Justicia para Beatriz, la causa que fue un catalizador de las alianzas feministas en Latinoamérica

La lucha por la justicia para Beatriz sigue resonando un año después de la histórica audiencia en la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Mientras los feminismos latinoamericanos convirtieron su caso en un símbolo de resistencia y solidaridad, los grupos anti-derechos intentaron torcer la narrativa con campañas mediáticas y presiones políticas. A pesar de la desigual correlación de fuerzas, la sentencia de la Corte IDH en 2024 dejó claro que El Salvador violó el derecho a la salud de Beatriz. Sin embargo, la verdadera victoria se tejió en las calles, en las redes y en cada espacio donde los feminismos hicieron suya la consigna: todas somos Beatriz.

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Justicia para Beatriz

Por estos días se está cumpliendo un año desde que la Corte Interamericana de DDHH trató el “Caso Beatriz”. La causa, que fue un catalizador de las históricas alianzas feministas que recorren Latinoamérica y el Caribe desde los ´80, también fue utilizada por grupos anti-derechos como campo de disputa simbólica en la batalla cultural que vienen desplegando en los ámbitos internacionales.
En una desigual correlación de fuerzas, opusieron al activismo feminista todo el aparato mediático y financiero de la región para asociar esta instancia legal al destino de “Roe vs. Wade”. La sentencia, conocida a fines del año 2024, no contentó al think tank autodesignado como “pro-vida”, ya que no estuvo a la altura de sus presiones. En cambio -con debilidades y fortalezas, que habrá que seguir analizando- sí fue clara respecto a la sanción contra El Salvador por no preservar la salud de Beatriz. Quizás sin la contundencia y continuidad construida en el propio seno de la Corte, la palabra del Tribunal constituye una nueva herramienta para seguir denunciando que la prohibición total del aborto representa un obstáculo para la autonomía de las mujeres.
Y, en todo caso, el resultado más potente es el que se tejió por fuera de la sala de audiencias, en la calle, en los foros, en las redes que desde los rincones más remotos unió a los feminismos en un grito unánime: todas somos Beatriz.

Todas para una

Tengo muy presente la emoción de ver cómo aquel 23 de marzo del 2024, el conteo de seguidoras/es del canal de YouTube de la Corte IDH iba creciendo. En paralelo, los chats de whatsapp que reúnen diferentes articulaciones latinoamericanas se activaban “dialogando a la distancia” (a favor o en contra) con quienes tomaban la palabra en la audiencia. Todavía se me eriza la piel al recordar la voz de Beatriz -aún viva, y con una fuerza que superaba la fragilidad de su salud-, llegando desde un registro audiovisual con el reclamo que inundó la sala: “quiero salvar mi vida”.

Como ella, cada día, miles de mujeres anónimas latinoamericanas y caribeñas deben dar explicaciones y emprender litigios de menor o mayor envergadura para poder decidir sobre sus cuerpos. Miles exponiendo en estrados de distintas jerarquías argumentos sobre la necesidad y el derecho a decidir sobre sus cuerpos. Miles, en diferentes contextos, en español, en portugués, en francés, en quechua o en náhuatl, expresándose ante operadores judiciales -mayormente varones- que deben evaluar la urgencia, riesgo, pertinencia, o adecuación jurídica de algo tan elemental como sobrevivir.
La voz de Beatriz recorrió todos esos caminos. Desde su humilde hogar de El Salvador hasta ese recinto performático -dominado por togas, trajes y corbatas-, para pedir no sólo por ella sino por esas miles que nunca llegó a conocer.

