“No hay ningún documento de civilización que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie”
Walter Benjamin
El reciente informe del IPCC es un llamado de atención, pero su visión del futuro puede convertirse en una receta para el desastre. Las esperanzas de limitar el calentamiento se depositan casi por completo en tecnologías de emisiones negativas como la geoingeniería.
La publicación el pasado 9 de agosto del Sexto Informe General (AR6) del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) es, sin duda, la más reciente y severa advertencia sobre las implicaciones del cambio climático. El informe es el resultado de ocho años de trabajo del IPCC y, como lo han anunciado los encabezados alrededor de prácticamente todo el planeta, representa la más clara y completa evaluación del estado y avance del calentamiento global.
Entre otras cosas, el informe revela que el calentamiento es inequívocamente resultado de la enorme cantidad de gases efecto invernadero (GEI) en la atmósfera asociados con la actividad humana[i] y que los impactos de buena parte de sus efectos serán irreversibles, como el aumento de la temperatura arriba de 1.5°C media global, el deshielo de los polos y el aumento del nivel del mar. A partir del periodo de industrialización en los países del norte, las emisiones han aumentado dramáticamente (pronunciadamente en las últimas cinco décadas), lo que ha resultado en la concentración de más de 415 partes por millón (ppm) de moléculas de CO2 en la atmósfera -concentración que no se registraba hace más de 2 millones de años- e incrementado la temperatura media global en 1.1°C.
Por si esto fuera poco, el informe incluye algunas estimaciones de los impactos que podemos esperar con el avance del calentamiento. Estas revelan que los espacios más afectados del planeta son indudablemente los océanos, que han experimentado una importante acidificación, así como un incremento significativo en su nivel gracias al deshielo. De acuerdo con el informe, el nivel del mar podrá incrementarse entre 0.3 y 1.8 metros en promedio al 2100, lo que tendrá consecuencias para la toda la vida en el planeta, pero principalmente para la vida marina y los países costeros e insulares. Asimismo, la capa de hielo ha llegado a su punto más reducido desde 1850 y, en el mismo período, el derretimiento de los glaciares a nivel global ha avanzado de forma ininterrumpida. Lo anterior se suma al aumento de fenómenos hidrometeorológicos que afectarán de forma desigual a distintas regiones del planeta.
El documento presentado es apenas la primera de tres partes que forman el informe completo. Comprender las conclusiones de esta será fundamental, no sólo para comprender los siguientes capítulos -que se ocuparán de describir las opciones de adaptación al calentamiento y las acciones necesarias para limitarlo, respectivamente-, sino para tratar de comprender las implicaciones del informe en su totalidad en un contexto de crisis civilizatoria.
La alarma se escucha entre las ruinas
Las implicaciones de este calentamiento revelan tres características importantes que vale la pena analizar. La primera es que el calentamiento se ha acelerado más rápido de lo previamente calculado, lo que implica que el límite aceptado como punto de inflexión del aumento de la temperatura (1.5°C) sucederá antes de lo previsto. Lo que significa que el periodo de acción efectiva para limitar el incremento de la temperatura también se reduce drásticamente. Sin embargo, el informe y particularmente el resumen para tomadores de decisiones, no hace referencia a esta pequeña ventana de oportunidad. Así, y ante la posibilidad de que los gobiernos debiliten esta advertencia -a fin de cuentas son ellos quienes revisan y acuerdan el lenguaje que llega a tomadores de decisiones-, algunos de los científicos autores del informe filtraron los resultados de la tercera parte del informe, en donde aseguran que las acciones para limitar el calentamiento en 1.5°C tendrían que suceder en los próximos 4 años. Es decir, el tiempo de acción es aún menor que los doce años estimados por el IPCC en 2018. Esta revelación llama a actuar urgentemente pues, aunque hay efectos irreversibles por la naturaleza acumulativa del cambio climático, como ha dicho una y otra vez el propio IPCC, la diferencia entre 1.5 y 2°C o incluso entre 2 y 3°C puede ser abrumadora, lo que reitera la importancia de la acción climática, la denuncia de las falsas soluciones y de la inacción.
