con algún tipo de discapacidad.

          Desde la experiencia del Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia (IMDHD) de acompañar a familiares de personas desaparecidas en diferentes estados del país, se han llevado a cabo talleres formativos y círculos de autocuidado[15]. Actividades que nos permitieron participar en el espacio privado de las mujeres donde se hicieron evidentes las tareas de cuidado de otros y reproducción de la vida en las que se ven inmersas: la compañera que lavaba los trastes y preparaba la comida mientras prestaba atención a la discusión sobre los derechos de las personas desaparecidas, o la que era interrumpida por los otros hijos, los nietos o los hermanos a quienes debía cuidar mientras participaba de las actividades; también las que se levantaban más temprano para limpiar la casa el sábado en la mañana antes del encuentro con el grupo, la que necesitaba llevar a su esposo al médico por lo que se retiraría antes, o la que, además de buscar a su hija desaparecida cuida de su madre quien no puede levantarse de la cama. La lista podría continuar, porque las tareas de las mujeres por cuidar de los otros también continúan y de su consecución depende la vida misma.

Ante esta situación, algunas académicas y feministas invitan a cuestionar si la mayoría de las personas que buscan en México son mujeres debido a los roles y estereotipos de género que han sido reproducidos socialmente y que empujan a las madres, esposas y hermanas a dedicarse a la búsqueda de sus familiares, en muchos casos, en detrimento de su propia salud, como una forma de cumplir con la expectativa de abnegación, sacrificio y desprendimiento que se espera de ellas.

Pero, decirlo de esta manera, es una forma de seguir responsabilizando a las mujeres por su situación, nombrándolas como causas de sus propios males, como si, desde una visión colonialista, bastara la deconstrucción de los estereotipos de género y de la liberación femenina para que soltaran sus cargas y recuperaran sus vidas, sin haberle preguntado antes a las mujeres qué es lo que ellas quieren, o sin considerar que muchas de ellas han trascendido su propio sufrimiento y han colectivizado el dolor y la maternidad al comprometerse con la defensa de los derechos humanos y la prevención de la desaparición personas, conservando el deseo de que nadie atraviese por las mismas situaciones que ellas han padecido.

Además, este complejo fenómeno puede ser entendido mediante diversas perspectivas: una de las principales razones, tal vez la más obvia, por la que son principalmente mujeres las que buscan, es el dato presentado anteriormente, con el que se muestra que la mayoría de las víctimas de desaparición son hombres, principalmente jóvenes, en edad productiva, por lo que, a falta de hombres, son las mujeres quienes se vuelcan en su búsqueda.

La segunda razón, se desprende de una entrevista a Estela de Carlotto, una de las representantes de las abuelas de Plaza de Mayo en Argentina: “Nos reunimos sobre todo como mujeres, para preservar al hombre, que era más peligroso para la dictadura, porque siempre a las mujeres nos subestimaron y nos llamaron ‘locas’ y nos dejaron caminar. Error que se estarán lamentando de haber cometido porque imaginaron que íbamos a tener corta duración”[16]

En el México actual, no existe una dictadura como la que vivieron las abuelas y madres de Plaza de Mayo en la Argentina, pero por las estadísticas, se infiere que los hombres corren más riesgo de sufrir ciertos tipos de violencia como la desaparición o el homicidio. Esto no quiere decir que las mujeres estén exentas de sufrir estos crímenes: la organización civil Cauce Ciudadano elaboró un listado con los casos de familiares de personas desaparecidas asesinados de 2010 a 2017. En esta lista se presentan once casos de los cuales cinco son de madres asesinadas en su búsqueda por la justicia[17]. Las mujeres corren sus propios riesgos y se enfrentan con mayor prevalencia a otros delitos como la trata de personas, la violencia sexual, el desprestigio mediático por razones de género, entre otras. Pero es verdad que las mujeres han utilizado a su favor la subestimación de la que suelen ser objeto por parte de los hombres en el poder, quienes, en un principio no las miraban como una amenaza, como ellas mismas refieren: Somos las mujeres las que gritamos que nos hacen falta nuestros seres queridos y el gobierno no se lo esperaba”.[18]

Por otro lado, este fenómeno no puede ser entendido sin la perspectiva de los hombres en esta situación para entender su participación en el movimiento de familiares de personas desaparecidas, para ello se presenta a continuación la mirada masculina de la búsqueda de personas desaparecidas en México.


[1] Rodríguez Fuentes, O. D. Historia de la desaparición en México: perfiles, modus y motivaciones. Derecho y Ciencias Sociales. Octubre 2017. Nº 17. Pgs 247-271 ISNN 1852-2971. Instituto de Cultura Jurídica y Maestría en Sociología Jurídica. FCJ y S. UNLP

[3] Ataque al cuartel militar de ciudad Madera, Chihuahua

 http://www.memoriapoliticademexico.org/Efemerides/9/23091965.html

[4] Morales A, Pozos A. (27 diciembre 2019). Hacer memoria de la defensa de los presos políticos de México desde una perspectiva soslayada. Revista Controversia, 213, 341-372.

[5] Rosen, Jonathan Daniel; Zepeda Martínez, Roberto LA GUERRA CONTRA EL NARCOTRÁFICO EN MÉXICO: UNA GUERRA PERDIDA Reflexiones, vol. 94, núm. 1, 2015, pp. 153-168 Universidad de Costa Rica San José, Costa Rica

[6] Proceso (2013). Segob: 70 mil muertos con Calderón. Revista Proceso, 15 de febrero.

[8] Datos del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas de la Comisión Nacional de Búsqueda consultado el 29 de enero de 2021 “Personas desaparecidas y no localizadas por sexo” https://versionpublicarnpdno.segob.gob.mx/Dashboard/ContextoGeneral

[9] Estados del país donde el Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia realiza actividades con colectivos de familiares de personas desaparecidas.

[11] Ley General en Materia de Desaparición Forzada, Desaparición cometida por Particulares y del Sistema Nacional de Búsqueda.

[12] Testimonio de una integrante de un colectivo en Veracruz, durante un taller impartido por el Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia.

[15] Los talleres de auto cuidado propuestos por el Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia utilizan la metodología de los Círculos de Paz, combinando movimientos corporales para aliviar tensiones físicas, además de incorporar herramientas para implementar el auto cuidado como un hábito diario. Los Círculos de Paz son una práctica de escucha profunda con los cuales se genera un espacio de confianza y empatía. A través de la palabra se reconoce la común humanidad de las integrantes, además de permitir la democratización de la participación, la escucha atenta de las razones y sentimientos de las demás personas y la espera paciente del uso de la palabra. También son una apuesta por lograr consensos e impulsar nuevas maneras de gestionar los asuntos grupales.

[16] Entrevista a Estela de Carlotto en el Diario de la Marcha, diciembre de 2007:4.

[17] Martínez, P. (15 de mayo de 2017). Ellas y ellos son las madres y padres asesinados por buscar a sus hijos desaparecidos. Animal Político. Recuperado de: https://www.animalpolitico.com/2017/05/madres-padres-hijos-desaparecidos/

[18] Testimonio de una integrante de un colectivo, durante un taller impartido por el IMDHD en el estado de Veracruz.