Las “fuerzas del cielo” y el Sistema Interamericano

Como católicas feministas, desde hace años investigamos la incidencia de las jerarquías eclesiásticas en las estructuras del Estado, y la reconversión de sectores que antaño sostuvieron -cuando no integraron- regímenes autoritarios, en nuevos “envases” democráticos. 
Desde estructuras de “organizaciones civiles”, instituciones académicas, medios de comunicación o productoras de entretenimiento, los grupos anti derechos vienen trabajando hace años en la re-instauración de valores pre-conciliares.
Muchos de los actuales líderes que se presentan como “outsiders” o “apolíticos”, o los movimientos “espontáneos” que descreen de las instituciones y que proclaman que “cuanto peor, mejor” o que “son todos los mismo”… son producto de un meticuloso trabajo internacional sostenido por el poder económico que entiende al paradigma de derechos humanos como un peligro para sus privilegios sectoriales.
Las deudas de las “democracias blandas”, las prácticas políticas viciadas y desactualizadas, la desigualdad social creciente y la ductilidad del capitalismo para inocularse en las subjetividades ofreciendo soluciones mágicas que se compran por internet, han sido también un campo fértil para que hoy naturalicemos discursos de odio, expresiones racistas, jactancia de oscurantismo y despilfarro obsceno.

En el mismo sentido venimos advirtiendo cómo la presencia de los fundamentalismos religiosos dotaba al conservadurismo de una arquitectura argumentativa complementaria al clima epocal de incertidumbre, desazón y desconfianza. La tendencia descontextualizar textos bíblicos, con interpretaciones dogmáticas, individualistas, xenófobas y discriminatorias se ha radicalizado a niveles inéditos en las democracias contemporáneas. 
Como han investigado Juan Marco Vaggione y José Manuel Morán Faúndes (1) , este resurgimiento de lo religioso se enmarca en un proyecto político-económico para Latinoamérica, donde se articulan miradas neoconservadoras en materia moral con agendas de ultraderecha.
Entre los ejemplos más recientes, mencionamos la apelación al “ordo amoris” por parte de la administración Trump y representantes del MAGA para justificar sus ataques a la población migrante. Tal engendro ameritó una carta aclaratoria del mismísimo Francisco expresando: “El verdadero ordo amoris que es preciso promover, es el que descubrimos meditando constantemente en la parábola del ‘buen samaritano’”.(2)
Desde Argentina, el presidente Milei menciona a las supuestas “fuerzas del cielo” como inspiración para implementar recortes presupuestarios -especialmente las referidas a prevención y atención de violencias y la provisión de insumos de salud sexual-, ataques sistemáticos a las disidencias, y represión a las protestas sociales, todo en una combinación maníquea.

Por su parte, Bukele como presidente de El Salvador suele recurrir a imágenes, rituales y expresiones devotas, e incluso se presenta como “instrumento de Dios”, para fomentar el autoritarismo político y el fanatismo religioso.
En ese marco, la propia Corte Interamericana fue identificada en los foros conservadores, como blanco para sus ataques, presiones, extorsiones y campañas que apuntaron a socavar su credibilidad y transparencia.
Asimismo, el Caso Beatriz fue elegido como un escenario en el que concentrar un despliegue mediático y económico que confrontara con el activismo feminista.

Redes feministas

Para las organizaciones feministas, el arribo de un nuevo caso salvadoreño a la Corte IDH concitó atención y preocupación.
Habíamos conocido la historia de “las 17”, mujeres de ese país que entre el 1999 y el 2011 habían recibido condenas de hasta 40 años de prisión por situaciones vinculadas con el embarazo. También supimos de “Manuela”, otra joven de El Salvador, madre de dos pequeños, que murió de cáncer, esposada a una cama de hospital, sin recibir el tratamiento que requería su enfermedad, estigmatizada y criminaliízada por buscar atención en medio de una emergencia obstétrica. La desproporción del castigo impuesto y las innumerables violaciones a sus derechos dieron lugar a una sentencia en la que los jurados de la Corte IDH fijaron estándares tendientes a erradicar los estereotipos de género y las violaciones a las garantías de imparcialidad.