La segunda característica es que las consecuencias de la concentración de estas emisiones tendrán consecuencias imprevisibles no sólo durante las próximas décadas, sino durante milenios. La complejidad del sistema planetario hace que la inacción se traduzca en impactos que son cada vez más palpables en las vidas humanas y no humanas. Hoy podemos apreciar ya las consecuencias en la complicada realidad que se vive en casi todos los rincones del planeta: desde las olas de calor en el noroeste de Estados Unidos y Canadá, incendios y deforestaciones masivas en el Amazonas, inundaciones catastróficas en Alemania, junto con persistentes incendios forestales en Turquía y Grecia, además de los que hemos visto en los últimos años en California y Australia. El informe revela que el colapso climático es un factor determinante en estos fenómenos hidrometeorológicos y, en pocas palabras, deja muy claro que el clima que conocimos ya no está y que tratar de volver a él es una empresa fútil. Aun así, los “efectos irreversibles” de los que habla el informe deben entenderse y traducirse como las implicaciones en las vidas humanas y no humanas que se verán afectadas por un sistema que colapsa, a veces literalmente, sobre sus cuerpos.
Finalmente, la tercera característica es que, de forma algo críptica (que no es sorpresa ya que los informes deben ser aprobados por los gobiernos que son parte del IPCC), se reitera la reticencia de países y corporaciones alrededor de todo el planeta (a veces con la ayuda de organizaciones de sociedad civil y grandes ONG) de abandonar el uso de combustibles fósiles y de mantener un discurso hegemónico en favor de la separación entre humanidad y naturaleza y el pensamiento moderno que favorecen al capitalismo. Esto ha sido posible gracias a la constitución de un régimen populista alrededor del cambio climático, que ha sido utilizado por dichos actores y sus intereses para transformar las demandas de acción ante la emergencia en la institucionalización de un modelo de gobernanza puramente tecnocrático y gerencial.
Este modelo de populismo climático consiste en fetichizar el CO2. Al ser separadas de las estructuras sociales, económicas y políticas que las producen (entiéndase la industria, el transporte y la generación de energía, entre otras), las moléculas adquieren una agencia en sí mismas, se les atribuye la responsabilidad del problema y, por tanto, siempre que sea posible eliminarlas, secuestrarlas o capturarlas será posible mantener nuestras sociedades como las conocemos.[ii] En otras palabras, eliminar el CO2 es el único objetivo, la sociedades industrializadas, desiguales, capitalistas que lo producen simplemente no se discuten. Esta narrativa se ha convertido en la piedra angular del discurso hegemónico que denominamos “economía verde” que, siguiendo la lógica de lo que pasó con la “sustentabilidad” hace más de tres décadas, asegura que el crecimiento económico no es el problema sino la solución, que el mercado puede asignar un precio correcto a las emisiones y, por ende, convertirlo en una solución “ganar-ganar”, siempre y cuando contemos con las tecnologías y el conocimiento científico necesario.
Así, las enormes disparidades en términos de emisiones y riqueza se convierten en temas disociados del colapso climático. Aunque sabemos muy bien que las responsabilidades son enormemente disímiles, hablar de desigualdades económicas, deudas climáticas, alternativas al desarrollo o incluso demandas de justicia social suelen descalificarse como propuestas utópicas, ingenuas o problemáticas ante la urgencia que supone el colapso climático.[iii] Sin embargo, la estrategia que disocia las emisiones de CO2 de las estructuras políticas, sociales y económicas que las producen hace mucho más que eso, pues busca mantener la explotación y abaratamiento de la naturaleza, de las labores de reproducción social (que tienden a estar definidas por los roles de género) y de la explotación de aquellas vidas y lugares que son sacrificables para mantener la ilusión del progreso y el desarrollo.
Esta estrategia, a la que el historiador Jason Moore denomina como ‘naturaleza barata’,[iv] se entiende como la posibilidad de identificar zonas, sus poblaciones y sus actividades como ‘desperdiciadas’ o mal aprovechadas, las cuales ‘necesitan’ del desarrollo.[v] Así, la relación dialéctica entre la producción de valor y desperdicio se convierte en la forma en la que el capitalismo puede ordenar la naturaleza, las fuerzas de reproducción social y poblaciones enteras para mantener la extracción y acumulación de valor. Es precisamente esta lógica que permite identificar qué vidas, ecosistemas o zonas pueden convertirse en ‘zonas de sacrificio’, con el fin de volverse ‘productivas.’[vi]
Cuando hablamos de la producción de desperdicio, en realidad estamos hablamos de la naturaleza misma del capitalismo. En su libro El hongo en el fin del mundo. Sobre las posibilidades de vida en las ruinas del capitalismo, la antropóloga Anna Tsing argumenta que es en los escombros que va dejando el capitalismo que podemos entender su verdadera naturaleza. Es decir, una vez que disociamos el capitalismo de la lógica del progreso o el desarrollo, esta realidad aparece de forma omnipresente y violenta: la lógica del desperdicio y la creación de ruinas están inscritas y son inseparables de la lógica de acumulación del capital.[vii]
Tsing nos alerta sobre los costos de la lógica del progreso, el crecimiento económico y el desarrollo que se han aceptado como normas incuestionables. Desde este punto de vista, el informe del IPCC suena la alarma, pero al mismo tiempo nos dice muy poco sobre el sistema social, político y económico que se ha encargado de organizar a la naturaleza como un servicio, de reducir sus atributos a recursos que pueden ser extraídos e intercambiados y de la producción de las ruinas asociadas a la lógica del desperdicio que define qué tiene valor y qué no. A esto se refiere el epígrafe de Walter Benjamin al comienzo del texto, pues nos incita a analizar el informe del IPCC como un documento que evidencia la barbarie que caracteriza al capitalismo.
Cuando el remedio es peor que la enfermedad…
En 2018, junto con la Fundación Heinrich Böll en la Ciudad de México, nos dimos a la tarea de analizar el Reporte Especial de 1.5°C (SR1.5) publicado por el mismo IPCC. Nuestra intención fue responder a dos interrogantes: Primero, comprender el contexto político, económico y social en el que se presentaba el informe y, segundo, comprender qué implicaciones tendría definir el futuro del clima a través de las modelaciones del IPCC. En este sentido, aunque el IPCC no hace formalmente recomendaciones de política pública, lo que observamos es que las trayectorias de calentamiento en los modelos del SR1.5 están estrechamente asociadas a un modelo que ve el crecimiento económico como un referente del desarrollo humano y el progreso, y que apuesta fuertemente al despliegue masivo de tecnologías como la geoingeniería para reducir el calentamiento.
Como se ha demostrado repetidamente, mantener el crecimiento económico después de cierto punto puede resultar contraproducente, degradando ecosistemas y fomentando la desigualdad. Lo mismo sucede con la eficiencia energética y las inversiones ‘verdes’ que se proponen como soluciones. Por un lado, la eficiencia suele confundirse con la escala (de un producto contra la economía en su totalidad) mientras que por el otro, estas inversiones terminan por financializar aún más a la naturaleza.[viii] Nuestro trabajo reveló que la comprensión de la ciencia climática es sin duda una necesidad, sin embargo, nuestra responsabilidad como académicos y como parte de las sociedades en movimiento es identificar en qué acciones se traduce esta ciencia.
Paralelo a los 6 informes generales que ha publicado el IPCC, el régimen internacional de cambio climático se ha reunido en 25 conferencias internacionales o Conferencias de las Partes (COP), cuya vigésimo sexta edición (COP26) se llevará a cabo dentro de unos meses en Glasgow, Escocia para, supuestamente y conforme a lo establecido hace 6 años en el Acuerdo de Paris (AP), tomar acciones más ambiciosas para limitar el incremento de la temperatura. Esto es importante puesto que es precisamente en las COP, a través de los compromisos que los países someten para determinar sus reducciones, que es posible identificar las formas en las que los países planean reducir sus emisiones.