Aún así, los avances, la jurisprudencia, siempre parecen insuficientes. Los poderes ejecutivos y judiciales de nuestros países sostienen un extenso historial sospechando, persiguiendo y castigando a las mujeres ante situaciones obstétricas compatibles con abortos clandestinos, o cuando éstas reclaman interrupciones de embarazos para resguardar sus vidas. Fueron Ana María Acevedo, “LMR” o “Belén” en Argentina, así como “Esperancita” en República Dominicana y otras tantas anónimas en diferentes países. 
Beatriz llegó a sumarse a ese listado de mujeres luchonas, que aún sin conocerlas, sentimos tan cercanas.

Ante este contexto sobrecogedor, las redes feministas latinoamericanas también hemos ido tejiendo alianzas, estrategias en común, intercambiando saberes generosamente, capitalizando experiencias para adaptarlas a diferentes territorios. Este acompañamiento mutuo, alimentado en encuentros, reuniones, conversaciones epistolares y construcciones colectivas desde los ‘80 en adelante, nos ha hecho “compañeras”. Así nos nombramos, nos saludamos, nos reconocemos, en una intersección de lo político y lo afectivo que no requiere preámbulos. Desde hace algunos años, además, nos reúne en un símbolo: los pañuelos verdes que, uno a uno, se convirtieron en marea.

La amistad como práctica política

Más de 100 Amicus Curiae llegaron al tribunal, con distintas argumentaciones para sumar al debate del caso Beatriz. Estas presentaciones voluntarias se suelen ofrecer para colaborar con los litigios, cuando éstos pueden tener efectos en derechos colectivos o de grupos de personas.
De éstos escritos, unos 80 fueron firmados por referentes y organizaciones feministas. La acción funcionó como una especie de usina, un foro espontáneo en el que se aportaron estadísticas, evidencias científicas y jurídicas, fundamentos filosóficos, jurídicos y teológicos a favor de la autonomía de las mujeres.

En tanto y en cuanto Beatriz representaba una oportunidad para dejar atrás cualquier escollo que impidiera a las mujeres decidir sobre sus embarazos, las autoras “amigas de la Corte” fueron compartiendo y aportando a una producción intelectual polifónica en la que abordaron enfoques, voces y disciplinas diversas.
Ese es el “interés” del que se nos acusa como asociaciones feministas. El “interés” en denunciar las asimetrías de poder, hipocresías, y mandatos que impiden a las personas ser iguales ante la ley, tener las mismas oportunidades, y decidir por sí mismas, sin riesgos, presiones, prejuicios, ni intervenciones ajenas a su conciencia.
Este interés de proporcionar opiniones de terceros ajenos al tribunal, esta gestualidad “amistosa”, coincide a su vez con las metodologías y rituales de este movimiento horizontal y diverso. 
Por eso, quienes comenzamos a encontrarnos periódicamente para seguir las instancias del caso, lo hacíamos identificándonos como “Amigas de Beatriz”. Una condición que no responde a las construcciones edulcoradas y consumistas que el capitalismo nos vende por redes para alimentar sus engranajes. La amistad que nos reúne responde en realidad a una identidad política, la de quienes coincidimos en la lucha por un mundo más justo, más solidario y más humano. Y es parte de una tradición latinoamericana, de vínculos fraternos y sororos tramados a la sombra de los efectos del colonialismo y las dictaduras, que obligaron a muchas de nuestras familias militantes sociales y políticas a la clandestinidad, el exilio voluntario o el destierro.
En el caso de Católicas por el Derecho a Decidir, formamos parte de una red solidaria que también es heredera de esa iglesia perseguida y revolucionaria, de aquel cristianismo comprometido que en los ‘60 y ‘70 recuperó las enseñanzas más profundas de Jesús. Las católicas feministas nos inspiramos en la rebeldía del Movimiento Tercermundista, alineado con el Concilio Vaticano II, en los curas que adoptaron “la opción por los pobres”, revitalizaron las rígidas estructuras de una institución secular, y abrazaron una mayor proximidad con sus feligresías.
La presencia de las mujeres en la iglesia y el reconocimiento de la libertad de conciencia en nuestras prácticas reproductivas siguen siendo deudas pendientes de las jerarquías eclesiásticas, aunque no nos impide abrazar nuestra identidad, en la que tensionamos fe y feminismo.