No será una sorpresa para cualquier persona observadora deducir que este proceso ha sido un rotundo fracaso: Las emisiones de GEI se han incrementado 65% desde el comienzo de las negociaciones en 1992[ix], mientras que los compromisos actuales de los países apuntan a incrementar la temperatura más de 3°C al final del presente siglo. Más aún, según las instituciones del propio Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) la reducción de emisiones necesarias para no superar el límite de1.5°C debería ser de al menos 7.5% anual durante la presente década.
Esto es preocupante si consideramos que la pandemia global en la que aún nos encontramos supuso apenas una reducción del 6% de las emisiones el año pasado, a un costo humano y social muy alto. En retrospectiva, reiteramos que la firma del Acuerdo de París no fue otra cosa más que un espectáculo mediático: la celebración de los líderes tomados de las manos para acordar un límite al incremento de la temperatura, que poco a poco se ha convertido en una marcha fúnebre. Basta con leer el lenguaje tecnocrático con el que se escribió el acuerdo y las propuestas para reducir emisiones basadas en instrumentos de mercado (en el artículo 6).
Así, ante la dificultad de reconciliar el crecimiento económico con la reducción de emisiones (concepto conocido como un desacople absoluto y para el que no existe ninguna evidencia[x]), los informes del IPCC (tanto el SR1.5 como el AR6) apuestan buena parte de las reducciones al uso de ‘tecnologías de emisiones negativas’, a través de las cuales sería posible absorber buena parte del carbono que no seríamos capaces de dejar de emitir a tiempo. O, dicho de otra forma, los remedios con los que supuestamente los países están preparándose para reducir emisiones mantendrán las características del populismo climático, al actuar como profilácticos capaces de apaciguar algunos síntomas (eliminar el CO2), pero que no curarán la enfermedad (la crisis civilizatoria).
El diablo está en los detalles (o en la aritmética)
El modelo utilizado para crear el escenario más optimista del AR6 (que se conoce como SSP1-1.9) asume que será posible limitar el calentamiento a 1.5 ˚C a partir de que seremos capaces de eliminar, de forma artificial, unas 5 mil millones de toneladas anuales de dióxido de carbono a mediados de siglo y 17 mil millones en 2100.[xi] En este escenario, casi toda la eliminación de ese carbono excedente sucede a través del despliegue de tecnologías como la Bioenergía y la Captura y Secuestro de Carbono (BECCS, por sus siglas en inglés), las cuales asumen la disposición de millones de hectáreas para cultivar biomasa que después será utilizada para generar energía y capturar las emisiones resultantes, de forma continua y por tiempo indefinido.
La propuesta de BECCS existe solamente en pilotos de muy pequeña escala y con resultados ambivalentes. Sin embargo, escalar este sistema de reducción de emisiones sería una empresa sumamente compleja. De acuerdo con el antropólogo económico Jason Hickel, el despliegue de BECCS implicaría ocupar un área equivalente a tres veces el tamaño de la India, además de que sería uno de los despliegues más amplios de tecnología e infraestructura de toda la historia.[xii] Otras alternativas que también se mencionan en el informe, como la Captura y Secuestro de CO2 Directamente del Aire (DACCS) o el rocío de moléculas en la estratosfera (SAI) para bloquear el sol se caracterizan por sus altos costos económicos y energéticos (estimaciones prevén que se necesitaría hasta 50% de la electricidad actual mundial para alcanzar las tasas de descarbonización asumidas en los escenarios)[xiii] y por la enorme incertidumbre que supone para ecosistemas, especies e incluso, para la vida misma.