Batalla cultural

La desigualdad en Latinoamérica y el mundo ya no es noticia. Y quizás eso sea lo más novedoso de los últimos años: que la injusticia, la concentración de la riqueza y la obscenidad de la miseria estén aceptadas como fenómenos de generación espontánea.
En muchos de nuestros países los mecanismos democráticos y las instituciones propuestas para construir acuerdos de progreso y desarrollo han sido cooptados para garantizar los privilegios de pocos. Así también, la discursividad se vuelve un campo de disputa, en la que algunas expresiones son tergiversadas o vaciadas de sentido. Y en donde la realidad puede ser reemplazada, relativizada o simplemente negada.
Así, en diferentes latitudes el paradigma de derechos humanos y la justicia social están acusados de encarnar una agenda circunscripta a una orientación política ideológica, y no como fruto de consensos históricos y plurales del mundo moderno. Herederos millonarios, empresarios beneficiados por la evasión impositiva, nuevos ricos estrenando la manipulación financiera digital, y políticos aprovechadores de los Estados bobos y de la corrupción promueven nuevos repertorios. Hoy parecen primar anatemas que ni la propia biología resistiría en la actualidad, como “la supervivencia del más apto”. Una ley de la selva nutrida con falacias y lógicas mercantiles, en donde para cada necesidad, hay un negocio. 
También la organización colectiva aparece sólo en un sentido instrumental y como performática ocasional resultadista. Lo grupal es, en las nuevas derechas, sólo una “foto para redes”, una imagen de “plano corto”, una selfie con unos/as pocos/as, que deja afuera a las grandes multitudes silenciosas. 
Lo comunitario, lo colectivo, sus procesos, sus tiempos, sus metodologías participativas horizontales, no son parte de ese proyecto. La vocación cooperativista y dialéctica es reemplazada por el uso perverso del descontento social que se traduce en desinformación, fake news y discursos de odio dirigido a las instituciones y a lo “distinto”.
Estas son las “batallas”, las “armas” y las distintas metáforas bélicas que nos proponen las fuerzas anti-derechos. 
Grandes líderes, políticos y empresariales, se jactan de su prepotencia, colonialismo y violencia y hasta pretenden “bendecir” sus prácticas con términos religiosos.
Serán tiempos difíciles para los feminismos y las diversidades, señalados como enemigos públicos de la sociedad. Estamos obligadas a la creatividad y a resistir la tentación de “responderles” en sus términos.
Habremos de persistir en nuestra construcción de “marea”: de pequeñas olas que se hacen poderosos océanos, de cada quiéen sumando su granito de arena en extensas playas reparadoras, de corrientes subterráneas con tonos y temperaturas en la que toda la diversidad es bienvenida. Olas, mares, océanos verdes, abrazando un inmenso planeta en el que haya esperanza para todos, todas y todes.


(1)    Vaggione, Juan Marco y Morán Faúndes, José Manuel: “El giro cultural de la ultraderecha. La agenda libertaria y la lucha contra la ideología de género en Argentina”, en “Cristianismo conservador y extrema derecha en América Latina siglo XXI. Actores, afinidades y estrategias en contexto democrático”. Universidade Federal de Juiz de Fora. ISBN: 978-1-873671-00-9. Año: 2024; y “El activismo neoconservador en Argentina: entre la religión, el secularismo y la racionalidad neoliberal” en “Movimientos antigénero en América Latina: Cartografías del neoconservadurismo”, Universidad Nacional Autónoma de México, Año: 2022.
(2)    Carta del Santo Padre Francisco a los Obispos de los Estados Unidos de América. https://www.vatican.va/content/francesco/es/letters/2025/documents/2025…