El discurso de emisiones netas cero (net-zero) recupera estas ‘promesas’ de la geoingeniería y transmite la idea de que será posible reducir las emisiones sin modificar nuestras sociedades. Este discurso ha colonizado rápidamente el de las negociaciones internacionales y el de los compromisos ante la COP26 de varias empresas y países desarrollados para reducir emisiones. Sin embargo, este término es sumamente problemático, pues no permite distinguir entre los esfuerzos de mitigación (reducir emisiones al dejar de quemar combustibles fósiles, por ejemplo) y los de reducir emisiones al capturarlas de forma natural (reforestaciones, rehabilitación de ecosistemas, etcétera) o artificial (geoingeniería). En otras palabras, el discurso de emisiones netas cero es un truco aritmético a través del cual los países y empresas buscan extender la vida del capitalismo fósil, permitiendo la quema de combustibles fósiles durante buena parte del presente siglo, gracias al despliegue de tecnologías de emisiones negativas.[xiv]
Lo anterior no sólo supone una apuesta riesgosa en el corto, mediano y largo plazo, pues nos forzaría a depender de tecnologías con riesgos e incertidumbres desconocidos, con costosos mecanismos de transparencia y rendición de cuentas para verificar su desempeño y sin ninguna garantía de que no fallarán en algún momento. En cuyo caso, nos condenarían a un escenario de calentamiento prácticamente sin alternativa. Al mismo tiempo, reducir las emisiones de este modo no sólo dejaría intactas las estructuras sociales, políticas y económicas que las produjeron (el capitalismo), sino que su reducción implicaría nuevos problemas en otros ámbitos, como la pérdida de biodiversidad, el cambio de uso del suelo y los flujos bioquímicos provocados por la continua y creciente demanda de espacio y recursos.[xv]
Este último punto también se hace evidente en las nuevas fronteras extractivas que continúan avanzando, mientras el capitalismo busca adaptarse al colapso climático. Como ya ha sido señalado, la carrera por minerales como el litio, el cobalto, el níquel y otros metales ‘críticos’ se está convirtiendo en la nueva frontera extractiva. Debido a que estos minerales son componentes esenciales para la descarbonización en varios países (p.e., en el despliegue de energías renovables como la solar y la eólica o de los autos eléctricos), los costos asociados a su extracción están produciendo nuevas zonas de sacrificio, principalmente en el sur global, en donde las poblaciones locales son desplazadas o se ven forzadas a convivir con las consecuencias de la extracción, mientras que la descarbonización sucede en el norte, como lo plantean estrategias como el Green New Deal en Estados Unidos o Europa.[xvi]
(Re)pensar la utopía en tiempos de colapso. Algunas pistas
Como nos recuerda Anna Tsing, es en las ruinas del capitalismo en donde tenemos que comenzar a producir nuevas formas de vida, a encontrar nuevas convivencias y a tejer nuevas resistencias. El informe del IPCC es entonces un documento que revela la barbarie asociada al sistema capitalista, responsable de la acumulación de las moléculas de GEI en la atmósfera gracias a décadas de inacción. El colapso del clima que alguna vez conocimos nos deja claro que no podemos seguir depositando nuestras esperanzas en los líderes que se reúnen en las conferencias internacionales, ni en un puñado de científicos y expertos que apuestan por soluciones tecnológicas-gerenciales sin que en realidad nada cambie.
En los tiempos de colapso en los que se presenta este informe, lo que sigue no es reducir las malas noticias a un ascetismo apocalíptico en donde todo parece estar perdido. Tampoco servirá de mucho seguir los pasos de geoconstructivistas o ecomodernistas, que aseguran que será necesario dar por muerta a la naturaleza y profundizar (aún más) nuestra intervención en el planeta para terra-formarlo.[xvii]
El informe debe entenderse como un documento que tanto revela las formas de violencia y la necesidad de acumulación inscritas en el capitalismo, como hace un llamado de atención para rechazar las falsas soluciones que nos conducirán más rápido a la ruina. El informe puede ser una invitación a recuperar otras alternativas y formas de convivencia que nos permitan tejer y organizar sociedades con menos emisiones y más justicia social. En repetidas ocasiones se ha demostrado que es posible reducir emisiones asegurando un acceso suficiente para todas las personas (incluso con el aumento de la población en las próximas décadas), sin la necesidad de recurrir a técnicas controversiales y problemáticas como la geoingeniería.[xviii] Nuestro trabajo es entonces desmitificar los supuestos que rigen los modelos climáticos, revelar los intereses que los mantienen y demostrar que otros mundos son posibles.
[i] El Informe continua utilizando el término ‘humanidad’, sin problematizarlo cuándo la responsabilidad histórica y actual en realidad se concentran en apenas un porcentaje pequeño de la población. Ver: https://www.oxfam.org/en/press-releases/carbon-emissions-richest-1-percent-more-double-emissions-poorest-half-humanity Consultado el: 16 de agosto, de 2021.
[ii] Swyngedouw, E. (2019) The perverse lure of autocratic postdemocracy. South Atlantic Quarterly. 18, 2, p. 267-286.
[iii] La frase de Jonathan Logan, cofundador de XR en Estados Unidos, deja clara cómo la urgencia ante el colapso climático se ha sobrepuesto a otras demandas de justicia social: “Permítanme ponerlo de esta manera, y por favor, entiéndanme bien... Si no resolvemos el cambio climático, las vidas negras no importan. Si no resolvemos el cambio climático... las personas LGBTQ no importan. Si no resolvemos el cambio climático... el movimiento #MeToo no importa... No puedo decirlo con suficiente fuerza. No tenemos tiempo para discutir sobre la justicia social.” Disponible en: https://www.vice.com/en/article/jgey8k/a-debate-over-racism-has-split-o…- most-famous-climate-groups. Consultado el 16 de agosto 2021 (Traducción del autor).
[iv] Moore, J.W. (2020): El capitalismo en la Trama de la Vida. Traficantes de Sueños. Madrid.
[v] Franquesa, J. (2018) Power Struggles. Dignity, value and the renewable energy frontier in Spain. Indiana University Press. Indiana.
[vi] Armiero, M (2021) Wasteocene. Cambridge University Press, Elements Series: Cambridge.
[vii] Tsing Lowenhaupt, A. (2018) The Mushroom at the End of the World: On the Possibility of Life in Capitalist Ruins. Princeton University Press: New Jersey.
[viii] Ver: Kallis, G. (2017) Degrowth. Columbia University Press: New York; Lohmann, L. (2019) Ecosystem Service Trading. En Pluriverse: A Post-development Dictionary. Kothari, A.; Salleh, A.; Escobar, A.; Demaria, F; Acosta, A. (Eds.). Tulika Books: India, pp: 47-49.
[ix] Stoddard, I. et.al (2021) Three Decades of Climate Mitigation: Why Haven’t We Bent the Global Emissions Curve? Annual Review of Environment and Resources. 46:12, 12.1-12.37.
[x] EEB. (2019) Decoupling debunked. Evidence and arguments against green growth as a sole strategy for sustainability. Disponible en: https://eeb.org/library/decoupling-debunked/. Consultado el: 16 de agosto, de 2021.
[xi] Esas cifras se basan en un análisis de datos anteriores realizado por Zeke Hausfather, científico del clima del Breakthrough Institute y autor colaborador en la evaluación de la ONU. El Breakthrough Institute es el principal exponente del pensamiento ecomodernista. Ver Temple, J. (2021) “The UN climate report pins hopes on carbon removal technologies that barely exist” The MIT Technology Review. https://www.technologyreview.com/2021/08/09/1031450/the-un-climate-report-pins-hopes-on-carbon-removal-technologies-that-barely-exist/. Consultado el: 16 de agosto, de 2021.
[xii] Hickel, J. (2020) Less y More. How degrowth will save the world. Windmill books. London: 129-138.
[xiii] Hickel, J.; et al. (2021) Urgent need for post-growth climate mitigation scenarios. Comment, Nature Energy.
[xiv] Carton, W.; Riis Lund, J.; Dooley, K. (2021) Undoing Equivalence: Rethinking Carbon Accounting for Just Carbon Removal. Frontiers in Climate 3:664130. https://www.frontiersin.org/articles/10.3389/fclim.2021.664130/full Consultado el: 16 de agosto, de 2021.
[xv] Op. Cit Hickel, et al. (2021).
[xvi] Zografos, C. y Robbins. P. (2020). Green Sacrifice Zones, or Why a Green New Deal Cannot Ignore the Cost Shifts of Just Transitions. One Earth 3(5): 543-546.
[xvii] Neyrat, F. (2019) The Unconstructable Earth: An Ecology of Separation. Fordham University Press. New York.
[xviii] Millward-Hopkins, J., Steinberger, J. K., Rao, N. D. & Oswald, Y. (2020) Providing decent living with minimum energy: A global scenario. Global Environmental Change. 65: 102168.